La importancia del Concilio Vaticano II


El Concilio Vaticano II fue el acontecimiento religioso más importante del siglo XX, ya que por iniciativa de SS Juan XXIII, se convocó un Concilio para 1962 (sólo se han celebrado 20 concilios en toda la historia) para que la Iglesia se abriera al mundo, e hiciera un examen de conciencia general para adaptar la presentación del Mensaje Evangélico a los tiempos modernos. Participaron todas las iglesias cristianas, especialmente las ortodoxas, y el mensaje del Concilio abarcó todos los temas candentes en el mundo, desde el armamiento, hasta la proclamación de la dignidad de todas las personas, siendo todos iguales ante Dios. A partir de entonces la Iglesia ve al “mundo” no como una cosa mala (según algunos catecismos antiguos), sino como algo bueno, que ha sido creado Dios.

¿Qué ha cambiado desde el Concilio?

Sin cambiar sus principios de fe, ni los dogmas, el Concilio Vaticano II buscó cómo explicar la fe, haciéndola más comprensible para el hombre moderno. Se trató de un Concilio pastoral, en que se modificó la liturgia, empleando el lenguaje propio de cada nación. Se afirmó que la santidad no es cosa de obispos, de religiosos, frailes o curas, sino que concierne a todos los fieles. El Concilio es una llamada universal a la santidad (Lumen Gentium, 40-42). Realzando el papel de los laicos, los seglares en la Iglesia, devolviéndoles un protagonismo que ya habían tenido en la época de los Apóstoles, pero que con el tiempo se había restringido prácticamente solo a los célibes que se consagraban a Dios.

Después del Concilio, se ha visto un gran florecimiento de instituciones y movimientos laicales por todo el mundo, que buscan precisamente la santidad personal y extender el Reino de Dios entre los hombres. Además, el Concilio aprobó un importante documento: la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG), que define a la Iglesia como un “sacramento (señal) de la íntima unión con Dios” (LG, n. 1). Reafirmó que la Iglesia es una jerarquía, con el Papa en la cabeza, tal como la instituyó Jesucristo, pues Él fue quien eligió a los Apóstoles y estos eligieron a sus presbíteros. Al pueblo fiel se le llamó el Pueblo de Dios que peregrina en la Tierra hacia la casa del Padre. Incluyó la definición del sacerdocio, mediador entre Cristo y los hombres, a través de la administración de los sacramentos de confesión y la Eucaristía (Presbyterorum Ordinis n. 2). “Este sacerdocio ministerial –que tendrá en mucho el cuidado de los pobres—deberá ejercerse en la Iglesia Latina a través del don del celibato, a través del sacramento del Orden Sagrado para administración de los sacramentos.

La Iglesia reclama “su derecho a predicar con libertad la fe, e incluso a pronunciar un juicio moral (aun en problemas políticos) si así lo exigen los derechos de las personas o la salvación de las almas” (GS, n. 76). Esta apertura al mundo de la Iglesia le obliga a saber ver lo bueno que hay en todas las culturas, en todas las religiones, en toda actividad del hombre, teniendo en cuenta de que todos tenemos la misma dignidad ante Dios. Finalmente, el Concilio proclamó el derecho de los padres a elegir la enseñanza de sus hijos, (Gravissimum Educationis, n. 6). Y dentro de los derechos fundamentales no puede faltar el derecho de todo hombre a la vida, desde su concepción (GS, n. 51). El Concilio defendió la libertad del hombre, teniendo en cuenta que solo Dios es juez de los corazones” (GS, n. 28).

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