Adviento Franciscano
El último y más significativo de los cinco ayunos de San Francisco comenzó antes del Adviento, iniciándose en la fiesta de Todos los Santos y concluyendo en la víspera de Navidad. Este tiempo especial de preparación reflejaba el profundo deseo de Francisco de disponer su espíritu para la venida del Señor. En la tradición franciscana, esta “Cuaresma de San Francisco” se convirtió en un modelo de vigilancia espiritual, reflejo del compromiso constante del santo de vivir en expectación de la presencia de Cristo.
San Buenaventura describe a Francisco como “el heraldo del Gran Rey”, una figura cuyo papel se asemejaba al de San Juan Bautista. Bautizado como Giovanni, Francisco asumió el papel profético de anunciar a Cristo con el ardor de una “voz que clama en el desierto”. Por eso, el carisma franciscano entiende a Francisco —y a todos los que siguen su camino— como personas de Adviento perpetuo: hombres y mujeres que vigilan, se preparan y abren el corazón continuamente a la venida de Cristo, no solo durante el tiempo litúrgico sino a lo largo de todo el año.
El Adviento franciscano se caracteriza por su espíritu evangélico, mariano e inclusivo. Llama a los franciscanos a preparar el mundo para la venida de Cristo allanando caminos de injusticia, sanando heridas espirituales y sociales, y proclamando la Buena Nueva con humildad y alegría. Como María, los franciscanos están invitados a llevar a Cristo dentro de sí y hacerlo presente entre los demás, especialmente entre los pobres y olvidados. Aunque el Adviento concluye litúrgicamente en Navidad, la tradición franciscana extiende esta actitud a la vida cotidiana: un Adviento perpetuo en el que los seguidores de Francisco dan testimonio de la Pasión, Resurrección y la acción continua del Espíritu Santo.

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