Encuentro con los leprosos Primera de Celano


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Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: "Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia".

En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casas, se tapaba la nariz con las manos.

 Mas una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total Victoria sobre sí mismo.

También favorecía, aun viviendo en el siglo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano gene Rosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser - porque era en extremo cortés -, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; en seguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey, es digno de todo vituperio y de todo deshonor.

Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de predicarlo, el consejo evangélico que dice: A quien te pida, dale, y a quien te pida un préstamo, no le des la espalda. 

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