10052003 JPII Capitulo General OFM


10 de mayo de 2003: SS Juan Pablo II Mensaje al Capítulo General de la Orden de Hermanos Menores, en Roma

Del 25 de mayo al 21 de junio de 2003, los franciscanos celebraron en Asís su 185 capítulo general, en el que fue elegido Ministro general el P. José Rodríguez Carballo, que sucedía en el cargo al P. Giacomo Bini. Con motivo del capítulo y antes de su apertura, el Papa envió el mensaje.

Al reverendo padre Giacomo Bini,
Ministro general de la Orden de Hermanos Menores

A. Romano: S. Francisco1. Me alegra dirigirle a usted, reverendo padre, y a toda la Orden de Frailes Menores mi saludo cordial y mis mejores deseos con ocasión del capítulo general ordinario, convocado en la ciudad de san Francisco y santa Clara. Se celebra en la Porciúncula, y esto reaviva la feliz memoria de los orígenes de la Orden, que nació bajo la mirada de santa María de los Angeles, a la que veneráis como patrona especial con el título de «Inmaculada».

La asamblea capitular «de Pentecostés», prescrita por la Regla (cf. 2 R 8) pone de relieve el papel fundamental que san Francisco reconoce al Espíritu Santo, a quien solía definir «Ministro general» de la Orden (cf. 2 Cel 193). El Espíritu Santo purifica, ilumina e incendia los corazones con el fuego del amor, conduciéndolos al Padre tras las huellas del Señor Jesús (cf. CtaO 50-51).


En esta significativa circunstancia, me complace renovar mis sentimientos de gratitud a esa familia religiosa por el servicio que presta a la Iglesia desde hace ya muchos siglos, prosiguiendo la obra iniciada por san Francisco de Asís y su discípula santa Clara. Además, deseo aprovechar esta oportunidad para ofrecer a los miembros del capítulo general y, a través de ellos, a todos los Frailes Menores, algunos elementos útiles para una revisión comunitaria del camino recorrido hasta ahora y para una acción apostólica más eficaz en el mundo de hoy.

2. Al final del gran jubileo del año 2000, con la carta apostólica Novo millennio ineunte, quise recordar a todo el pueblo cristiano las prioridades espirituales del tercer milenio, y no dudé en afirmar que todo el camino pastoral debe situarse en la perspectiva de la santidad (cf. n. 30). Subrayé que en todo programa de evangelización debe resaltar la «primacía de la gracia (...), la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad» (n. 38). Además, los institutos de vida consagrada están llamados a desempeñar un papel singular, pues tienen como misión específica el testimonio profético del reino de los cielos. Esto implica una tensión constante a la santidad. Así se comprende mejor lo que se lee en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, es decir, que «hoy es más necesario que nunca un renovado compromiso de santidad por parte de las personas consagradas para favorecer y sostener el esfuerzo de todo cristiano por la perfección» (n. 39).


Si es verdad que «los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno» (Novo millennio ineunte, 31), en la Regla y en las Constituciones de vuestra Orden «se contiene un itinerario de seguimiento, caracterizado por un carisma específico reconocido por la Iglesia» (Vita consecrata, 37). Este es el itinerario recorrido por numerosos hermanos vuestros, santos y beatos franciscanos, que han cumplido con heroica fidelidad hasta la muerte los compromisos asumidos libremente el día de su profesión religiosa. Os será de gran ayuda hacer constante referencia a ellos, maestros y modelos de santidad, inspirándoos en su ejemplo, profundizando en su conocimiento, invocándolos devotamente y conmemorándolos en sus fiestas litúrgicas.

3. El capítulo general se celebra en la ciudad de Asís, donde resuena perennemente la voz que Francisco oyó bajar tres veces desde la cruz hacia él: «¡Ve a reparar mi casa que, como ves, está completamente destruida!» (LM 2,1).

También en estos últimos años, caracterizados por notables transformaciones sociales, la Orden se ha sentido estimulada a actualizar esa singular llamada, profundizando en su significado para vivir coherentemente su carisma. Esta reflexión ha impulsado a vuestra familia religiosa a poner más de relieve el servicio misionero y eclesial que Cristo confió al joven Francisco y que, sucesivamente, confirmó el Papa Inocencio III con las palabras: «Id con Dios, hermanos, y como él se digne inspiraros, predicad a todos la penitencia» (1 Cel 33).

Es importante que la Orden conserve su estilo misionero propio, centrado en la pobreza y en la vida fraterna, y animado por el espíritu de contemplación y por la búsqueda sincera de la justicia, de la paz y del respeto a la creación. Además, es indispensable que todos sus miembros y todas las fraternidades colaboren en la edificación de la única Iglesia de Cristo, de acuerdo y en plena comunión con los pastores de las comunidades cristianas locales.

Así vuestra Orden, de acuerdo con los Ordinarios diocesanos, contribuirá a «consolidar y difundir el reino de Cristo, llevando el anuncio del Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas» (Vita consecrata, 78), gracias a un renovado espíritu de colaboración y a un deseo sincero de comunión eclesial.

