Repara mi Iglesia



Todos hemos escuchado la historia. Francesco Bernadone era un joven inquieto, incapaz de encontrar su vocación. Sus sueños de ser un caballero heroico se habían convertido en una pesadilla después de pasar un tiempo como prisionero de guerra. Su padre, Pietro, quería que su hijo siguiera en el negocio familiar, pero eso tampoco le interesaba a Francesco. ¿Qué hacer?

Se encontró deambulando por las afueras de su ciudad natal de Asís, en las colinas de Umbría, con impresionantes vistas a cada paso, pero parecía no darse cuenta. Hasta que se encontró con San Damiano, una pequeña iglesia que necesitaba una buena reparación. Entró y se arrodilló debajo de un gran crucifijo de madera pintado al estilo bizantino de un icono.

Los ojos abiertos de Jesús en la cruz parecían encerrarlo en una mirada que era a la vez intimidante y llamativa al mismo tiempo. No podía mirar hacia otro lado mientras sentimientos de duda y miedo, culpa y deseo brotaban dentro de él. "Señor, ¿qué quieres que haga?" preguntó. "Muéstrame lo que quieres que haga con mi vida".

¡Y el Señor respondió! Una voz tan clara como el día respondió: "Francisco, ve y reconstruye mi iglesia que, como ves, se está cayendo".

Eso fue todo lo que escuchó. Eso era todo lo que necesitaba escuchar. Sin embargo, tardó un poco más en darse cuenta de que Jesús no le estaba pidiendo que reconstruyera físicamente San Damiano, así como algunas otras iglesias deterioradas cerca de Asís. Lo hizo, por supuesto, pero gradualmente se dio cuenta de que su vocación era reconstruir la iglesia, la institución humana que estaba peligrosamente cerca de desmoronarse.

Hoy, unos 800 años después, la Iglesia enfrenta aún más crisis y necesita un poco de reparación. Pero en medio de todos los gritos de angustia e ira que hemos escuchado últimamente, también hay firmes declaraciones de fe y resolución de personas que no permitirán que las traiciones y decepciones los distraigan de su compromiso con Jesucristo.

Sí, la Iglesia es divina, pero también muy humana, y Jesús usa a los seres humanos en toda su fragilidad y pecaminosidad para ser el sacramento de su amor y misericordia en un mundo que parece ser cada vez más impredecible.

Al igual que Francisco arrodillado ante la cruz de San Damián, debemos mantener nuestra mirada centrada en Jesús, quien nos invita a seguirlo. Sigamos haciéndolo, en momentos de alegría y tristeza, tanto en la oscuridad como en la luz.


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