Salmo Navideno de San Francisco
FRANCISCO, MAESTRO DE ORACIÓN
Comentario a las oraciones de san Francisco
por Leonardo Lehmann, OFMCap
EL «SALMO NAVIDEÑO» DE SAN FRANCISCO
«Oficio de la Pasión del Señor», salmo 15 (OfP 15)
[Ein Psalm des hl. Franziskus für die weihnachtliche Zeit, en Geist und Leben 63 (1990) 5-15].
Cuando se relacionan las Navidades con Francisco de Asís (1182-1226), muchos piensan automáticamente en su famosa «Navidad de Greccio», por la que erróneamente se le ha considerado incluso como el introductor del belén en la historia. Lo que Francisco escenificó tan emotivamente aquella noche de Navidad de 1223 en el bosque cercano al pueblecito montañés de Greccio, debe considerarse en un marco mucho más amplio, y tuvo sus antecedentes. Uno de éstos consiste, justamente, en que Francisco recitaba varias veces al día, durante todo el tiempo de Navidad, un Salmo que había compuesto él mismo. Este texto del Santo de Asís, auténtico aunque poco conocido, es lo que vamos a estudiar en el presente artículo. Al final echaremos una ojeada a la celebración navideña de Greccio.
[Véase el texto del Oficio de la Pasión del Señor entre los Escritos de san Francisco ].
EL OFICIO VOTIVO DE SAN FRANCISCO
El Salmo Navideño forma parte del oficio privado que «compuso nuestro beatísimo padre Francisco en reverencia, recuerdo y alabanza de la pasión del Señor», según se indica en la rúbrica introductoria del Oficio de la Pasión del Señor. Este oficio es parecido a otros oficios votivos que en la Edad Media se añadían con frecuencia al rezo de las horas canónicas. Consta de quince salmos, compuestos por Francisco con citas de los salmos del Antiguo Testamento, a las que añade citas del Nuevo Testamento y ampliaciones personales. Precisamente por la elección de los salmos, sus ampliaciones y modificaciones, puede descubrirse la marca personal en la oración de san Francisco.[1] Francisco tiene ante sus ojos una escena bíblica, y la contempla con la ayuda de los salmos, que conoce bien gracias a sus estudios escolares y a la liturgia. Su Oficio de la Pasión comienza muy significativamente con las completas del Jueves Santo.[2] En un mosaico sálmico, diseñado con ocho salmos distintos, escuchamos a Jesús orando al Padre, lo vemos cercado por los enemigos y abandonado por los amigos, traicionado por Judas y conducido ante el Sanedrín. Jesús da rienda suelta a su dolor y clama a Dios, pero se entrega confiadamente a la voluntad del Padre.
Todo recuerda aquí, pues, la escena del Monte de los Olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús. Y al igual que el evangelio (véase Mt 26,36-56 y paralelos), los salmos de Francisco resumen lo esencial en la entrega confiada de Jesús en manos del Padre: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26,39). El tratamiento de Dios como Padre -es típico el que Francisco lo amplíe con el adjetivo santo, santísimo- aparece en todos los salmos del esquema para el triduo sacro y los días feriales del año (OfP 1-7). Esto demuestra claramente que Francisco entiende los salmos en clave cristológica. Los «bautiza» con adiciones tomadas del Nuevo Testamento. Cuando recorre el viacrucis de Jesús, lo oye lamentarse y suplicar y clamar al Padre con toda confianza. Cuando celebra la resurrección de Jesús, lanza gritos de júbilo e invita a toda la creación a alabar a Dios.
EL SALMO NAVIDEÑO (OfP 15)
¿Cuál es la reacción de Francisco ante la Navidad? ¿Qué salmos elige? ¿Qué es lo que resalta de esta fiesta? He aquí el texto:[3]
1. Gritad de gozo a Dios, nuestra ayuda (Sal 80,2); * aclamad al Señor Dios vivo y verdadero con gritos de júbilo (cf. Sal 46,2).