4. Vuestro único objetivo, en toda opción y decisión apostólica, ha de ser la salus animarum, como lo fue para el Poverello de Asís, al que siempre y únicamente impulsó el celo por la salvación de los hermanos. Considerando «que el Unigénito de Dios se dignó ser clavado en la cruz por las almas», «no se consideraba amigo de Cristo, si no amaba las almas, que él amó» (2 Cel 172) y «eligió vivir para Aquel que murió por todos, consciente de haber sido enviado por Dios a conquistar las almas que el diablo trataba de sustraer» (1 Cel 35).

La salus animarum lo impulsó también a promover la dignidad y los derechos de la persona, creada y formada «a imagen del Hijo amado según el cuerpo y a semejanza de él según el espíritu» (Adm 5,1), así como a defender la salvaguardia de la creación, puesto que todas las cosas fueron creadas por Cristo y para Cristo, y todas tienen en él su consistencia (cf. Col 1,16-17). La vida de Francisco se distingue, sobre todo, por una constante tensión espiritual, que lo llevaba a ver y comprender todo a la luz de la «felicidad definitiva que está en Dios» (Vita consecrata, 33). De ese amor suyo a Dios brotaba el ardiente anhelo de predicar «a los fieles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria» (2 R 9). Queridos Frailes Menores, ojalá que este siga siendo vuestro «estilo» apostólico en la Iglesia. Deseo que los trabajos capitulares den indicaciones oportunas para que sea cada vez más adecuado a los desafíos de la época moderna.

5. «La mies es mucha y los obreros pocos» (Mt 9,37). Vienen a la memoria estas palabras de Cristo ante la amplitud del campo de acción y el escaso número de brazos disponibles. Hablar de impulso misionero parece poco realista también para vuestra Orden, teniendo en cuenta la reducción del número de sus miembros y el aumento de la edad media que se ha verificado durante estos años. Pero esto, en vez de inducir al desaliento, debe impulsar a intensificar, por una parte, la oración, para que el Dueño de la mies «envíe obreros a su mies» (Mt 9,38), y, por otra, a buscar nuevas estrategias pastorales y vocacionales.

¿Por qué perder la confianza, si Jesús mismo aseguró a Francisco que precisamente él era «el responsable principal» de la Orden? ¿Acaso no le prometió: «Yo he llamado, yo conservaré y apacentaré y, en lugar de los que se pierdan, haré crecer otros. Y si no nacen, yo los haré nacer»? (LM 8,3). Con esta certeza, promoved y acompañad las vocaciones con la oración y el testimonio de vida, confiando en «Dios, que puede hacer surgir de las piedras hijos de Abrahán (cf. Mt 3,9) y hacer fecundos los senos estériles» (Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Caminar desde Cristo, 16). La Orden ha hecho bien en dedicar muchas energías a la pastoral vocacional y a la formación de los aspirantes a la vida consagrada, en colaboración con otros institutos de inspiración franciscana y con las diócesis.

El atractivo de san Francisco y santa Clara de Asís es muy grande para los jóvenes, y hay que utilizarlo para proponer también a las generaciones del tercer milenio «una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino» (Novo millennio ineunte, 46).

A este respecto, las celebraciones organizadas por los cuatro ministros generales de las familias franciscanas con ocasión del 750º aniversario de la muerte de santa Clara pueden constituir una ocasión muy oportuna para hacer que se reconozcan mejor las vocaciones a la vida contemplativa, apostólica, eremítica y secular de franciscanos y clarisas.

6. Sed vosotros mismos hombres apasionados de Cristo y del Evangelio, hombres de oración incesante y testigos gozosos de una opción radical por el reino de los cielos. Vuestro compromiso será tanto más eficaz cuanto más os esforcéis por ofrecer los signos elocuentes de «la primacía que Dios y los valores evangélicos tienen en la vida cristiana» (Vita consecrata, 84).

El sayo tradicional, que vestís habitualmente, recuerda ya al primer impacto el estilo de penitencia y pobreza, de mansedumbre y acogida, de sencillez y entrega total a Dios que debe distinguiros. Manteneos fieles a vuestro carisma típico, abriéndoos al mismo tiempo con sabiduría y prudencia a las exigencias del apostolado de nuestra época.

El Espíritu Santo, con su luz y su fuerza, os capacite para llevar a Cristo «en el corazón y en el cuerpo con amor y con conciencia pura y sincera», y para engendrarlo «a través de las obras santas, que deben resplandecer ante los demás como ejemplo» (2CtaF 53).

San Francisco, santa Clara y todos vuestros santos patronos acompañen los trabajos capitulares y los hagan fecundos para el bien de la Orden y de la Iglesia. La Virgen María, «Estrella de la nueva evangelización», os ayude a permanecer fieles al compromiso misionero al que san Francisco sigue exhortándoos con la hermosa expresión: «Confía en el Señor y él te cuidará» (1 Cel 29).

A la «Virgen hecha Iglesia» (SalVM 1), a la Reina de los Apóstoles, a la «Abogada de la Orden» (2 Cel 198), dirigíos todos los días con el rezo del rosario, oración eminentemente evangélica y franciscana.

Con estos sentimientos, a la vez que aseguro a cada uno un constante recuerdo ante el Señor, le imparto de corazón a usted, reverendo padre, a los capitulares y a todos los hermanos esparcidos por el mundo, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 10 de mayo de 2003.

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