27021986 Discurso SJPII OFMconv Seraphicum

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27 de febrero de 1986: Discurso de San Juan Pablo II a los Conventuales, en el Seraphicum 

El día 27 de febrero de 1986, San Juan Pablo II visitó la entonces nueva sede de la Pontificia Facultad Teológica de San Buenaventura de Roma (el «Seraphicum»), que está encomendada a los Hermanos Menores Conventuales. En el aula magna de la Facultad y estando presentes el Ministro general OFMConv, las autoridades académicas, numerosas autoridades eclesiásticas, los profesores y alumnos del centro, representantes de las otras familias franciscanas, etc., pronunció el siguiente discurso:

1. Es para mí motivo de gran satisfacción encontrar hoy aquí y hablar a vuestra calificada comunidad de superiores, profesores y alumnos de la Orden de Franciscanos Menores Conventuales, reunidos en esta nueva sede de la Facultad Teológica «Seraphicum».

Saludo cordialmente al Ministro general, P. Lanfranco Serrini, al rector-guardián, P. Fanin, y a los profesores de la Facultad. Pienso en el Rvdo. presidente, P. Francisco Javier Pancheri, al cual el Señor ha llamado inesperadamente estos días, mientras preparaba el presente encuentro. Saludo con vivo afecto a toda la comunidad de los estudiantes y saludo también a los padres reunidos para el Capítulo general extraordinario. Os agradezco a todos por haber anhelado este encuentro: sé cuánto os une a la Sede de Pedro el ejemplo y las enseñanzas de san Francisco.

Cómo no recordar en esta ocasión sus palabras, referidas frecuentemente por sus biógrafos: «Vayamos, pues, a nuestra madre la santa Iglesia romana y manifestemos al sumo Pontífice lo que el Señor empieza a hacer por medio de nosotros, para que de voluntad y mandato suyo prosigamos lo comenzado» (TC 46). He aquí que deseo con esta visita alentar y animar las obras que habéis emprendido: esta Facultad y este seminario seráfico; la conmemoración de los dos pontífices Sixto IV y Sixto V, en sus respectivos centenarios de la muerte y del comienzo del pontificado; y el estudio de vuestro capítulo sobre la herencia que el mártir Maximiliano Kolbe ha dejado a vuestra Orden: un despertar de la espiritualidad franciscana, vuestra misión en relación a la devoción de la Inmaculada y la puesta al día de todas las modalidades de apostolado en las que se ocupan los frailes menores conventuales.

San Francisco, san Buenaventura y los estudios

Zurbarán: S. Buenaventura2. En primer lugar, el «Seraphicum». Como es bien sabido, vuestra familia religiosa ha querido fundar en Roma este Instituto con tres objetivos fundamentales: dar a los alumnos una instrucción teológica a nivel universitario, introduciéndoles en el uso de las fuentes y del trabajo científico; preparar a los profesores para los otros colegios teológicos de la Orden; y conservar y renovar la ilustre tradición científica que os es característica. Todo esto en el contexto principal de la formación religiosa, sacerdotal, intelectual y apostólica de los alumnos; en efecto, la nueva sede era necesaria por el crecido número de los estudiantes y para desarrollar las exigencias modernas del estudio. Me complazco con vosotros por esta obra tan insigne y funcional.

También san Francisco «quería tales a los ministros de la Palabra de Dios que, dedicándose a estudios sagrados, no se embargasen con otras ocupaciones. Pues solía decir que los había escogido un gran rey para transmitir a los pueblos las órdenes recibidas de boca de él» (2 Cel 163).

Justamente por esto la Facultad se inspira en san Buenaventura, el Doctor Seráfico, denodado defensor de la obligación del estudio por parte de los frailes menores y, además, insigne modelo en la realización del ideal franciscano del estudioso. Efectivamente, su ejemplo resplandece por dos importantes características: fue un contemplativo en el estudio de la teología y se extenuó en el servicio de la Iglesia. Fue llamado precisamente Doctor Seráfico porque su excepcional potencia especulativa supo inspirarse constantemente en la afectuosa y ferviente consideración del misterio de Cristo. Su obra de genial pensador y de agudo metafísico, su profundo análisis de los temas teológicos no pueden separarse de su doctrina mística. Su ejemplo nos enseña que el principio fundamental de la ciencia teológica es la piedad que brota de la experiencia de Dios. Recordad bien que el estudiante de las facultades teológicas «no se mide con una verdad impersonal y fría, sino con el Yo mismo de Dios, que en la Revelación se ha hecho "Tú" para el hombre y ha abierto con él un diálogo, en el cual le manifiesta algún aspecto de la insondable riqueza de su ser» (Juan Pablo II, Homilía durante la inauguración del curso académico de las universidades y centros de estudios eclesiásticos de Roma, 15-X-79; L'OssRom, Ed. en lengua española, 18-XI-79).

