Custodia Franciscana del Santo Sepulcro

 

I. El Santo Sepulcro: Corazón del mundo cristiano

Para un cristiano, el corazón de Jerusalén es el Santo Sepulcro: en este lugar se manifiesta la presencia salvadora de Dios, su amor por los hombres. Es el lugar del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo Señor, nuestro Salvador. El Santo Sepulcro es como un imán que atrae a los creyentes hacia «las raíces de su fe y de la Iglesia» (Juan Pablo II).

Sin duda, fue el objetivo que guió a san Francisco para encontrarse con el Sultán y obtener así el permiso para él y para sus hijos de visitar y servir para siempre en el Calvario y en el Sepulcro del Señor. En la historia que va desde las Cruzadas hasta la total dominación musulmana de Jerusalén se coloca otra "historia": la presencia franciscana en Tierra Santa. Juan Pablo II, en la Carta que anuncia su peregrinación a Tierra Santa, presenta el significado de la misión de los franciscanos:

«Y quiso la Providencia que, junto con los hermanos de las Iglesias orientales, fueran sobre todo los hijos de Francisco de Asís, santo de la pobreza, de la mansedumbre y de la paz, quienes de parte de la cristiandad de occidente, interpretaran de un modo genuinamente evangélico el legítimo deseo cristiano de custodiar los lugares donde están nuestras raíces cristianas».

Mientras las armas cruzadas se habían mostrado impotentes, los hijos de san Francisco tomaban pacíficamente posesión de los Santos Lugares, y durante largos siglos, a precio de sufrimientos indecibles, montaron en ellos guardia, hasta nuestros días, en nombre del mundo católico.

a) Francisco desea el contacto directo con Cristo. Jesucristo no es sólo el Hijo de Dios, sino también el modelo al que deben imitar los hombres: conociéndolo, el hombre sabe quién es él y cómo comportarse en la vida. Ahora bien, Jesús no es un ser abstracto; es una persona viva y concreta. Francisco de Asís es un enamorado de esa Persona. 

Todos sus escritos transpiran infinito amor e inmensa ternura hacia Jesucristo, a quien quiere conocer e imitar al máximo en su vida. El Santo tenía a «Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos; Jesús presente siempre en todos sus miembros" (1 Cel 115). El mismo Celano afirma que «conservaba tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y el amor de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Según san 

Buenaventura su oración era el «Padre Nuestro» y también «Te adoramos, Cristo, en todas las iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo» (LM 4,3). Francisco predicaba siempre «la cruz de Cristo».

b) Tierra Santa, centro de la espiritualidad de Francisco. Aunque no lo sabemos con certeza, es probable que san Francisco haya visitado el Santo Sepulcro, como relatan antiguas crónicas franciscanas, según las cuales, en su encuentro con el Sultán, en 1219, éste le dio todas las facilidades para poder visitar el Santo Sepulcro: «El Sultán... dio orden que él y todos sus frailes pudieran ir libremente a visitar el Santo Sepulcro, sin pagar ningún tributo». Dicen además que Francisco vuelve a Italia después de haber estado en Jerusalén: «Visitado el Sepulcro de Cristo, volvió apresuradamente a la tierra de los Cristianos» (Ángel Clareno, Crónica de las siete tribulaciones, II, 1). No visitar el Santo Sepulcro estaría en contradicción con el espíritu del Santo. Francisco tenía necesidad de sentir en su corazón las mismas emociones y las mismas vibraciones que había sentido y experimentado Cristo. No es inimaginable sospechar que Francisco, en su deseo de imitar radicalmente a Cristo hasta el martirio, quisiera terminar su vida en la misma Tierra en la que el Hijo de Dios había consumado su sacrificio de amor.