2. Porque el Señor es excelso, * terrible, Rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3).
3. Porque el santísimo Padre del cielo, Rey nuestro antes de los siglos (Sal 73,12a), ' envió a su amado Hijo de lo alto, * y nació de la bienaventurada Virgen santa María.
4. Él me invocó: «Tú eres mi Padre»; * y yo lo constituiré mi primogénito, excelso sobre los reyes de la tierra (Sal 88,27-28).
5. En aquel día envió el Señor su misericordia, * y de noche su cántico (Sal 41,9).
6. Este es el día que hizo el Señor, * exultemos y alegrémonos en él (Sal 117,24).
7. Porque un santísimo niño amado se nos ha dado, ' y nació por nosotros (cf. Is 9,6) de camino y fue puesto en un pesebre, * porque no tenía lugar en la posada (cf. Lc 2,7).
8. Gloria al Señor Dios en las alturas, * y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2,14).
9. Alégrense los cielos y exulte la tierra, ' conmuévase el mar y cuanto lo llena; * se alegrarán los campos y todo lo que hay en ellos (Sal 95,11-12).
10. Cantad le un cántico nuevo, * cantad al Señor, toda la tierra (Sal 95,1).
11. Porque grande es el Señor y muy digno de alabanza, * más temible que todos los dioses (Sal 95,4).
12. Familias de los pueblos, ofreced al Señor, ' ofreced al Señor gloria y honor, * ofreced al Señor gloria para su nombre (Sal 95,7-8).
13. Tomad [ofreced] vuestros cuerpos ' y llevad a cuestas su santa cruz, * y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (cf. Lc 14,27; 1 Pe 2,21).
UN ÚNICO SALMO PARA TODAS LAS HORAS
Los quince salmos del oficio votivo de san Francisco se distribuyen de la siguiente forma a lo largo del año litúrgico: siete para el triduo sacro y los días feriales del año (OfP 1-7), dos para el tiempo pascual (OfP 8-9), tres para los domingos y fiestas principales (OfP 10-12), dos para el tiempo de Adviento (OfP 13-14),[4] y uno para «el tiempo de la Navidad del Señor hasta la octava de la Epifanía» (OfP 15); en la rúbrica de este salmo se lee: «Téngase en cuenta que este salmo se recita en todas las horas desde la Navidad del Señor hasta la octava de la Epifanía».
Así pues, y a diferencia de los otros tiempos litúrgicos, para el período navideño Francisco prevé un solo salmo, el mismo para todas las horas del día. Su oficio privado para el tiempo comprendido entre la fiesta de Navidad y la octava de Reyes (entonces se celebraba esta octava), consta de un único salmo. Este hecho manifiesta por sí mismo cuánta importancia le concedía Francisco a su Salmo Navideño. Evidentemente, consideraba tan profundos e importantes los pensamientos que en él se contenían sobre el misterio de la Navidad, como para poder recitarlo siete veces al día, y esto durante tres semanas ininterrumpidas.
Hasta nosotros han llegado otras oraciones de Francisco que formaban parte de la vida diaria de los frailes menores, como la que recitaban cuando veían el signo de la cruz («Te adoramos»: Test 5) o las Alabanzas que se han de decir en todas las horas, y que son típicos ejemplos de esas plegarias que se repiten con frecuencia. Para el Pobrecillo, el poder elevar una y otra vez y siempre el corazón a Dios repitiendo unas palabras invariadas, era algo evidente y propio de nuestra condición de peregrinos.
