Adviento en el Espiritu Franciscano
La última y más significativa de las Cuaresmas que vivió San Francisco comenzó antes del Adviento, iniciándose en la fiesta de Todos los Santos y concluyendo en la víspera de Navidad. Este tiempo especial de preparación reflejaba su profundo deseo de disponer el corazón para la venida de Cristo. Francisco vivió el Adviento con una devoción intensa, contemplando el misterio de la Encarnación y preparándose espiritualmente para el nacimiento del Señor. En 1223, esta devoción alcanzó su expresión más hermosa cuando creó en Greccio el primer pesebre viviente, buscando hacer visible y tangible para todos la humildad y pobreza del nacimiento de Cristo.
San Buenaventura describe a Francisco como “el heraldo del Gran Rey”, un papel que evoca la misión de Juan el Bautista. Bautizado como Giovanni, Francisco asumió esta identidad profética con el ardor de quien anuncia a Cristo como una “voz que clama en el desierto”. Su peregrinación a Belén lo había marcado profundamente: allí contempló el pesebre donde nació Jesús, y ese recuerdo lo inspiró a recrear la escena en Greccio. Reunió a los aldeanos en una cueva, preparó un pesebre con heno, colocó junto a él un buey y un asno, y celebró la Misa sobre aquel humilde escenario, sirviendo como diácono y predicando con ternura. Este gesto se convirtió en un sello de la espiritualidad franciscana: recordar la Encarnación no como una idea abstracta, sino como un encuentro concreto con la humildad divina.
Para la tradición franciscana, el Adviento sigue siendo un tiempo marcado por la sencillez, la apertura y la alegría evangélica. Invita a preparar el mundo para la venida de Cristo allanando los caminos de la injusticia, sanando las heridas de la pobreza y la alienación, y proclamando la Buena Nueva a todos. Como María, los franciscanos están llamados a llevar a Cristo en su interior y a hacerlo presente entre los demás, especialmente entre los pobres y olvidados. Y así como Francisco deseaba “ver con los ojos del cuerpo las incomodidades de su infancia”, los franciscanos de hoy están llamados a vivir en un Adviento perpetuo: esperando cada día al Gran Rey y dando testimonio de su humildad, de su Pasión y Resurrección, y de la acción transformadora del Espíritu Santo.

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