Se comprende también así que los recuerdos de Tierra Santa quedaran impresos en su corazón y se convirtiesen en experiencia de vida. La impresión de las llagas en La Verna es la imitación de la crucifixión de Cristo en el Calvario, y el Cántico de las Criaturas es el himno al mundo renovado por la resurrección de Cristo y que ahora ha sido reconciliado con Dios gracias a la Redención de Cristo. Greccio y La Verna, Belén y Jerusalén forman en Francisco una unidad inseparable: la imitación radical de Cristo. La vida de san Francisco no se entiende fuera de Cristo y de Tierra Santa, como afirma Benedicto XVI:

«Su tierno abrazo al Niño divino en Greccio, su contemplación de la Pasión en La Verna, su vivir, según la forma del santo Evangelio, su opción por la pobreza y su búsqueda de Cristo en el rostro de los pobres, todo se basa en un amor total a Jesús».

c) Abrir a todos los hombres el camino hacia Cristo. Y, como consecuencia de lo anterior, toda la acción misionera de Francisco y de sus frailes consistirá en que los otros hombres, aun los musulmanes, puedan ver también a Cristo que se ha hecho hombre por nuestro amor, y puedan encontrarlo recorriendo las "memorias" que atestiguan su paso por esta Tierra que, por eso, es Santa. La finalidad de la peregrinación a Tierra Santa es, pues, encontrarse con Cristo y su Evangelio en los lugares donde se ha manifestado. ¿Cómo fue posible todo esto? Quizás Francisco, en Jerusalén, preguntó al Señor, ante las puertas del Santo Sepulcro -una cerrada y la otra tapiada-, lo mismo que le había preguntado unos años antes al Cristo de San Damián en Asís: «Señor, ¿Qué quieres que haga?». Y el Señor le habría dado la misma respuesta: «Repara mi 

Iglesia que, como ves, amenaza ruina» (2 Cel 10s). Se trataba de la Iglesia de Cristo. Es lo que sucedía en Tierra Santa: el Pueblo de Dios que el Señor redimió con su Sangre, aquí en el Calvario, ha desaparecido; los Santuarios, memorias de la presencia de Cristo y raíces de la fe cristiana, no existen; hasta faltan las campanas del Santo Sepulcro, «esa voz de Dios» que vivifica las piedras. La misión de los franciscanos de Tierra Santa será recuperar y reparar lo que estaba en ruinas.


II Custodia del Santo Sepulcro

Juan Pablo II, al recordar el 650º aniversario de la Bula Gratias agimus, por la que el papa Clemente VI confió la custodia de los Lugares que recuerdan los misterios de la Redención, a los hijos de san Francisco, que ya se encontraban allí desde los tiempos de su Fundador y Padre, resume así su misión en Tierra Santa: «Desde entonces los Franciscanos no han interrumpido su benéfica presencia, a pesar de no pocas dificultades, empeñándose generosamente por la conservación de las antiguas memorias, erigiendo nuevos Santuarios, la animación litúrgica y la acogida de los peregrinos». «Los hijos de san Francisco -había dicho antes Pablo VI- se han quedado en la Tierra de Jesús para custodiar, restaurar y proteger los Santos Lugares cristianos» (Nobis in animo). «Han hecho así un servicio a toda la cristiandad, al custodiar ese patrimonio inestimable, común a todos los cristianos», recordaba Juan XXIII. Ha sido una historia larga y difícil, con final feliz. A finales del siglo XIII termina la aventura cruzada, que quiso conquistar, por la fuerza, el Santo Sepulcro. Comienza ahí la labor misionera de los franciscanos, apoyada en su carisma de «Paz y Bien».

1. Los Franciscanos reciben la misión de custodiar el Santo Sepulcro. El primer paso consistirá en recuperar los Santos Lugares, las "memorias" del paso del Señor por esta Tierra. Esto se consolida hacia el 1350, cuando los hijos de san Francisco están ya presentes en estos cuatro Santos Lugares y los únicos que había: Santo Sepulcro, Cenáculo, Natividad de Belén y Tumba de la Virgen. Ello fue posible gracias a la ayuda, política y económica, de los Reyes de Nápoles y de Aragón. El primer Santuario servido por los franciscanos, en nombre de la Iglesia católica es la Basílica del Santo Sepulcro. Estaban ya antes, pero se establecerán en el 1327 por la intervención de Jaime II de Aragón. 