UN MOSAICO DE TEXTOS
Al igual que los demás salmos del Oficio de la Pasión, el Salmo de Navidad es un mosaico elaborado con versículos sálmicos, algunos otros textos bíblicos y adiciones personales. Pero este salmo tiene más añadidos personales que ningún otro. Es, por tanto, el más personal de los salmos que Francisco compuso para meditar la vida, pasión y muerte de Jesús. Sin ninguna duda, el misterio de la encarnación de Dios o fue el que más fuertemente le impresionó, o aquel sobre el que encontró menos trazos en los salmos del Antiguo Testamento. Salta a la vista que las adiciones personales del Santo se inspiran en el evangelio de Navidad. Con breves rasgos esboza la esencia del mensaje navideño. No repite literal e íntegramente la narración del nacimiento de Jesús en Belén; tampoco cita nominalmente a los ángeles, ni a los pastores o a san José. No contiene alusión alguna a la matanza de los Inocentes ordenada por Herodes, ni a la huida a Egipto. Lo que aparece en el primer plano es el acontecimiento de la Noche Santa: el santísimo Padre del cielo nos da a su amado Hijo por medio de la bienaventurada Virgen santa María. Esto es causa de alegría para toda la creación.
COMENTARIO DEL TEXTO
Si nos fijamos en cada uno de los versículos, descubrimos la estructura y las ideas directrices sobre la base de las cuales Francisco compuso el salmo.[5] A la triple exhortación a la alegría (vv. 1.6.10), sigue otras tantas veces su fundamentación, introducida con la partícula porque (vv. 2.3.7.11). El núcleo de la profesión de fe que Francisco expresa en este salmo consiste en que el altísimo Dios ha enviado a su amado Hijo para salvarnos.
1. Gritad de gozo a Dios, nuestra ayuda (Sal 80,2a), * aclamad al Señor Dios vivo y verdadero (cf. 1 Tes 1,9) con gritos de júbilo (cf. Sal 46,2b).
El v. 1 revela desde la primera palabra, gritad de gozo (« exultate», en el original latino), la alegría que envuelve a la Navidad. Proclama, como un título, que el salmo es una invitación a la alegría. Pues en la Nochebuena Dios se ha revelado como nuestra ayuda y, añade Francisco, como el Señor Dios vivo y verdadero. Este añadido, que recuerda a 1 Tes 1,9, subraya que para Francisco Dios no es una idea abstracta, sino una presencia viva, la incontestable realidad de la que procede y en la que vive.
2. Porque el Señor es excelso, * terrible, Rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3).
3. Porque el santísimo Padre del cielo, Rey nuestro antes de los siglos (Sal 73,12a), ' envió a su amado Hijo de lo alto, * y nació de la bienaventurada Virgen santa María.
Los vv. 2-3 exponen el motivo de esta alegría: porque el Señor, aunque es excelso, no ha considerado excesivo ni humillante el enviarnos a su Hijo de lo alto. Queda así claro que las palabras Señor y Dios de los versículos 1-2 se refieren al Padre. Francisco sabe admirar la grandeza del misterio sirviéndose de conceptos contrapuestos: el excelso, santísimo Padre, Rey antes de los siglos, envía a su Hijo a la bajeza de nuestro mundo y de nuestro tiempo; ahí están, para subrayarlo, el nacimiento del Hijo y el nombre concreto de su madre, María. El binomio santísimo Padre - amado Hijo expresa la íntima relación existente entre el Padre y el Hijo, tal como la describe el Nuevo Testamento (por ejemplo, Jn 17) y como Francisco la comprendió. También en los demás salmos aparece la expresión santísimo Padre, que es como una firma típica y personal de Francisco. Éste no podía decir Padre nuestro, sin anteponer siempre la palabra santo o santísimo. También la expresión amado Hijo es típica del Pobrecillo. La palabra santísimo manifiesta sobre todo la transcendencia del Padre, en tanto que la palabra amado subraya la cercanía del Hijo respecto a nosotros, los hombres.
Mediante el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, María participa de la santidad del Padre; por eso Francisco la proclama primero bienaventurada, y luego santa.