San Buenaventura, además, sirvió a la Iglesia hasta consumirse por ella, cumpliendo, como se sabe, su laborioso servicio en la preparación del II Concilio de Lyon, convocado por Gregorio X. Os deseo que vuestra vida en el Seraphicum esté totalmente abierta al ideal de la exhortación franciscana, que os invita a recibir primero en el secreto de la oración lo que después se vierte en la predicación, para no proferir al exterior palabras frías (cf. 2 Cel 163).

Sixto IV y Sixto V

3. La presente sesión académica intenta sobre todo conmemorar dos papas, hermanos vuestros: Sixto IV, del cual se recuerda el V centenario de su muerte; y Sixto V, en el cuarto centenario de su elección al sumo pontificado; los dos, hijos devotos de san Francisco en la Orden de Franciscanos Menores Conventuales. El estudio del pontificado de estos mis predecesores servirá ciertamente para poner de manifiesto cómo ellos no sólo fueron beneméritos de la Orden, sino también de toda la Iglesia, de la cultura y, de una manera especial, de la ciudad de Roma.


Sixto IV, fray Francisco della Rovere da Savona, fue un hombre de carácter sencillo, de una bondad personal y de una gran religiosidad, conocido por su fuerte devoción mariana. Celebró el Año Santo de 1475, intervino en favor del culto a la Inmaculada, construyó en Roma las iglesias de «Santa María del Popolo» y de «Santa María della Pace». Su recuerdo está íntimamente ligado a la intuición que tuvo del profundo cambio cultural de su tiempo. Por esto él promovió los estudios, protegió a los humanistas, a los científicos y a los artistas. Se puede decir que fue el verdadero y efectivo fundador de la Biblioteca Vaticana. Dio al pueblo de Roma el primer núcleo de las obras de arte que dieron inicio a los museos capitolinos. La Capilla Sixtina fue construida por él para las celebraciones papales.


Además, fue un hombre de caridad y de empresas sociales. Se ocupó con grande empeño y energía de la liberación de la ciudad de Otranto de la ocupación turca. Reedificó el hospital del Espíritu Santo para los pobres, los peregrinos y los enfermos. Construyó el Puente Sixto y transformó el plan regulador de Roma, dándole un aspecto más moderno, de ciudad medieval a ciudad renacentista.


Sixto V, Felice Peretti, en sus cinco años de pontificado, se hizo célebre por el fuerte temple moral, por su austeridad de vida y por el rigor administrativo de la ciudad y de los Estados Pontificios. También él es reconocido como insigne promotor de las artes y de la cultura; proyectó para Roma un verdadero plan regulador de una modernidad sorprendente. No podemos olvidar algunas de sus medidas particularmente interesantes y útiles para la vida de la Iglesia.


En primer lugar debemos recordar que, con gran sabiduría y previsión, creó los dicasterios de la Curia Romana, las modernas Congregaciones. Además, intentando realizar plenamente la reforma católica, según el espíritu del Concilio de Trento, dictó las nuevas normas para la visita «ad límina» de los obispos. Dio disposiciones para la vida de las órdenes y de las congregaciones religiosas. Y se debe recordar la fundación de la Tipografía Vaticana y, sobre todo, el empeño que puso en la publicación de la traducción Vulgata de la Biblia, movido fuertemente por el afán, que ya había tenido Pablo de Tarso, de orientar toda su actividad pastoral a la custodia celosa del «depósito de la fe» y a la infatigable propagación del mensaje de la salvación. Es particularmente significativo para vosotros recordar que Sixto V fundó el «Romanum S. Bonaventurae Collegium», del cual, a través de una ininterrumpida tradición cultural, ha dimanado el «Seraphicum».