Su situación en el Santo Sepulcro se afianzó gracias a las gestiones de los Reyes de Nápoles, en 1333, quienes, pagando ingentes sumas de dinero, obtienen del Sultán al Malik no sólo el Cenáculo -y se los dan a los franciscanos in perpetuum-, sino sobre todo, consiguen para los frailes la facultad de morar continuamente en el Santo Sepulcro y celebrar las misas y los oficios divinos. Las bulas Gratias Agimus y Nuper carissimae del Papa Clemente VI, del 1342, por las que confiaba la custodia de los Santos Lugares a los franciscanos, dan un valor jurídico e institucional a la Custodia de Tierra Santa.

A principios del siglo XIV, los franciscanos oficiaban sólo en la actual Capilla de la Aparición. A finales de ese siglo celebran la Eucaristía en la Tumba del Señor y en el Calvario. Durante siglos, los franciscanos no sólo eran los guardianes del Santo Sepulcro, sino también eran los únicos que podían celebrar dentro de la Tumba Vacía de nuestro Señor. Esta situación cambió radicalmente después del incendio y posterior reparación del Santo Sepulcro realizada por los griegos en los primeros años del siglo XIX: los griegos ortodoxos conseguirán la facultad de celebrar la Eucaristía en el Tumba del Señor el 9 de enero de 1818 -28 de diciembre del calendario Juliano- y los armenios sólo en 1821, con sendos firmanes del Sultán.

La propiedad incontestable del Santo Sepulcro por los franciscanos se puede ver en las reparaciones que hacen de la Basílica. Recordemos, por su valor simbólico, la que realizó el Custodio P. Bonifacio de Ragusa: en 1555 restaura algunas partes de la Basílica y renueva por completo el Edículo. El 9 de diciembre de 1554, como él dice, la roca-lecho sobre la cual yació el cuerpo de Nuestro Señor fue descubierta. Lo cuenta así en el Liber de perenni cultu Terrae Sanctae (1577):

«Extrayendo la estructura existente, apareció ante nuestros ojos la tumba del Señor claramente excavada en la roca..., ese inefable lugar en el que yació durante tres días el Hijo del Hombre... Lo contemplamos, lo besamos y lo veneramos con gemidos de devoción, con alegría espiritual y con lágrimas junto a quienes estaban presentes (realmente había bastantes Cristianos, tanto de Occidente como de Oriente), que llenos de devoción celestial, algunos derramaban lágrimas, otros se estaban profundamente excitados, todos estaban asombrados y eran presa de una especie de éxtasis».

Estaba ante sus ojos y su corazón el objeto de su amor: la piedra donde reposó el Cuerpo sin vida de Cristo. No era un dominio sobre el Sepulcro: era un acto de amor y de devoción.

2. La difícil misión de conservar el Santo Sepulcro. Conservar los Lugares de nuestra Redención, en especial el Santo Sepulcro, no fue una misión fácil para los franciscanos. Tuvieron que combatir en muchos frentes y recurrir a muchos apoyos. Por una parte estaban los musulmanes, mamelucos primero y otomanos después, que querían aprovecharse de la situación para sacar dinero y cuya voracidad nunca se satisfacía con los caudales provenientes de los católicos, especialmente los que venían de España y su Imperio. Tenían además muchas dificultades legales. Sí, los dueños de los Santuarios eran los franciscanos, pues los habían comprado, los cuidaban y oficiaban en ellos; pero los amos eran siempre los venales gobiernos musulmanes, que se servían de los Santuarios para sacar dinero a los cristianos. Los Santuarios son del Sultán, el cual los concede a quien le place.

