11052007 Benedicto XVI Homilia Canonizacion Fray Galvao

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"Campo de Marte", São Paulo

Viernes 11 de mayo de 2007

11 de mayo de 2007: Benedicto XVI, Homilía en la misa de canonización de Fray Galvao.

Señores cardenales;

señor arzobispo de São Paulo y obispos de Brasil y de América Latina;

distinguidas autoridades;

hermanas y hermanos en Cristo: 

"Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca" (Sal 33, 2).

1. Alegrémonos en el Señor, en este día en el que contemplamos otra de las maravillas de Dios que, por su admirable providencia, nos permite gustar un vestigio de su presencia en este acto de entrega de Amor representado en el santo sacrificio del altar.

Sí, no podemos menos de alabar a nuestro Dios. Alabémoslo todos, pueblos de Brasil y de América; cantemos al Señor sus maravillas, porque ha hecho grandes cosas en favor nuestro. Hoy, la divina Sabiduría permite que nos encontremos alrededor de su altar en actitud de alabanza y de acción de gracias por habernos concedido la gracia de la canonización de fray Antonio de Santa Ana Galvão.

Quiero agradecer las afectuosas palabras del arzobispo de São Paulo, mons. Odilo Scherer, que se ha hecho portavoz de todos vosotros, y la solicitud de su predecesor, el cardenal Cláudio Hummes, que promovió con tanto empeño la causa del padre Galvão. Agradezco la presencia de cada uno de vosotros, tanto la de los habitantes de esta gran ciudad como la de los que han venido de otras ciudades y naciones. Me alegra que, a través de los medios de comunicación, mis palabras y las expresiones de mi afecto puedan entrar en cada casa y en cada corazón. Tened la certeza de que el Papa os ama, y os ama porque Jesucristo os ama.

En esta solemne celebración eucarística se ha proclamado el pasaje del Evangelio en el que Jesús, en actitud de arrobamiento interior, proclama:  "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños" (Mt 11, 25). Por eso, me siento feliz porque la elevación de fray Galvão a los altares quedará para siempre enmarcada en la liturgia que hoy la Iglesia nos ofrece.

Saludo con afecto a toda la comunidad franciscana y, de modo especial, a las monjas concepcionistas que, desde el Monasterio de la Luz, de la capital del Estado de São Paulo, irradian la espiritualidad y el carisma del primer brasileño elevado a la gloria de los altares.

2. Damos gracias a Dios por los continuos beneficios alcanzados por el poderoso influjo evangelizador que el Espíritu Santo imprimió en tantas almas a través de fray Galvão. El carisma franciscano, evangélicamente vivido, ha producido frutos significativos a través de su testimonio de ferviente adorador de la Eucaristía, de prudente y sabio guía de las almas que lo buscaban y de gran devoto de la Inmaculada Concepción de María, de la que se consideraba "hijo y esclavo perpetuo".

Dios sale a nuestro encuentro, "trata de atraernos, llegando hasta la última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las cuales él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente" (Deus caritas est, 17). Se revela a través de su Palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Por eso, la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística. El Señor, en su amorosa providencia, nos dejó una señal visible de su presencia.

Cuando contemplamos en la santa misa al Señor, elevado por el sacerdote, después de la consagración del pan y del vino, o cuando lo adoramos con devoción expuesto en la Custodia, renovamos nuestra fe con profunda humildad, como hacía fray Galvão en "laus perennis", en actitud constante de adoración. En la sagrada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, Cristo mismo, nuestra Pascua, el Pan vivo que bajó del cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da la vida a los hombres.

Esta misteriosa e inefable manifestación del amor de Dios a la humanidad ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los cristianos. Deben poder conocer la fe de la Iglesia, a través de sus ministros ordenados, por la ejemplaridad con que estos cumplen los ritos prescritos, que en la liturgia eucarística indican siempre el centro de toda la obra de evangelización. Por su parte, los fieles deben tratar de recibir y venerar el santísimo Sacramento con piedad y devoción, deseando acoger al Señor Jesús con fe y recurriendo, cada vez que sea necesario, al sacramento de la Reconciliación para purificar el alma de todo pecado grave.

3. Es significativo el ejemplo de fray Galvão por su disponibilidad para servir al pueblo siempre que se le pedía. Tenía fama de consejero, pacificador de las almas y de las familias, dispensador de caridad especialmente en favor de los pobres y de los enfermos. Era muy buscado para las confesiones, pues era celoso, sabio y prudente. Una característica de quien ama de verdad es no querer que el Amado sea agraviado; por eso, la conversión de los pecadores era la gran pasión de nuestro santo. La hermana Helena Maria, que fue la primera "religiosa" destinada a iniciar el "Recolhimento de Nossa Senhora da Conceição", testimonió lo que dijo fray Galvão:  "Rezad para que Dios nuestro Señor, con su poderoso brazo, saque a los pecadores del abismo miserable de las culpas en que se encuentran". Que esa delicada recomendación nos sirva de estímulo para reconocer en la Misericordia divina el camino que lleva a la reconciliación con Dios y con el prójimo y a la paz de nuestra conciencia.

