04051991 Mensaje SJPII Capitulo General OFM

 

Queridos hijos de san Francisco,

1. Conforme a la tradición de vuestra Orden y según vuestras Constituciones, el P. Juan Vaughn, vuestro Ministro general, me ha pedido que designe a mi delegado, encargado de presidir, en nombre y representación de la Santa Sede, la próxima elección del Ministro general, que es una de las tareas principales de este Capítulo de los Hermanos Menores.

Lejos de ser algo puramente formal, esta petición constituye para vosotros un acto de fidelidad hacia el hermano Francisco, quien prometió «obediencia y reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia romana» (2 R 1,2). Para la Orden toda, este trámite manifiesta, más que el respeto a una prescripción de las Constituciones, vuestra voluntad actual de mantener vivos vuestros lazos de estrecha y filial comunión con el sucesor de Pedro, cuya misión es «procurar el bien común de la Iglesia universal y de cada Iglesia».[1]

2. Me ha parecido útil acompañar la designación de mi delegado con un mensaje para vosotros, queridos hijos de san Francisco. Es la tercera vez, desde el comienzo de mi pontificado, que tengo la ocasión de dirigirme a vosotros de este modo. Esto me da, al mismo tiempo, la alegría de estrechar mis vínculos personales con la familia franciscana, evocando mis peregrinaciones a los lugares santificados por la presencia del hermano Francisco, entre las que no quiero dejar de recordar, en acción de gracias, la que el 27 de octubre de 1986 reunió en Asís, en el ayuno y la oración por la paz, a los representantes de todas las religiones.

3. En mis anteriores mensajes he tratado de poner de relieve alguno de los aspectos de la rica herencia espiritual que os dejó vuestro fundador. Me complace subrayar de nuevo algunos rasgos esenciales de vuestra tradición franciscana: el amor apasionado a Cristo pobre, que se expresa en una participación lo más perfecta posible en la condición de los humildes; el desapego radical de los bienes de este mundo, que se une de maravilla con un amor familiar a la creación, en la que el hermano Francisco vivía como en su propia casa; el apego a la vida fraterna con la puesta en común de los dones de cada uno, en una obediencia total y gozosa; una acción perseverante, en la diversidad de los ministerios y de las funciones ejercidas por los hermanos, con vistas al crecimiento del Cuerpo de Cristo; el culto a la Eucaristía, inseparable del anuncio del Evangelio; en fin, la ternura hacia la santa humanidad de Cristo y la fe sin mella en su divinidad y en su eterno Señorío.

Desarrollando estos carismas de vuestra Orden, siempre actuales, ofrecéis a la generosidad de los mensajeros de la Buena Nueva caminos seguros para servir a los hombres de hoy, gracias a vuestro equilibrio teológico, espiritual y pastoral.

4. Habéis elegido San Diego para celebrar vuestro Capítulo, y así participáis en la celebración del V Centenario de la Evangelización de América, en la que vuestros hermanos tomaron parte ampliamente. En esa ciudad, la más antigua de las fundadas por los europeos en California, el beato Junípero Serra (1713-1784) estableció la primera de las veintiuna misiones que iban a extenderse a lo largo de la costa oeste de los Estados Unidos (1769).

5. Vuestro Capítulo general se propone estudiar el tema: «La Orden de los Hermanos Menores y la evangelización hoy». No se trata de una re-evangelización, como si el primer anuncio del Evangelio hubiera fracasado, sino, como dije a la asamblea general del CELAM celebrada en Haití en 1983, de una «evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión».[2]

El Papa Inocencio III envió a vuestros primeros hermanos a anunciar la alegre noticia de la salvación ofrecida a todos los hombres y a lanzar una apremiante llamada a la conversión a Jesucristo: «Id con el Señor, hermanos, y, según Él se digne inspiraros, predicad a todos la penitencia» (1 Cel 33). Yo hago mío hoy ese envío en misión y os lo repito de nuevo. Y así como la existencia de vuestra Orden se debió a aquel primer envío, así también hoy la misión que ella recibe de la Iglesia en la persona del sucesor de Pedro, le da su razón de ser. Ningún hermano, por tanto, es enviado a título individual. La misma Orden no tiene más misión que la recibida de la Iglesia, conforme a su carisma propio. La dependencia con respecto a Aquel que envía es esencial en la concepción de la misión eclesial, porque ésta no sólo se despliega a imagen de la de Cristo, sino que se sitúa en el interior de la misión de Aquél cuya palabra es la del Padre que lo envió (cf. Jn 14,24).