Los apoyos políticos juegan un papel importante en esta disputa de las Iglesias. Si hasta bien entrado el siglo XVI Nápoles, Aragón, Castilla ayudan mucho a los franciscanos, después de la batalla de Lepanto (1573), España queda prácticamente al margen de la política en Oriente Medio y su influencia en Tierra Santa será nula. Francia y Venecia serán más activas, pero faltará esa relación que había existido en los siglos anteriores entre los franciscanos y los reyes cristianos. Los hijos de san Francisco se encuentran sin un respaldo internacional. A ello hay que añadir -como reacción a lo anterior- el acercamiento más estrecho entre Rusia y el Imperio Otomano, con lo cual los intereses de los católicos quedaban muy al margen. Hay dificultades para los franciscanos provenientes de la misma Iglesia, cuando otras instituciones católicas intentan romper ese trato de favor que la Santa Sede había dado a la Custodia franciscana sobre los Santos Lugares; todo terminó con la llamada «Sentencia de Mantua» (1420), en la que la Iglesia da la razón a los franciscanos. Finalmente, están las otras iglesias cristianas, especialmente la greco-ortodoxa, quienes, especialmente a partir del 1757, lograron eliminar el casi monopolio que tenían los franciscanos sobre el Santo Sepulcro y cambiarlo a su favor.

Todo lo que los hijos de san Francisco habían logrado recuperar y conservar durante siglos se perdió en una noche. La catástrofe tuvo lugar la víspera del Domingo de Ramos, el 2 de abril de 1757. Las cosas se complicaron con el "misterioso" incendio del Santo Sepulcro el 12 de octubre de 1808 que destruyó casi todo el Santo Sepulcro. Se desplomó la cúpula de la Basílica, aunque prevaleció el interior de la Tumba de Cristo (que fue considerado por todos un milagro). Del Calvario se quemaron el altar de la Crucifixión y el de la Dolorosa; la estatua de la Virgen Dolorosa fue salvada gracias al coraje del sacristán franciscano Fr. Manuel Sabater, quien se mantuvo abrazado con ella en medio de las llamas. Después de la expulsión del Cenáculo en 1551, la pérdida de gran parte del Sepulcro, de Belén y la Tumba de la Virgen, fue el golpe más duro en la historia, siempre difícil, de la conservación de los Santos Lugares por parte de los hijos de san Francisco. La situación quedó cristalizada en lo que se llama "Statu quo", con el firmán del Sultán Abdul Majid del 1852, en el que se bloquean todas las peticiones de los franciscanos y las cosas deben estar «en el estado en que están», es decir, como estaban en ese momento, sin cambiarse. La Iglesia Católica perdió gran parte del Santo Sepulcro por el que los hijos de san Francisco habían servido y sufrido tanto en los últimos siglos.

3. Servicio generoso de los Franciscanos en el Santo Sepulcro. El Papa, en 1342, insiste al General de la Orden que mande al Santo Sepulcro «frailes idóneos y devotos tomados de toda la Orden». Los frailes no venían de vacaciones. Era una misión difícil. No tenían muchas posibilidades económicas y además daban alojamiento gratuito a los peregrinos. Y, sobre todo, tenían que pagar a los musulmanes, a pesar de que recibían grandes beneficios por el servicio que les brindaban los hijos de san Francisco.  A pesar de la colaboración económica de los Reyes cristianos, las ayudas nunca han sido suficientes.

a) La vida de los franciscanos en el Santo Sepulcro. Muchas veces en la historia el franciscano se ha limitado a «estar aquí» y «no abandonar» el lugar maravilloso iluminado por la presencia de Cristo, «a ser testigos» de la historia de la revelación, «a prestar un servicio» a Dios y a la Iglesia, a cumplir «con desvelo la misión que les había sido confiada», como recordaba Juan XXIII. Chateaubriand, en su peregrinación de 1806, describe la vida de los franciscanos:
«Entre las ruinas de Jerusalén... viven unos religiosos cristianos a quienes nada ha podido obligar a que abandonen el Sepulcro de Jesucristo, ni robos, ni malos tratos, ni amenazas de muerte. Resuenan sus cánticos noche y día delante del Santo Sepulcro... Turcos, árabes, griegos y cristianos cismáticos, todos buscan el amparo de unos pobres religiosos que no pueden defenderse a sí mismos, y aquí debemos reconocer con Bossuet, "que las manos levantadas al cielo, derriban más batallones que las manos armadas de lanzas"».

