26021994 Discurso SJPII OFM conv Maximiliano Kolbe



El sábado 26 de febrero de 1994, San Juan Pablo II recibió a doscientos clérigos estudiantes de la Orden de Frailes Menores Conventuales, que participaron en un congreso nacional organizado por la «Milicia de la Inmaculada», con ocasión del primer centenario del nacimiento de san Maximiliano María Kolbe.

San Maximiliano KolbeAmadísimos jóvenes hermanos de san Maximiliano Kolbe:

1. Con gran afecto os recibo hoy y os doy mi más cordial bienvenida. Mi saludo va en particular al ministro general de los Frailes Menores Conventuales, el padre Lanfranco Serrini, a quien agradezco las amables palabras que me acaba de dirigir, también en nombre de los responsables de la Milicia de la Inmaculada, de vuestros formadores y de cada uno de vosotros. Os halláis reunidos aquí para recordar el primer centenario del nacimiento de san Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad y patrono de este difícil siglo nuestro. Este aniversario es motivo de oración, reflexión y compromiso renovado, de manera especial ahora que nos encontramos en vísperas del año 2000.

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La figura del padre Maximiliano María Kolbe, que nació el 8 de enero de 1894 en Zdunska Wola, Polonia, resplandece por el gran amor con que consagró su existencia a la Inmaculada y por la entrega heroica de su vida a sus hermanos, sacrificio que le llevó a esa terrible muerte en el campo de concentración de Auschwitz. Sigue entre nosotros como profeta y signo de los tiempos nuevos, los tiempos de la civilización del amor.

Apóstol de la Inmaculada

2. Siendo ya clérigo en el colegio "Seraphicum", aquí en Roma, quiso compartir con sus compañeros de estudio la radicalidad de su consagración a la Inmaculada, exhortándolos a ser caballeros de Aquella que se nos dio como aurora del Sol que salva, Cristo el Señor. Les quería confiar la misión de «irradiar -como escribió- la Inmaculada en nuestro ambiente, atraer hacia ella a las demás almas, para que ante ella se abran también los corazones de nuestros vecinos, y reine en el corazón de todos, por doquier, sin distinción de raza, nacionalidad o lengua, así como en el corazón de todos los hombres que vivan en todo tiempo, hasta el fin del mundo» (SK 1210, III, 475). Muchos lo siguieron en todo el mundo, con la audacia de la esperanza, en la fidelidad a la vocación, en la austeridad de vida, conscientes de que -como solía repetir- «sólo el amor crea». Pero el optimismo con que el padre Kolbe afrontaba todas sus actividades no le hizo olvidar nunca que en la vida es donde se libra la lucha de la gracia y el pecado, de la fidelidad y de la infidelidad (cf. Rom 7,14-25). Y precisamente cuando parecía que el mal había triunfado sobre él, en el horror del campo de exterminio, se manifestó en plenitud la victoria de Cristo.

«Sólo el amor crea». El pecado destruye.

El testimonio de los mártires

3. El padre Maximiliano Kolbe reafirmó, con su valiente testimonio, la fuerza de la nueva creación, de la que María Inmaculada es anticipadora y ejemplo, por ser la predestinada Madre del Redentor.

Nuestro siglo ha conocido muchos mártires, que supieron dar la vida para reafirmar su fe en el Dios de la vida. Una de las tareas actuales de la Iglesia es, ciertamente, la de recoger el recuerdo de estos hombres y mujeres, hermanos nuestros, que nos han enseñado a abrir de par en par la vida a Cristo para anunciarlo a todos (cf. Col 1,23), en todos los rincones de la tierra, como hizo vuestro hermano, el padre Kolbe. De su sangre nació en la Iglesia una nueva juventud: de esta primavera de esperanza tiene necesidad hoy la humanidad. Cuando quiere crear una civilización que excluye a Dios de su horizonte, el hombre produce crímenes horrendos y terribles desastres. Cada vez que los hombres han querido construir su ciudad sin los valores que provienen del «ser de Dios» (cf. 1 Jn 4,6), han acabado por edificar muros y barreras entre sí.

Invocar a María

4. Amadísimos jóvenes, a vosotros se os ha confiado el mensaje siempre actual que san Maximiliano confirmó con el sacrificio supremo. «Toda generación -decía- debe añadir su propio esfuerzo y sus propios frutos a los de las generaciones anteriores... ¿Qué añadiremos nosotros?... ahora se abre la segunda página de nuestra historia: es decir,... introducir la Inmaculada en los corazones de los hombres, para que ella construya en ellos el trono de su Hijo, los arrastre a su conocimiento y los inflame de amor hacia el sacratísimo Corazón de Jesús» (SK 486, I, 894-895).

Es un programa denso que compromete toda la vida. Se confía a vuestras energías y a vuestro esfuerzo. Sabed amar a la Inmaculada, pues ella os conduce a su Hijo. Por ella, y con su ayuda, podréis superar las inevitables dificultades que hallaréis en vuestro camino. Con ella lograréis depositar en el corazón de toda persona, con quien os encontréis, la semilla de Cristo, centro y fin de toda vida. Invocadla, por tanto, con confianza y ternura, para que, como san Maximiliano, también vosotros podáis ser testigos veraces del amor que Dios tiene a cada hombre.

Ofreciéndoos cordialmente el deseo, tan común entre vosotros, de Paz y Bien, a todos os bendigo con gusto.

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