Carta Alma Parens

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CARTA APOSTÓLICA "ALMA PARENS" de SS Pablo Vi, en el VII Centenario del nacimiento de Juan Duns Escoto

14 de julio de 1966

A los venerables hermanos

Juan Carmelo Heenan, Cardenal, Arzobispo de Westminster,

y Gordon José Gray, Arzobispo de San Andrés y de Edimburgo,

y a los demás Arzobispos y Obispos de Inglaterra y Escocia

Con motivo de la celebración del II Congreso de la Escolástica en Oxford y Edimburgo en el VII Centenario del nacimiento de Juan Duns Escoto.


Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.

Madre de héroes, la Gran Bretaña suele sumar a tan gran título de fecundidad gloriosa uno más que no menos la distingue: sabe guardar celosamente su recuerdo y tributarles a porfía homenajes y honores solemnes, cuando lo exigen faustas conmemoraciones de acuerdo con las costumbres.

Ha surgido esto en nuestra mente, y con agrado lo estábamos pensando, cuando recibimos noticias detalladas del II Congreso Internacional de la Escolástica, que se está preparando para conmemorar el VII Centenario del nacimiento del venerable Juan Duns Escoto.

Se celebrará en Oxford y en Edimburgo, bajo vuestros auspicios, venerables hermanos, con vivo entusiasmo y diligente premura. Es fácil prever que tendrá un magnífico resultado y no pequeña importancia por los temas que serán tratados y por la participación de numerosas personalidades calificadas. Las Universidades de Inglaterra y de Escocia, y en el extranjero las de París y Colonia, donde enseñó, y muchas otras, os enviarán representaciones e intervendrán enviados, no sólo de la Iglesia Católica, sino también de la Comunión Anglicana e insignes estudiosos de todo el mundo.

Camiseta con la imagen del Crucifijo de San Damián

Método histórico-crítico aplicado a las obras de Escoto

Augurando al Congreso un feliz desarrollo y fecundos resultados, nos complace plenamente la nota distintiva y el carácter especial que se quiere darle. Pues lo que principalmente se propone el Congreso es iluminar la personalidad de Juan Duns Escoto, su doctrina filosófica y teológica y también los rasgos de su fisonomía moral y ascética. Evitando escollos de disputas y controversias, que con tanta frecuencia surgieron en el pasado, dais preferencia al método histórico-crítico, tenido ahora en gran consideración, que, felizmente aplicado por preclaros estudiosos al conocimiento de la autenticidad y a la sincera valoración de las obras del Doctor Sutil, ha dado frutos excelentes.

Se suman, además, los esfuerzos por estructurar una perspectiva de grandes líneas, una visión integral de la Escolástica, por la que se podrá, además de otras cosas, conocer la variedad, la riqueza y la fecundidad del pensamiento teológico y filosófico de la Edad Media.

Ciertamente, en esta perspectiva santo Tomás de Aquino y su Suma Teológica constituye una cima que domina todo el complejo de las altas cumbres del pensamiento teológico de la Edad Media. La síntesis que creó en su formulación de las relaciones entre la fe y la razón, entre la fe que busca el entendimiento -como antes que él dijo vuestro san Anselmo[1]- y el entendimiento que busca la fe, ha tenido un asentimiento tan unánime que aparece en el cielo escolástico como un astro y lleva el título de «Doctor Communis». Pero a su lado otros grandes representantes de la Escolástica componen la magnífica constelación del pensamiento medieval.

Portaestandarte de la escuela franciscana

En la Encíclica Aeterni Patris de nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, en la que tan vivamente se recomienda el retorno a la escolástica, bajo la guía de santo Tomás de Aquino, contra los errores modernos, después de afirmar que «santo Tomás de Aquino emerge muy por encima de los demás»,[2] enumera otros doctores escolásticos y da relieve especial a san Buenaventura, a quien luego definiría Pío X como «el segundo príncipe de la Escolástica»,[3] del que fue perfeccionador, como es sabido por todos, Juan Duns Escoto.

Es también de advertir que el Concilio Ecuménico Vaticano II, en el decreto De Institutione Sacerdotali, prescribe: «Las disciplinas filosóficas deben enseñarse de tal forma que los alumnos sean dirigidos ante todo a un armónico y sólido conocimiento del hombre, del mundo y de Dios, basándose en el patrimonio filosófico perennemente válido»,[4] al cual ciertamente pertenece la escuela franciscana.