El servicio al Santo Sepulcro ha significado para los frailes que viven allí -día y noche- estar «voluntariamente sepultados» en un lugar estrecho y malsano. Habitaban en los fríos y húmedos sótanos del Patriarcado, vivían y dormían debajo de las viviendas de las familias musulmanas y estaban sometidos al clamor de la mezquita. Durante siglos, los frailes, encerrados dentro de la Basílica, no han tenido un claustro en donde poder pasear, ni una ventana por donde ver la ciudad, ni un jardín o una terraza en donde respirar un poco de aire. Era tan difícil la vida en el Santo Sepulcro que los superiores tenían que cambiar a los frailes que estaban dentro de la Basílica cada cuatro meses para evitar sus muertes. En 1869, Francisco José, Emperador de Austria, obtuvo del Sultán un pequeño terreno para poder agrandar el espacio del convento de los franciscanos y hacer una terraza, desde la cual los frailes podían ver, finalmente, el cielo y respirar un poco de aire puro. El Emperador respondió: «¡Mis condenados a la cárcel más dura están mejor que los franciscanos en el Santo Sepulcro!».

Francesco Suriano, cronista franciscano, considera que el privilegio de estar al servicio del Santo Sepulcro es un don de la Providencia Divina y una gracia que ha concedido el Espíritu Santo a los franciscanos, por la intercesión y por los méritos del Padre san Francisco, por haber estado tan enamorado de la Pasión de Cristo que aconteció en este Lugar. De ahí el deber de los frailes de ser dignos de tan inmensa gracia concedida por el Señor.

b) Servir al Santo Sepulcro con las otras comunidades cristianas. Los franciscanos han convivido y conviven con los hermanos separados en el Santo Sepulcro y en otros lugares sujetos al Statu quo, donde no sólo se vive juntos, sino que también se comparten los mismos lugares y aun los mismos altares. Saber convivir, es un testimonio cristiano. La convivencia entre los franciscanos y los hermanos separados, en especial los griegos-ortodoxos, está marcada diariamente por gestos de amistad y de buena vecindad, que son un claro síntoma de confianza. ¿Qué mayor unidad que compartir todo lo que se tiene, hasta el mismo altar del Sepulcro?

La presencia de tantas comunidades aporta muchas limitaciones para todos, incluidos los franciscanos, y más de una vez tensiones no fáciles de superar. Hasta finales del siglo XVI hubo armonía entre las comunidades presentes en el Santo Sepulcro, las cuales encontraron la manera de vivir juntos y en paz. Las tensiones más fuertes vendrán a partir del 1630, y llegarán a su ápice en el 1757, con el asalto a la Basílica por parte de los griegos ortodoxos y con el incendio del Santo Sepulcro, ocurrido en 1808. Gracias a Dios, y a la colaboración de todos, hoy la situación es mucho más fraterna. Una prueba evidente de esto es la restauración del Santo Sepulcro por las tres comunidades mayores, la Custodia Franciscana de Tierra Santa, el Patriarcado Griego Ortodoxo y el Patriarcado Armenio Ortodoxo.


