San Antonio por Murillo
San Antonio de Padua con el Niño Jesús — Bartolomé Esteban Murillo, c. 1665–1670
La práctica pictórica de Murillo seguía el método habitual de los artistas barrocos: comenzaba con esbozos rápidos en pluma o carboncillo negro, para luego realizar estudios más detallados en sanguina o tinta aguada, con el fin de resolver los problemas de luz, forma y gesto. A través de este proceso desarrolló la suavidad luminosa que caracteriza su obra, logrando un equilibrio entre lo espiritual y lo cotidiano. Sus pinturas religiosas combinan la claridad escultórica de la tradición española con las innovaciones técnicas del color veneciano y la sensibilidad íntima del arte flamenco.
El tema representa la célebre visión mística de San Antonio de Padua, quien, según la tradición, vio al Niño Jesús aparecer ante él mientras rezaba en soledad. Nacido en Lisboa, Antonio había optado inicialmente por la vida monástica, y luego buscó el martirio en misión evangelizadora, pero terminó como predicador en Italia tras un naufragio.
La Iglesia de la Contrarreforma reconoció rápidamente el atractivo devocional de esta visión: su ternura y su claridad teológica respondían a la necesidad de acercar la experiencia de lo divino al fiel. Más tarde, Antonio sería también venerado como patrono de los objetos perdidos, un detalle que cobra especial sentido en la historia de esta pintura, cuando en 1874 una parte del lienzo fue robada. El fragmento reapareció en Nueva York, fue identificado y devuelto a Sevilla, donde fue restaurado e instalado nuevamente en la Catedral.
Murillo representa a San Antonio arrodillado en actitud humilde, con el hábito franciscano modelado en suaves tonos ocres y pardos. Ante él, el Niño Jesús aparece sentado sobre un libro abierto, irradiando luz sobre la paleta cálida y apagada. El santo inclina la cabeza con delicada reverencia, mientras el Niño extiende su mano hacia su pecho, creando un vínculo espiritual íntimo.
El fondo se desvanece en un resplandor dorado que separa la escena del espacio terrenal, sugiriendo el carácter milagroso de la visión. La combinación de interior sencillo y atmósfera luminosa expresa la unión entre lo humano y lo divino, característica del primer “estilo vaporoso” de Murillo, en el que las formas se suavizan y la luz crea un ambiente contemplativo y sereno.
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