Santo Tomás de Aquino y Duns Escoto

Junto a la majestuosa catedral de santo Tomás de Aquino se encuentra, entre otras, muy digna de honor -por su originalidad, por su mole y estructura- la que elevó hacia el cielo sobre firmes bases y con atrevidos pináculos la ardiente especulación de Juan Duns Escoto. Siguió fundamentalmente la ruta platónico-agustiniana, asintiendo unas veces y criticando otras al estagirita; el último de más de cincuenta doctores franciscanos, entre ellos san Antonio de Padua, Alejandro de Hales, san Buenaventura, Mateo de Acquasparta, Ricardo de Mediavilla, Adán de Marsch, Rogelio Bacon, Guillermo de Ware, sintetizando y profundizando en sus investigaciones, se convirtió en el representante más calificado de la escuela franciscana.

El primado del bien vivir sobre el saber, de la caridad sobre la ciencia

El espíritu y el ideal de san Francisco de Asís se encierran y viven en la obra de Juan Duns Escoto, donde aletea el espíritu seráfico del patriarca de Asís, subordinando el saber al «bien vivir»: afirmando la primacía de la caridad sobre toda ciencia, la primacía universal de Cristo, obra maestra de Dios, glorificador de la Santísima Trinidad y Redentor del género humano, Rey en el orden natural y sobrenatural, a cuyo lado resplandece con singular belleza la Virgen Inmaculada, Reina del Universo, hace aflorar las ideas maestras de la Revelación evangélica, especialmente lo que san Juan Evangelista y san Pablo Apóstol vieron como cima del plan divino de la salvación.

Son muchos los votos que ansían madure en selectos frutos del Congreso que se celebrará en la Gran Bretaña para honrar la memoria del Doctor Sutil y mariano, por su vida especulativa, o por su vida moral y práctica. Nos, ante todo, formulamos votos por una renovación del interés por la historia de la Teología y por la Escolástica en especial, con el ferviente anhelo de una investigación sistemática, serena y llevada a cabo según las reglas de su hacer.

Antídoto contra el ateísmo

Tenemos la íntima persuasión de que en el tesoro intelectual de Juan Duns Escoto se podrán encontrar brillantes armas para combatir y alejar la nube negra del ateísmo que ensombrece nuestros tiempos. Con frecuencia los ateos teóricos y prácticos no son más que adoradores de ídolos y fantasmas que ellos mismos se fabrican, preciándose de sus ideas (cf. Rom 1,21-22).

El Doctor Sutil, deduciendo su teodicea de dos principios escriturísticos referentes a Dios: «Yo soy el que soy» (Éx 3,14) y «Dios es amor» (1 Jn 4,15), de forma admirable y persuasiva como ninguna, desarrolla su doctrina en torno a Aquel que es «verdad infinita y bondad infinita»,[5] «el primer eficiente», «fin de todas las cosas», «el primero en sentido absoluto, por eminencia», «océano de toda perfección»[6] y «amor por esencia».[7]

Una base de entendimiento para el diálogo entre católicos y anglicanos

Nos alienta otra esperanza. En la declaración conjunta que el 24 de marzo pasado hicimos en la basílica de San Pablo Extramuros con el venerable hermano Miguel Ramsey, arzobispo anglicano de Canterbury, formulamos votos porque «se instaure entre la Iglesia Católica y la Comunión Anglicana un serio diálogo, que tenga por base el Evangelio y las antiguas Tradiciones comunes, y que pueda conducir a esa unidad en la verdad, por la que Cristo oró».[8]

Quizá la doctrina de Escoto pueda ofrecer áureo exordio para entablar este sereno diálogo. Pues antes de la separación, durante tres siglos, su doctrina se estuvo enseñando en las escuelas británicas, y no venía importada del extranjero, pues florecía en su fértil suelo natal por obra de uno que nació y fue educado en la Gran Bretaña y que, con ingenio ágil y fecundo y con no menos talento práctico, noblemente la ilustró. Pues fue un teólogo que edificó su obra porque amaba, y amaba con amor concreto, que es praxis, como él mismo lo definió: «Está demostrado que el amor es verdadera praxis».[9]

Predominio de la caridad en el anhelo de la verdad

Bien puede ofrecer el diálogo elementos, gratos a ambas partes, con ese espíritu seráfico que da predominio especial a la caridad. Sugiere un avance gradual: «Entre las cosas que hay que creer no deben insertarse más elementos que los que se pueden demostrar por la verdad de las cosas creídas».[10] «No se ha de tener nada como de fe más que lo que se puede deducir expresamente de la Escritura o esté claramente determinado por la Iglesia».[11]

