Muchos se convirtieron en sus seguidores
Francisco comenzó a visitar y a servir a los leprosos. De pronto, empezó a regalar a los pobres sus vestidos, y todo el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Al enterarse de lo sucedido, su padre fue a buscarlo a la iglesia, pero su hijo se escondió, pasando algunos días en oración y ayuno.
Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró. Cuando fue puesto en libertad Francisco renunció a su herencia, a instancias del Obispo devolvió el dinero de los vestidos que había tomado... pero dijo que ahora pertenecía a Dios y a los pobres, y se desvistió. Su padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un sayal al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza antes de vestirlo.
San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años. Fue, por un tiempo, considerado un fanático religioso, mendigando de puerta en puerta cuando no podía conseguir dinero para su trabajo, evocando tristeza o asco en el corazón de sus antiguos amigos, burla de los irreflexivos.
Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco.
Al oir las palabras del Evangelio “...No lleven oro....ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia.
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