Si en los vv. 1-2 el orante se atiene casi totalmente a la letra de los salmos bíblicos, en el v. 3, en cambio, se expresa casi sólo con palabras propias. Únicamente toma media frase del salmo 73, para reconocer y proclamar la excelsitud y eternidad de Dios. El resto es composición personal de Francisco, que se inspira en la Sagrada Escritura y en la Liturgia, y esto libremente en cuanto al contenido y estrictamente en cuanto al vocabulario. El v. 3, como luego el v. 7, proclama el misterio de la Navidad. Es el credo navideño de Francisco, el credo de la Iglesia.
4. Él me invocó: «Tú eres mi Padre» (Sal 88,27a), * y yo lo constituiré mi primogénito, excelso sobre los reyes de la tierra (Sal 88,27-28).
El v. 4 sólo puede entenderse plenamente en el contexto global del salterio, y es dudoso que Francisco conociera este contexto. El que habla en el salmo 88 no es otro que David, quien recuerda que, aun siendo el hijo menor de Jesé, Dios lo hizo su primogénito y lo elevó a la categoría de rey de Israel. Francisco entiende más bien esta frase como un diálogo entre el Padre y el Hijo: Jesús, que confiesa en este mundo a su Padre, es elevado por Dios como primogénito sobre todos los reyes de la tierra. Si esta interpretación es correcta, en el pensamiento del Pobrecillo sobre el nacimiento de Jesús resuena ya la idea del señorío real de Cristo; de forma parecida, el Viernes Santo recuerda Francisco que «el Señor reinó desde el madero» (OfP 7,9).
La palabra primogénito debió de dar pie a Francisco para citar el salmo 88,28; en efecto, esta palabra aparece también en el evangelio de Navidad (Lc 2,7); el parentesco literal le sugeriría a Francisco el versículo sálmico.
5. En aquel día envió el Señor su misericordia, * y de noche su cántico (cf. Sal 41,9).
6. Este es el día que hizo el Señor, * exultemos y alegrémonos en él (Sal 117,24).
El v. 5 proclama, con el salmo 41,9, que Dios nos ha ofrecido su misericordia de día y de noche. Pero, para adaptar plenamente el versículo al misterio de la Navidad, Francisco añade el demostrativo aquel: En aquel día (In illa die). Por así decir, es como si señalara con el dedo índice la Navidad. La aclamación: envió... de noche su cántico, fácilmente induce a pensar en el cántico proclamado por los ángeles durante la Nochebuena.
Si el v. 5 elogia la Navidad como un regalo de la misericordia de Dios, el v. 6 la celebra, con la ayuda de un conocido versículo del salmo 117, como el día que hizo el Señor. Si echamos una ojeada a otro salmo del Oficio de la Pasión (cf. OfP 9,5), descubriremos una vez más la misma línea de pensamiento en Francisco: efectivamente, el v. 24 del salmo 117 indica el día de Pascua en los maitines del Domingo de Resurrección. Para el Fundador de la Orden, Navidad y Pascua son los días que hizo el Señor. Sólo cambia la motivación: en el salmo de Pascua, Francisco se atiene a las palabras del salmo vétero-testamentario, sin introducir añadidos personales. La razón radica, sin duda, en el hecho de que a los hombres nos resulta mucho más difícil percibir y experimentar el misterio de la resurrección que el del nacimiento del Niño Dios. Este versículo, que Francisco incorporó a su salmo para autoexhortarse a la alegría y el gozo, pone de relieve hasta qué punto le impresionaba y encantaba la Navidad al «Heraldo del gran Rey», como él mismo se llamaba.
7. Porque un santísimo niño amado se nos ha dado, ' y nació por nosotros (cf. Is 9,6) de camino y fue puesto en un pesebre, * porque no tenía lugar en la posada (cf. Lc 2,7).