Guía es la Iglesia que posee el carisma de la verdad

Porque fue continua preocupación del Doctor Sutil una delicada atención y una reverencia no desmentida para con el magisterio de la Iglesia, en posesión del carisma de la verdad: «Si algún doctor propone alguna novedad, no estamos obligados a prestarle nuestro asentimiento..., sino que es preciso consultar antes a la Iglesia, para de esta forma evitar el error».[12] Su emblema, su divisa era «bajo la dirección y el magisterio de la Iglesia».

Indagó y examinó el desarrollo del conocimiento con un acendrado método crítico, con la mirada fija en los principios generadores, y con sereno juicio propuso sus deducciones, movido, como dijo de él Juan de Gerson, «no por la contenciosa singularidad de vencer, sino por la humildad de encontrar un acuerdo».[13]

Contra el racionalismo puso límites a la razón en el conocimiento de las verdades reveladas y la necesidad de éstas últimas para conseguir el fin último, al que el hombre ha sido destinado. Con la noble intención de encontrar la armonía entre las verdades naturales y las verdades sobrenaturales, en el connubio entre la fe y la filosofía advierte el posible peligro de caer en los errores de los filósofos paganos y, como dice san Buenaventura -al que dio la razón-, el peligro de derramar «tanta agua de la ciencia filosófica en el vino de la Sagrada Escritura, hasta llegar a transformar el vino en agua».[14]

La verdad que tanto nos sublima

Inspirado en estas enseñanzas auguramos que germinará una mies dorada sobre este campo, por naturaleza fecundo, y que en las doctas discusiones florecerá, en medio de un amplio y armonioso consentimiento, la verdad «que tanto nos sublima».[15]

Para confirmar estos votos paternales, pedimos para el II Congreso Internacional de la Escolástica, próximo a celebrarse en Oxford y Edimburgo en honor de Juan Duns Escoto, la protección de Dios, fuente de verdad y de amor, que nos quiere «unidos en caridad» en su único acto de amor,[16] y bajo estos auspicios impartimos de corazón la bendición apostólica a vosotros, venerables hermanos, a los promotores de este Congreso y a todos los que en él participen.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 14 de julio de 1966, cuarto año de nuestro pontificado.

NOTAS:

[1] S. Anselmo, Proslogion, prooemium (PL, 158, 225; Ed. Schmitt F. S., I, Sechau 1938, 94).

[2] León XIII, Carta Encíclica Aeterni Patris (Acta Leonis XIII, I, Roma 1881, 272).

[3] S. Pío X, Epistola Doctoris Seraphici (Acta Pii X, Roma 1905, 235).

[4] Decreto De Institutione Sacerdotali, n. 15.

[5] Ord. I, dist. 3, n. 59 (Ed. Vat., III, 41).

[6] Ord. I, dist. 2, n. 57-59, 60-62, 41; dist. 8, n. 198-200 (Ed. Vat., II, 162-165, 165-167,149-150; IV, 264-266).

[7] Ord. I, dist. 17, n. 171 (Ed. Vat., V, 220-221); Lectura I, dist. 17, n. 116 (Ed. Vat., XVII, 217).

[8] Declaratio Pauli VI et Archiepiscopi Cantuariensis (AAS, LVIII, 1966, 287).

[9] Ord., prol, n. 303 (Ed. Vat., I, 200).

[10] Ord. IV, dist. 11, q. 3, n. 3 (Ed. Vivès, XVII, 352 a).

[11] Ord. IV, dist. 11, q. 3, n. 5 (Ed. Vivès, XVII, 353 a).

[12] Reportatio III, dist. 25, q. un., n. 6 (Ed. Vivès, XVII, 462 a).

[13] I. De Gerson, Lectiones duae «Poenitemini»; lectio altera, consid. 5 (Opera, IV, París 1521, fol. 34 rb).

[14] S. Bonaventura, Collationes in Hexaémeron, visio 3, coll. 7, n. 14 (Ed. Delorme F., Quaracchi - Ad claras Aquas 1934, 217).

[15] Dante Alighieri, Paraíso, XXII, 42: «la verità che tanto ci sublima».

[16] Ord., III. dist. 28, q. un., n. 2 (Ed. Vivès, XV, 378b-379a).

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