4. Dejando a los historiadores un examen más amplio y el juicio sobre las figuras y el significado de la obra efectuada en la Iglesia por estos dos papas que se han sucedido a cien años de distancia entre sí, quisiera resaltar la idea pastoral que les guió en el servicio pontifical, bajo el estímulo de complejos acontecimientos.


Es de apreciar la intuición que tuvo Sixto IV del cambio cultural de su época. Se dio cuenta de que sobre el horizonte se asomaba una nueva era cultural europea, y comprendió que el humanismo interpelaría profundamente a la Iglesia. Por esto fue previsor, comprometiendo medios y personas para que la Sede Romana fuese abierta especialmente a los estudiosos, a los historiadores, a los literatos y a los artistas, reconociendo que a través de este camino se podía instaurar un diálogo con un mundo profundamente renovado. Por lo cual se puede considerar el pontificado de Sixto IV como un momento significativo del designio divino que guía a la Iglesia en el cumplimiento de su misión.


Diversa fue la figura de Sixto V, que vivió su breve pontificado en el complejo y urgente compromiso de la reforma católica. Por su mente brillante y genial, durante los cinco años de su pontificado acaparó la atención de sus contemporáneos y fue admirado universalmente por su sincera religiosidad y por el rigor administrativo y de gobierno. Fue uno de los papas más solícitos de la reforma postridentina, que compaginó un insólito tesón y una gran valentía con una visión clara de los problemas que gravaban sobre la Sede Apostólica y con un espíritu sumamente práctico.


Nosotros sabemos que sólo Dios, creador del universo, modera y dirige la historia actuando sobre los acontecimientos humanos, a lo largo del transcurso de los tiempos, un designio de salvación conocido sólo por Él. Pues bien, si por una parte la historia de la Iglesia de aquellos tiempos impone un examen de conciencia, a pesar de esto podemos asegurar ciertamente que estos dos pontífices contribuyeron, en la historia visible de la Iglesia, al invisible designio de la divina Providencia.


San Maximiliano María Kolbe


5. Por último quiero manifestar mi viva complacencia por el tema que ocupa a vuestros padres capitulares: la herencia dejada por el P. Maximiliano Kolbe a la familia franciscana de los Conventuales.


El sacerdote que ofrece su propia vida por los hermanos, y que sigue por amor el ejemplo de Jesucristo hasta la oblación total y completa de su propia existencia por un acto de suprema caridad, es un don de Dios, un ejemplo que compromete, ofrecido a vuestra meditación por la Providencia del Señor.


Es evidente que en el centro de la vida espiritual de san Maximiliano Kolbe está la devoción a la Virgen Inmaculada. Vosotros recodaréis cómo precisamente en vuestra comunidad, en San Teodoro, nació el Movimiento de la Milicia de la Inmaculada; y conocéis bien cómo él perseveró como Caballero de la Inmaculada hasta el fin de su vida en el campo de concentración, y perseveró en la fidelidad a su Señora de una forma admirable. Por esta fe profunda él se ha convertido en un signo para nuestra época, ya que su sacrificio fue ofrecido como testimonio del valor sublime de la vida del hombre. En la base de su santidad -como dije con ocasión de su canonización- se encuentra la grande y profundamente dolorosa causa humana (cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 33, 1982, pp. 372-376). En este sentido, Maximiliano Kolbe es una señal ofrecida a nuestros tiempos, una advertencia y un ejemplo que puede despertar eficaces motivos para vuestro apostolado. Oportunamente, pues, vosotros os preguntáis cuál es su herencia y qué incidencia puede tener hoy su vida en vuestra Orden, qué respuesta pastoral se os pide hoy, a la luz de su ejemplo y de su devoción a la Virgen Inmaculada. Os deseo que esta reflexión pueda contribuir a dar un fuerte incremento a las numerosas formas de apostolado de las que os ocupáis en vuestro servicio eclesial.

6. Queridísimos: Con estos sentimientos formulo los mejores votos por el Capítulo extraordinario, por las celebraciones centenarias y por la prosperidad del Seraphicum, mientras de corazón imparto mi bendición apostólica a vosotros, a los hermanos de las comunidades de las que provenís y a todas las obras apostólicas de la Orden de los Frailes Menores Conventuales.

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