Jubileo de la Porciuncula
Jubileo de la Porciúncula, 1667
Óleo sobre lienzo. 430 x 295. Museo Wallraf-Richartz de Colonia.
El jubileo de la Porciúncula, además de ser quizá la pintura más significativa, ha sido también la que ha sufrido mayor trasiego. Presidió el retablo mayor hasta que en 1810 fue incautada por Napoleón, llevada al Alcázar sevillano y después a Madrid, donde iba a integrarse en el Museo de Pinturas que no llegó a inaugurarse. Al marcharse los franceses, fue devuelta a los capuchinos en 1815 pero… no llegó entonces la calma.
Ante la invasión, las demás pinturas habían sido escondidas en Cádiz, y en el trasiego desaparecieron dos: La Santa Faz y el San Miguel Arcángel. El Ángel de la guarda fue regalado a la Catedral de Sevilla en 1814, en agradecimiento por haber conservado algunas obras. El deterioro del resto obligó a la comunidad franciscana a contratar a un pintor (Joaquín Bejarano) para restaurarlas y el pago fue… El jubileo de la Porciúncula.
Bejarano lo vendió luego a José de Madrazo, y de este pasó a manos del infante Sebastián Gabriel, a quien el gobierno incautó sus obras de arte en 1835. Pasó por el Museo de la Trinidad de Madrid hasta que en 1861 fue devuelto al infante. Pero no se quedó con él: su hijo lo vendió en 1898 a los Amigos del Arte de Colonia; por eso hoy pertenece al Wallraf-Richartz Museum de esa ciudad alemana.
Una aclaración, si Porciúncula os suena a exótico: el nombre se debe a la capilla de Santa María de la Porciúncula de la basílica de Santa María de los Ángeles de Asís. La obra de Murillo narra el momento en que Cristo y la Virgen, rodeados por un coro de ángeles, se aparecen al santo, en 1216 en el altar, para conceder el jubileo o la indulgencia plenaria a los peregrinos que visitaran la capilla, emblemática para los franciscanos.
Como tantas otras de Murillo, estas obras responden al espíritu de la Reforma Católica y al deseo de despertar el fervor del creyente por la contemplación de escenas a la vez divinas y humanas. El andaluz fue el único pintor sevillano del XVII que heredó el sentido de la medida y la ponderación expresiva de Montañés. Lejos del misticismo de Zurbarán y del agudo realismo de Valdés Leal, su arte es equilibrado, sin estridencia alguna, dominado por las atmósferas plácidas y un tono más próximo a la contemplación tranquila que al arrebatado movimiento barroco.
Compra esta imagen, ahora con descuento




Comments
Post a Comment