Dibujo Franciscano: Pupitre6. Permitidme hoy llamar vuestra atención, en fidelidad a la tradición de vuestra Orden, especialmente sobre la formación intelectual que hay que considerar como una exigencia fundamental de la evangelización. Ésta, lejos de hacerse a fuerza de eslóganes o por medio de ideologías efímeras o de opiniones discutibles que podrían desorientar a los pobres, requiere una inversión intelectual prolongada y profunda, austera sin duda, pero eficaz a largo plazo; inversión sostenida y animada por la fe, y que conduce a un progreso en la fe: «de fe en fe» (Rom 1,17). Una fe auténtica, en efecto, busca la inteligencia de los misterios, y un ejercicio sano de la inteligencia saca provecho ampliamente de las luces de la fe.

7. El mandato «de poenitentia praedicanda», de predicar la penitencia, exige una preparación intelectual seria desde el punto de vista de las ciencias humanas y sagradas. La nueva evangelización, también. ¿No es esto lo que enseñaron los santos y los doctores de vuestro Instituto, para quienes «el edificio de la Orden debe construirse sobre dos muros, el de la santidad de vida y el de la ciencia»?[3] ¡Ojalá que, siguiendo sus huellas y según la Regla, la predicación de los hermanos menores sea hoy «examinata et casta» (cf. 2 R 9,3), es decir, afinada en el estudio, recta y sin confusión!

8. Queridos hermanos, os exhorto encarecidamente a entrar en la dinámica de una evangelización regenerada, gracias a la promoción del estudio de la teología, ciencia eclesial por excelencia «porque crece en la Iglesia y actúa sobre la Iglesia... Ella es un servicio de Iglesia y debe, por tanto, sentirse dinámicamente inserta en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética».[4] Para alcanzar este objetivo, hay que fomentar ciertas disposiciones concretas, que creo útil citaros.

Las normas de la Iglesia universal que valen para la formación de todos los religiosos, y especialmente para la formación de todos los futuros sacerdotes, deben observarse rigurosamente. Igual atención debe prestarse a las prescripciones de vuestra Orden (Constituciones, Estatutos generales, Ratio institutionis et studiorum), destinadas a garantizar una fidelidad plena a vuestro carisma franciscano. Conviene que las provincias mejor provistas de jóvenes religiosos no teman enviarlos en gran número a realizar estudios superiores en ciencias humanas y en ciencias sagradas, a fin de que la Orden de los Hermanos Menores «pueda y sepa ampliar, en la sociedad de hoy, los espacios a los valores contenidos en el Evangelio».[5] Conviene igualmente que cada provincia adopte sus propias medidas para tener un número suficiente de formadores cualificados. Además, es importante que las revistas y los periódicos que están bajo la responsabilidad de la Orden favorezcan una reflexión seria sobre los problemas de nuestro tiempo, a la luz de la fe y en comunión con los Pastores de la Iglesia, porque «el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo».[6] En fin, para ser capaces de «integrar la creatividad en la fidelidad»,[7] los hermanos se empeñarán en mantener una formación permanente.

9. Al entregar este mensaje al señor cardenal Jean Jérôme Hamer, que presidirá la elección de vuestro Ministro general, le confío también el encargo de expresaros mi aliento afectuoso que resumiré con gusto usando las palabras de la séptima Admonición de san Francisco: «Son vivificados por el espíritu de la divina letra aquellos que no atribuyen al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra y el ejemplo se la restituyen al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien».

Queridos hijos de san Francisco, queridos hermanos en Jesucristo, encomiendo vuestros trabajos a María, a quien vosotros veneráis como Madre y Reina de la Orden, y de todo corazón os imparto a todos mi bendición apostólica.
N O T A S

[1] Concilio Vaticano II, Christus Dominus, n. 2.

[2] Puerto Príncipe, 9 de marzo de 1983, III.

[3] Tomás de Eccleston, De adventu fratrum minorum in Angliam, n. 90).

[4] Discurso a la Pontificia Universidad Gregoriana, 15 de diciembre de 1979, n. 6.

[5] Discurso al Pontificio Ateneo Antonianum, 16 de enero de 1982, n. 5; cf. Sel Fran n. 32, 1982, 178.

[6] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 10b.

[7] Concilio Vaticano II, Potissimum institutioni, n. 67c.

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