III. Animar litúrgicamente el Santo Sepulcro

Además de la Liturgia, los franciscanos han creado otras actividades piadosas populares: la procesión diaria en el Santo Sepulcro, el Vía Crucis por las calles de Jerusalén, las peregrinaciones a los Santuarios de Tierra Santa. El Vía Crucis por las calles de Jerusalén, realizado cada viernes a las tres de la tarde y que concluye en el Santo Sepulcro. El Vía Crucis no es otra cosa que el camino de seguimiento a Jesús, del Dios que comparte los sufrimientos de los hombres. En la Ciudad Santa se hace por los mismos lugares por donde Él pasó. El Vía Crucis es un camino de esperanza, pues «de este Sepulcro» resucitó el Señor


IV. Encontrar a Cristo, muerto y resucitado, en el Santo Sepulcro

La labor de los franciscanos en Tierra Santa y, en especial, en el Santo Sepulcro, además de conservar la propiedad y el uso de la Basílica, ha sido la de celebrar el culto cristiano en los Santuarios, dar un fundamento bíblico-arqueológico a los Santos Lugares a través de la ilustración de Tierra Santa, las excavaciones arqueológicas, llevadas a cabo por el Estudio Bíblico Franciscano, y a atender a los cristianos locales con la creación de parroquias, escuelas, centros sociales. A ello hay que añadir la acogida de los peregrinos para que los cristianos, de todas las naciones, puedan encontrar aquí las raíces de su fe. Lo decía el Papa Juan XXIII en el 1960:

«Conocemos bien hasta qué punto se debe atribuir a la vigilancia de tus religiosos si los fieles, que se dirigen en pía peregrinación a los Santos Lugares, pueden besar aún los sacrosantos vestigios de Nuestro Señor con piedad y amor».

Para Juan Pablo II el trabajo bien hecho de los franciscanos se manifiesta también en la «acogida de los peregrinos», «dando a los fieles de estos lugares, y a cuantos a ellos se dirigen en devota peregrinación, un testimonio de amor y adhesión a Cristo, Redentor del hombre». 

Los Francisanos y los peregrinos. Han sido inmensas las dificultades para peregrinar a Tierra Santa. El peregrino que iba a Jerusalén, desarmado, entraba prácticamente en una zona de guerra. Pero la fe de los peregrinos era tal que nada ni nadie les impedía llegar hasta el corazón de Jerusalén, superando los impedimentos puestos por las autoridades y las dificultades del ambiente musulmán.

Los franciscanos ilustraban a los peregrinos el respeto a la religión musulmana, insistiendo en la necesidad de que el peregrino fuese un hombre de paz, pues aquí no se viene a hacer la guerra, sino a encontrar a Cristo. Les pedían ser respetuosos con los demás, pero cuidadosos con sus cosas, y no ser ingenuos. Sobre todo, los frailes dan a los peregrinos consejos prácticos para hacer una buena peregrinación: no es momento de hacer polémica, sino silencio y oración. El peregrino viene a imitar a Jesús, por eso tiene que comportarse con la humildad del Maestro. El piadoso peregrino, después de su largo y difícil viaje, quiere "tocar" las huellas de Cristo, plasmadas en el Calvario y en el Sepulcro Vacío del Salvador; quiere adorar a Dios que se ha entregado por nosotros, que ha derramado hasta su última gota de sangre en su Pasión y que se muestra glorioso en su Resurrección: por nosotros, por nuestra salvación.


V. El Santo Sepulcro: Fuente de Gracia Divina

Los Santos Lugares no son únicamente piedras, vestigios del pasado. Ante todo, son las huellas del paso de Dios por este mundo. La labor de los hijos de san Francisco en Tierra Santa ha consistido en vivificar esas piedras, hacer que hablen al corazón de todos, que sean «piedras amadas», porque cada una de ellas son testigos de Cristo.

Sin la presencia de los franciscanos, su heroico esfuerzo y el precio de su sangre, la Iglesia católica estaría excluida de casi todos los Santos Lugares. Algunos se habrían convertido en establos o en mezquitas; otros, propiedad exclusiva de las iglesias separadas. Un católico se vería en la imposibilidad de celebrar los misterios divinos en los lugares en donde Dios se ha manifestado, sería un extraño en la casa de Cristo.

Título original: "Peregrinación al Santo Sepulcro", publicado en la revista Tabor para la vida consagrada (abril de 2009), por Fray Artemio Vítores, OFM Vicario de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

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