Vision de San Francisco por Menendez Pidal
Visión de San Francisco de Asís
1888. Óleo sobre lienzo, 135,5 x 79,2 cm
Se trata de la obra más antigua de las obras que el Prado conserva de Menéndez Pidal y que él mismo denominó como Un éxtasis de San Francisco, después conocida con el título de Visión de San Francisco.
La pintó en Florencia en 1888, en el periodo que el artista, que disfrutaba desde 1885 de una beca extraordinaria del Ministerio de Fomento para ampliar sus estudios, vivió en Italia. Además del profundo sentimiento religioso del pintor, hay que considerar la inspiración que la visita a Asís debió de haber ejercido sobre él, en unos años en que numerosos artistas españoles, entre ellos José Jiménez Aranda, José Gallegos y, sobre todo, los hermanos Benlliure, pintaron en aquella localidad italiana. Por otro lado, se estaba realizando en aquellos años la decoración de la basílica de San Francisco el Grande, en la que trabajaba, entre otros, su maestro Alejandro Ferrant y en la que, años después, en 1917, decoraría una bóveda el propio Menéndez Pidal.
La espiritualidad dominante en las últimas décadas del siglo había propiciado un auge de la figura del santo y de I Fioretti di San Francesco, que recogen el pasaje representado por el artista. Este recrea, por otra parte, una iconografía frecuente en la pintura contrarreformista desde finales del siglo XVI. El pintor debía de conocer bien tanto los ejemplos de Ribalta (P01062) y Murillo (Academia de San Fernando de Madrid), como el de Ludovico Cardi, II Cigoli (Florencia, Uffizi), pero ninguno de ellos le influyó. En cambio, el tipo del santo está más próximo al San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz, obra de Murillo que Menéndez Pidal conocía bien, pues estaba en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde se había iniciado como pintor en 1875- 1876 copiando, precisamente, las obras del artista sevillano. La atmósfera de la obra, el interior y el jergón recuerdan por otra parte a la pintura de madurez de Domenico Morelli (1826-1901), pintor bien conocido por los artistas españoles. En el ángel la técnica es suelta, no existe dibujo de contorno, las alas y los velos aparecen como transparencias y el colorido es más rico. Todo ello se relaciona con la pintura de su maestro Ferrant, cuyo aspecto acuarelado convenía a una figura irreal, como la de una visión de éxtasis; hay que considerar también la posible influencia, en el cromatismo, de su maestro en Florencia, Stefano Ussi, que en su madurez había aclarado su paleta.
Dado que la pintura era de regulares dimensiones, Menéndez Pidal realizó un boceto (Colección E. Masaveu, Gijón, Asturias), en el que motivo principal no es, como sí en la obra final, el Concierto angélico sino el mismo tema contrareformista que representa José de Ribera en su Visión de San Francisco del Prado (P01107) que el pintor conocía bien. En la pintura, la luz viene de fuera, el santo está en pie, y el angelote del boceto se convierte en un ángel mancebo músico; ambas figuras ocupan casi la composición y adquieren mayor importancia, así como el interior, especialmente el jergón. En la cuidada representación de éste se ve una atención a los objetos humildes que, igual que en la fisonomía realista y de ardiente espiritualidad del santo, rememora el espíritu de la pintura española del siglo XVII, si bien el tipo de ángel es extraño a esa tradición, como hizo notar la crítica cuando fue expuesto en Madrid
El artista destinó el lienzo al certamen que Abelardo de Carlos, director de La Ilustración Española y Americana, había convocado en junio de 1888, en el que finalmente se descartó por no adecuarse a las condiciones que se pedían
Hablando de la devoción de san Francisco a los ángeles, escribe Celano: «Tenía en muchísima veneración y amor a los ángeles, que están con nosotros en la lucha y van con nosotros entre las sombras de la muerte. Decía que a tales compañeros había que venerarlos en todo lugar; que había que invocar, cuando menos, a los que son nuestros custodios. Enseñaba a no ofender la vista de ellos y a no osar hacer en su presencia lo que no se haría delante de los hombres» (2 Cel 197).
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