El v. 7 abandona los salmos, con los que se había expresado Francisco hasta ese momento. Ahora expresa las ideas fundamentales de la Navidad con la ayuda de las lecturas de la liturgia de la fiesta. Teje las citas de Is 9,6 y Lc 2,7, a las que introduce pequeñas modificaciones y acomodaciones, y las convierte en una sola frase. De este modo, vincula imperceptiblemente el Antiguo con el Nuevo Testamento, haciendo que la promesa dé paso al cumplimiento.
La afirmación de la unidad de los dos Testamentos, que esta frase implica, se comprende en todo su alcance si tenemos en cuenta que los cátaros, secta contemporánea de Francisco, no admitían el Antiguo Testamento.
Llama la atención la fuerza con que Francisco subraya en este versículo, el más importante del Salmo Navideño, la historicidad del acontecimiento: el Niño nació de verdad y fue colocado en un pesebre. Francisco sobrepasa incluso el texto de Lucas, pues añade que nació de camino, fuera de casa (in via). Este detalle lo conoció tal vez a través de los evangelios apócrifos. Por pequeño que sea, este añadido arroja un rayo de luz sobre la pobreza y la itinerancia tal como Francisco las entendía. Para él, Jesús es el modelo. La expresión «in via» abarca en resumen tanto el fatigoso viaje a pie de Nazaret a Belén, como la angustiosa búsqueda de alojamiento, hechos apenas recogidos en los evangelios, pero ampliamente descritos en los belenes y representaciones navideñas. Jesús nació durante el viaje, vino a este mundo fuera de casa, a la intemperie. En el mismo nacimiento de Jesús empieza ya ese camino de itinerancia voluntaria y sin domicilio fijo que recorrerá más tarde durante su vida pública. Y este hecho nos ayuda también a comprender mejor por qué Francisco elige para sí y sus compañeros una forma de vida que quiere ser seguimiento de Jesús en pobreza, humildad e itinerancia: «Y, cual peregrinos y forasteros en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente. Y no tienen por qué avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo» (2 R 6,2-3).
Otro punto importante de este versículo central: en el v. 3 Francisco designa a Jesús con la expresión amado Hijo; en el v. 7 se eleva su afectuosidad y cordialidad, y lo llama santísimo niño amado. Pero no cae en una minimización sentimental y dulzona. El recién nacido es el santísimo niño, y Francisco se acerca a él con profundo respeto y delicadeza. La intimidad con que lo acoge no le hace olvidar que Jesús ha nacido por nosotros. En el versículo aparece dos veces la palabra nos, nosotros, abarcando en ambos casos a cuantos leen el salmo. Francisco no expresa su cariñoso afecto al Niño recostado en el pesebre empleando la primera persona del singular, yo, sino la primera del plural, nosotros. El Niño es un don para toda la familia humana. Por eso, como indicarán los versículos siguientes, todas las naciones, más aún, todas las criaturas deben alabar y glorificar a Dios.
8. Gloria al Señor Dios en las alturas, * y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (cf Lc 2,14).
En respuesta al credo de la Navidad, el v. 8 propone el conocido cántico de los ángeles: «Gloria in altissimis Domino Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis». Una vez más, Francisco añade una palabra, Dominus=Señor. Estos detalles delatan que el autor del salmo no es otro que Francisco, el cual solía añadir la palabra Señor a las oraciones que tomaba de la tradición. «Señor» es una palabra primitiva y radical («Urwort») en san Francisco, como lo demuestra también su Testamento.[6]
9. Alégrense los cielos y exulte la tierra, ' conmuévase el mar y cuanto lo llena; * se alegrarán los campos y todo lo que hay en ellos (Sal 95,11-12a).
10. Cantad le un cántico nuevo, * cantad al Señor, toda la tierra (cf. Sal 95,1).
11. Porque grande es el Señor y muy digno de alabanza, * más temible que todos los dioses (Sal 95,4).
12. Familias de los pueblos, ofreced al Señor, ' ofreced al Señor gloria y honor, * ofreced al Señor gloria para su nombre (Sal 95,7-8a).
