Francisco y el Crucificado


La ya tradicional representación de San Francisco, con nuestro Señor Crucificado, inició con un cuadro en particular, que forma parte una serie de pinturas encargadas a Murillo por la Orden de los Capuchinos para la iglesia de su convento en Sevilla. Tales obras, realizadas alrededor de los años 1668 y 1669, debían exaltar los elementos distintivos de la espiritualidad franciscana.

El tema de la obra (Alegoría sobre la renuncia al mundo material de Francisco de Asís para seguir a Jesús.) ya había sido plasmado por otros pintores y entre las todas las versiones, la más celebre era la de Francisco Ribalta realizada cerca de diez años antes para los capuchinos de Valencia. Por tanto es fácil pensar que fueron los hermanos valencianos, quienes además contribuyeron en la fundación del convento de Sevilla, los que sugirieron a Murillo la reproducción de ese motivo en su tela.

La composición simboliza el momento culminante de la vida de San Francisco de Asís, es decir, cuando decide renunciar a todos sus bienes materiales para abrazar la vida religiosa.

El globo sobre el que san Francisco apoya el pie, casi como empujándolo, simboliza el mundo terreno que rechaza y abandona para convertirse en discípulo de Jesús.

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