San Francisco ante el Senor

 

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San Francisco recibió los estigmas en 1224, durante un profundo momento de oración y ayuno en el Monte La Verna. Según los primeros relatos franciscanos, vio a un serafín de seis alas con la forma de Cristo crucificado. Cuando la radiante figura se acercó, Francisco sintió un dolor intenso y ardiente; al desvanecerse la visión, descubrió en su propio cuerpo las llagas de Cristo. Estas marcas —aberturas similares a clavos en las manos y los pies, y una herida de lanza en el costado— se convirtieron en un signo visible de su profunda unión espiritual con el sufrimiento de Jesús. Llevó estas llagas, a menudo ocultas bajo el hábito pero evidentes por sus vestiduras manchadas de sangre y su creciente debilidad física, durante los dos últimos años de su vida.

Los estigmas de San Francisco fueron el primer fenómeno de este tipo documentado oficialmente en la historia cristiana y se convirtieron en un poderoso testimonio de su amor por Dios. Sus compañeros, que presenciaron tanto su dolor como las inconfundibles heridas, registraron sus observaciones con reverencia y asombro. Tomás de Celano, uno de sus primeros biógrafos, las describió con detalle, señalando la manera en que marcaron los últimos años del santo. Tras la muerte de Francisco en 1226, las autoridades de la Iglesia investigaron el fenómeno y confirmaron su autenticidad, juicio que más tarde fue aprobado para la devoción pública por el Papa Benedicto XI. Desde entonces, el acontecimiento ocupa un lugar central en la espiritualidad franciscana, simbolizando una participación llena de gracia en el misterio de la Pasión de Cristo.

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