Los vv. 9-12 podemos considerarlos juntos, pues provienen todos ellos de un mismo salmo, el 95, un salmo de alabanza que se cantaba en los maitines de Navidad y de Epifanía. Obsérvese, no obstante, cómo Francisco invierte el orden de los versículos, anteponiendo al v. 1 los vv. 11 y 12a. Podemos suponer qué fue lo que le indujo a esta transposición: como acabamos de ver, en el v. 8 del Salmo Navideño Francisco cita el cántico de alabanza proclamado por el «ejército celestial» y que los pastores escucharon en el campo (cf. Lc 2,9.13); por eso, prosigue ahora diciendo: «Alégrense los cielos... se alegrarán los campos...».
Francisco une aquí versículos que invitan a todo el cosmos a alabar a Dios: el cielo y la tierra, el mar y cuanto lo llena, todos los pueblos y naciones deben ofrendar a Dios, el Señor, la alabanza debida. La triple invitación ofreced ( afferte) del v. 12 recuerda a los (tres) Magos de Oriente que adoraron al recién nacido y le ofrecieron preciosos regalos. De este modo, se proclama el Evangelio de la Navidad, ampliándolo con el pensamiento de la Epifanía, de la manifestación de Dios a todas las naciones (cf. Mt 2,1-11).
13. Tomad [ofreced] vuestros cuerpos ' y llevad a cuestas su santa cruz, * y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (cf. Lc 14,27; 1 Pe 2,21).
El v. 13 es otro texto elaborado en su totalidad por el propio Francisco. La palabra inicial tomad empalma con el versículo anterior (ofreced), prosiguiendo el citado salmo 95,8. Pero, en vez de continuar con la cita de la segunda parte del versículo: «llevad ofrendas, traedlas ante Él; orad al Señor en su sagrado atrio» (Sal 95,8b), Francisco prosigue su pensamiento con ideas tomadas del Nuevo Testamento. La auténtica ofrenda consiste en ofrecer a Dios nuestros cuerpos, es decir, en ofrecernos a nosotros mismos en cuerpo y alma a Dios, cargando con la cruz de Cristo. Cargar con la cruz y seguir a Cristo están aquí indisolublemente unidos, en total conformidad con el evangelio (véase, por ejemplo, Lc 14,27). Así como Jesús exige cargar con la propia cruz cada día, así también exige Francisco: «seguid hasta el fin sus santísimos preceptos». De este modo queda salvaguardada la radicalidad evangélica. Varias veces exige en sus escritos el Fundador de la Orden la perseverancia, hasta el último momento de la vida, en el seguimiento de Jesús. Así, por ejemplo, el capítulo 21 de la Regla no bulada concluye con la exhortación: «Guardaos y absteneos de todo mal y perseverad hasta el fin en el bien» (1 R 21,9).
Como puede verse, el Salmo Navideño no se limita a hacer un llamamiento a alabar a Dios, sino que desemboca en una llamada a la acción, una acción que implica al hombre en su totalidad. La verdadera alabanza a Dios impele a la acción, que es la prueba de lo que se alaba. La fidelidad a lo largo de toda la vida en la entrega al Señor y en el cumplimiento de su voluntad, manifiesta la medida en que hemos comprendido y nos hemos dejado captar por el misterio de la Navidad.
La característica más sobresaliente del Salmo Navideño de Francisco consiste en contemplar íntimamente unidas la cuna y la cruz. Francisco no se queda en una alegría sentimental y que no compromete; al contrario, subraya la seriedad de la hazaña de Dios, que está exigiendo la respuesta de nuestra vida. En su relativamente corto Salmo de Navidad el Pobrecillo une de manera asombrosa la majestad y la humildad de Dios, la cuna y la cruz, la alabanza y el seguimiento, el hombre y el cosmos.