4. Unidos al Señor en la comunión suprema de la Eucaristía y reconciliados con él y con nuestro prójimo, seremos portadores de la paz que el mundo no puede dar. ¿Podrán los hombres y mujeres de este mundo encontrar la paz si no toman conciencia de la necesidad de reconciliarse con Dios, con el prójimo y consigo mismos? En este sentido, fue muy significativo lo que la cámara del Senado de São Paulo escribió al ministro provincial de los franciscanos al final del siglo XVIII, definiendo a fray Galvão un "hombre de paz y de caridad". ¿Qué nos pide el Señor?:  "Amaos unos a otros como yo os he amado". Pero inmediatamente añade:  "Dad fruto y que vuestro fruto permanezca" (cf. Jn 15, 12.16). ¿Y qué fruto nos pide, sino el de saber amar, inspirándonos en el ejemplo del santo de Guaratinguetá?

La fama de su inmensa caridad no tenía límites. Personas de toda la nación iban a ver a fray Galvão, que a todos acogía paternalmente. Se trataba de pobres, enfermos del cuerpo y del espíritu, que le imploraban ayuda.

Jesús abre su corazón y nos revela el centro de todo su mensaje redentor:  "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Él mismo amó hasta dar su vida por nosotros en la cruz. También la acción de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad debe poseer esta misma inspiración. Las iniciativas de pastoral social, si se orientan al bien de los pobres y de los enfermos, llevan en sí mismas este sello divino. El Señor cuenta con nosotros y nos llama amigos, pues sólo a los que amamos de esta manera somos capaces de darles la vida proporcionada por Jesús con su gracia.

Como sabemos, la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano tendrá como tema fundamental:  "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida". ¿Cómo no ver, entonces, la necesidad de escuchar con renovado fervor la llamada, para responder generosamente a los desafíos que debe afrontar la Iglesia en Brasil y en América Latina?

5. "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso", dice el Señor en el Evangelio, (Mt 11, 28). Esta es la recomendación final que el Señor nos dirige. ¿Cómo no ver aquí el sentimiento paterno y a la vez materno de Dios hacia todos sus hijos? María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se encuentra particularmente unida a nosotros en este momento. Fray Galvão afirmó con voz profética la verdad de la Inmaculada Concepción. Ella, la Tota Pulchra, la Virgen purísima, que concibió en su seno al Redentor de los hombres y fue preservada de toda mancha original, quiere ser el sello definitivo de nuestro encuentro con Dios, nuestro Salvador. No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora.

De hecho, este santo se entregó de modo irrevocable a la Madre de Jesús desde su juventud, deseando pertenecerle para siempre y escogiendo a la Virgen María como Madre y Protectora de sus hijas espirituales.

Queridos amigos y amigas, ¡qué bello ejemplo nos dejó fray Galvão! ¡Cuán actuales son para nosotros, que vivimos en una época tan llena de hedonismo, las palabras escritas en la fórmula de su consagración:  "Quítame la vida antes de que ofenda a tu bendito Hijo, mi Señor". Son palabras fuertes, de un alma apasionada, que deberían formar parte de la vida normal de todos los cristianos, tanto los consagrados como los no consagrados, y que despiertan deseos de fidelidad a Dios tanto dentro como fuera del matrimonio. El mundo necesita vidas límpidas, almas claras, inteligencias sencillas, que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir "no" a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del casamiento.

Precisamente ahora Nuestra Señora es la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía segura de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación. Esta misteriosa presencia de la Virgen purísima se hará realidad cuando invoquemos la protección y el auxilio de la Virgen Aparecida. Pongamos en sus manos santísimas la vida de los sacerdotes y de los laicos consagrados, de los seminaristas y de todos los que han sido llamados a la vida religiosa.

6. Queridos amigos, permitidme concluir evocando la Vigilia de oración de Marienfeld en Alemania:  ante una multitud de jóvenes, presenté a los santos de nuestra época como verdaderos reformadores. Y añadí:  "Sólo de los santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo" (Homilía, 20 de agosto de 2005:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 11). Esta es la invitación que os hago hoy a todos vosotros, desde el primero hasta el último, en esta inmensa Eucaristía. Dios dijo:  "Sed santos, como yo soy santo" (Lv 11, 44).

Demos gracias a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, de los cuales nos vienen, por intercesión de la Virgen María, todas las bendiciones del cielo; de los cuales nos viene este don que, juntamente con la fe, es la mayor gracia que el Señor puede conceder a una criatura:  el firme deseo de alcanzar la plenitud de la caridad, con la convicción de que la santidad no sólo es posible, sino también necesaria a cada uno en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero rostro de Cristo, nuestro amigo. Amén.

Tabla para charcutería con imagen de Frailes Franciscanos

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