LA CELEBRACIÓN NAVIDEÑA EN GRECCIO
Volvamos ahora a Greccio, el lugar vinculado por antonomasia con la Navidad franciscana. Para ello, resumiremos los amplios y detallados relatos de los biógrafos, destacando algunas líneas básicas que completan el cuadro trazado por el Salmo Navideño. Greccio nos muestra sobre todo el aspecto experiencial. ¿Cómo celebró Francisco la fiesta del nacimiento del Salvador?
En la Vida primera, escrita por Tomás de Celano en 1228, el primer biógrafo de san Francisco describe con todo entusiasmo cómo celebró nuestro Padre la Navidad del año 1223 en el pueblecito de Greccio (1 Cel 84-86). San Buenaventura se basará en este relato para narrarnos, aunque de forma más breve, el mismo acontecimiento en su Leyenda Mayor, escrita en 1262 (LM 10,7). Ambos relatos nos informan sobre la famosa celebración navideña: el Pobrecillo quiso reproducir, con la máxima fidelidad posible, un segundo Belén, con el buey y el asno, sirviéndose de una hendidura natural en la roca como cuna para el Niño Jesús, en plena naturaleza y en el corazón de la noche. Pero no sólo quiso reproducir visiblemente el acontecimiento de Belén; Francisco quería también que los asistentes participaran de lo que allí se celebraba y que la celebración les impulsara a una fe más profunda y a una devoción más ardiente. Así pues, invitó a todos los hermanos de los eremitorios cercanos, al igual que a la gente de Greccio y de sus alrededores. Acudió con todos ellos, en solemne procesión, llevando velas y antorchas, al lugar previamente preparado y, una vez allí, empezó la sagrada representación del misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Debe subrayarse que una parte de esta celebración nocturna y a cielo abierto consistió precisamente en la celebración de la misa. Francisco participó en ella en su calidad de diácono. Cantó con voz emocionada el evangelio del nacimiento de Cristo, y luego predicó. Pero su predicación no fue una exposición doctrinal, sino más bien una representación mímica. Predicó con el corazón y con las manos, con el rostro y con los gestos, con palabras y con todo su ser. Su cuerpo entero expresaba la plenitud de sus experiencias íntimas. Como dice Celano, cuando pronunciaba las palabras «Je-sús» o «Beth-le-em» parecía un niño tartamudo o una oveja que bala.
Tras tan singular e inimitable predicación, que reproducía con gestos más que con palabras el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, el hermano sacerdote se acercó junto con Francisco al altar preparado sobre la roca y prosiguió la eucaristía. El misterio de la encarnación de Dios desemboca en el misterio de la redención y en el de la nueva presencia de Cristo glorioso en la eucaristía.
Si Francisco proclamó y visualizó mímicamente el nacimiento de Cristo con tanta emoción y expresividad, podemos imaginarnos el fervor con que saludaría después al Redentor que se hacía presente sobre el altar, cómo lo adoraría y con cuánta fe lo recibiría.
La celebración navideña de Greccio fue mucho más que la representación de un misterio. Por su vinculación con la misa, fue una celebración litúrgica cuasi-dramática, cuyo punto esencial consistió, no en la representación de una historia, sino en la actualización y vivencia de un misterio de fe. De hecho, según afirma Celano, la fe, apagada en los corazones de muchos, se despertó a una nueva vida (1 Cel 86b).
La liturgia navideña de Greccio no queda anclada en el acontecimiento de Belén, sino que sigue a Jesús hasta el Gólgota y lo reconoce como el Redentor y el Glorificado que desciende nuevamente hoy hasta nosotros y se nos da en la comunión. Así pues, Belén, la cruz y el altar quedan ensamblados en una misma celebración de fe. No es, por tanto, difícil descubrir en todo ello una vinculación con el Salmo Navideño, cuyo rasgo distintivo, como antes vimos, radica en la visión unificada de la cuna y la cruz. En la celebración de Greccio el arco se amplía todavía más, llegando hasta la eucaristía, donde Dios continúa entregándosenos cada día.
FRANCISCO NO FUE EL INTRODUCTOR DEL BELÉN
La Navidad de Greccio fue una fiesta única, y esto en un doble sentido: en primer lugar, porque ni Francisco ni sus hijos espirituales la repitieron; y, además, porque es incomparable e irrepetible.
Por otra parte, no debemos olvidar que, a pesar de toda su singularidad, la expresiva y eficaz representación del misterio de la Navidad en Greccio, si exceptuamos la celebración de la eucaristía, se inscribe dentro de la tradición medieval de las representaciones de los misterios del tiempo navideño. Tiene algunos puntos de contacto sobre todo con los dramas bucólicos.
En fin, sería erróneo considerar a Francisco como el introductor de las escenificaciones del belén, como tantas veces alegan escritos edificantes e incluso científicos. Con anterioridad a Francisco ya hubo algunas escenificaciones sencillas del belén, aunque no muy numerosas; por ejemplo, en Santa María la Mayor, de Roma. Y nuestros conocidos y populares belenes, con sus gráficas figuras que van acercándose paulatinamente al portal, aparecieron bastante más tarde, a partir del siglo XVI, como una derivación de esas escenificaciones sacras. Su difusión se debe más a los jesuitas que a los franciscanos.[7]
Así pues, con la escenificación de la Nochebuena, Francisco se halla, por una parte, dentro de la corriente de su tiempo; pero, por otra, la vinculación de esta representación con la eucaristía es un elemento nuevo y presenta rasgos singulares e inimitables que hay que agradecer a las dotes de simplicidad e improvisación de Francisco. Toda su celebración litúrgica cuasidramática está impregnada de la experiencia y transmisión de la fe de Francisco, tan personal, global y sensible. Aquí y en la universal popularidad del Santo radica el que la voz popular quiera presentarlo como el introductor y difusor del belén. Pero el Pobrecillo de Asís no tiene necesidad de esta falsa gloria.
En todo el magnífico resplandor de Greccio, en toda la admiración de aquella maravillosa celebración escenificada por Francisco, debemos tener muy presente su Salmo Navideño, serio, sereno, que nos invita a la imitación y el seguimiento: Francisco y sus hermanos lo recitaban varias veces al día durante todo el tiempo de Navidad, y aquel salmo-meditación iba acompasando su jornada y produciendo en su vida cotidiana lo que en Greccio floreció en fiesta inolvidable.
Salmo 15 del «Oficio de la Pasión» de san Francisco
Gritad de gozo a Dios, nuestra ayuda:
aclamad al Señor Dios vivo y verdadero
con gritos de júbilo.
Porque el Señor es excelso, terrible,
Rey grande sobre toda la tierra.
Porque el santísimo Padre del cielo,
Rey nuestro antes de los siglos,
envió a su amado Hijo de lo alto,
y nació de la bienaventurada Virgen santa María.
Él me invocó: «Tú eres mi Padre»;
y yo lo constituiré mi primogénito,
excelso sobre los reyes de la tierra.
En aquel día envió el Señor su misericordia,
y de noche su cántico.
Este es el día que hizo el Señor,
exultemos y alegrémonos en él.
Porque un santísimo niño amado se nos ha dado,
y nació por nosotros de camino
y fue puesto en un pesebre,
porque no tenía lugar en la posada.
Gloria al Señor Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad.
Alégrense los cielos y exulte la tierra,
conmuévase el mar y cuanto lo llena;
se alegrarán los campos y todo lo que hay en ellos.
Cantadle un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Porque grande es el Señor
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Familias de los pueblos, ofreced al Señor,
ofreced al Señor gloria y honor,
ofreced al Señor gloria para su nombre.
Ofreced vuestros cuerpos
y llevad a cuestas su santa cruz,
y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos.
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