08042000 Mensaje SJPII a la Familia Franciscana con motivo del gran Jubileo

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La Familia franciscana de Italia celebró el gran Jubileo del año 2000 en Asís y Roma los días 7, 8 y 9 de abril. Con este motivo el Papa le dirigió el siguiente mensaje, que tomamos de L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 14 de abril de 2000.

Murillo: Visión de la PorciúnculaA la Reverenda Madre Carola Thomann, Presidenta de turno de la Conferencia de la Familia Franciscana.

1. Me alegra saludar cordialmente a toda la Familia franciscana, reunida en la basílica del Santísimo Redentor, en Roma, para celebrar el gran jubileo. Me uno a ella espiritualmente, alabando al Señor por el testimonio que dan a la Iglesia cuantos han elegido seguir con fidelidad el ejemplo de san Francisco.

Al dirigirme a Usted, reverenda Madre, deseo hacer llegar la expresión de mis sentimientos de estima y afecto a los responsables de las tres Órdenes que forman la gran familia de los seguidores del "Poverello" de Asís, así como a los muchos que, de diferentes maneras, se inspiran en él a pesar de la multiplicidad de los hábitos y de las obras. A todos deseo manifestar mi aprecio por haber querido celebrar unidos el gran jubileo, congregados en la Catedral del Obispo de Roma como signo de comunión con él. ¡Cómo no recordar que precisamente en ese lugar sagrado san Francisco recibió la aprobación de su Regla, la cual se convirtió en guía hacia la santidad para las generaciones de hermanos y hermanas que han formado parte del movimiento franciscano!

2. Quiera Dios que el espíritu de fe, que alimentó las palabras y el testimonio de san Francisco, de santa Clara, de san Luís, de santa Isabel de Hungría, así como de todos los santos y beatos de la gran Familia franciscana, reviva en el corazón de sus hijos que realizan, con fe y devoción, su peregrinación jubilar. Es un camino de conversión y renovación que los lleva a adorar el misterio que el Año santo conmemora solemnemente: el nacimiento del Hijo de Dios, su pasión, muerte y resurrección gloriosa.

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Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para que nos hiciéramos ricos por medio de su pobreza (cf. 2 Cor 8,9); se hizo hombre en el seno de la Virgen María, sierva, tienda, casa y palacio del Hijo del hombre (cf. SalVM 4-5). Cristo es la verdadera "Puerta santa" del jubileo que es preciso cruzar con espíritu penitente y gozoso, para reavivar el don de la fe y el compromiso de la misión.


3. San Francisco acogió en sí mismo sin reservas a Jesús, Verbo hecho carne, única Palabra que revela plenamente al Dios altísimo. Él es el único camino que lleva al Padre, en el Espíritu, a cada hombre, mediante la observancia fiel y coherente del Evangelio. El Señor Crucificado se convirtió para el "Poverello" de Asís en un paradigma insustituible de pensamientos, deseos y acciones. Por esto, se dedicó al seguimiento exigente de su vida humilde, pobre, casta y obediente a la voluntad del Padre hasta la muerte de cruz. San Francisco se dejó marcar íntimamente con la tau de los redimidos (cf. Ez 9, 4) y, peregrinando por pueblos y ciudades, señaló a todos con la cruz de Cristo el apoyo indispensable para atravesar sin miedo el mar tempestuoso de la existencia.


Al Padre de los penitentes se unió pronto santa Clara, primera plantita y madre de la Orden de las Damas Pobres (cf. LM 4,6). Alma ardientemente enamorada del Esposo celeste, quiso que su vida fuera espejo fiel del Hijo de Dios y de su santísima Madre, para cantar en el humilde claustro de San Damián la inefable caridad de Dios, sin olvidar nunca que el alma creyente debe corresponder a tan gran condescendencia con intensos sentimientos de amor (cf. 4CtaCl 23). A imitación de san Francisco, también para ella Cristo se convirtió en el camino, la puerta y el vehículo para entrar en el reino de los cielos y habitar en él para siempre.


4. La innumerable legión de hermanos y hermanas, que hasta hoy han seguido las huellas de Cristo a imitación de san Francisco y santa Clara, constituye el luminoso testimonio de la fecundidad del carisma franciscano. Éste es el tesoro de santidad con el que los hijos e hijas de los dos mendicantes de Asís han enriquecido a la Iglesia. Han pasado por el mundo haciendo el bien a muchísimas personas, a las que han ofrecido la propuesta sugestiva de su original experiencia evangélica. Ojalá que no sean solamente una gloria del pasado, sino también un ejemplo para el presente, de forma que preparen un futuro en el que resuene cada vez más claramente el anuncio del amor de Dios en Cristo.


En la sociedad actual, en la que resuena con especial fuerza la invitación a asumir lo efímero como tesoro del propio corazón, es más necesario que nunca recordar y testimoniar de modo creíble que sólo Dios, único y sumo Bien, es la verdadera riqueza que llena de sentido nuestra existencia. Dios es la verdadera esperanza, el gozo y la alegría profunda que los atractivos y las promesas mundanos no pueden dar (cf. AlD 8).


5. Quisiera dirigirme ahora expresamente a cada uno de vosotros, queridos miembros de la gran Familia franciscana. Que el jubileo sea un paso decisivo del amor salvífico de Dios en vuestra vida y un acontecimiento extraordinario de gracia, que os impulse a llevar a los hombres de toda nación y de toda raza la misericordia y la paz que el Padre seráfico enseñó y vivió. Estad dispuestos a acoger a toda persona que busque el sentido último de la existencia; no dudéis en recorrer los caminos y los senderos de todos los continentes para anunciar el Evangelio "sin glosa"; ofreced a cada uno el saludo de Paz y Bien, que caracteriza a la Familia franciscana desde los tiempos del "Poverello".


La protección de María, Reina de los ángeles y de la Orden de Frailes menores, y la intercesión de los santos y beatos franciscanos, os ayuden a ser apóstoles fervorosos de la nueva evangelización. "El Señor os conceda la paz": que este sea el deseo y el programa de vuestro apostolado. Proclamad a todos que Cristo es la paz e invocadlo con incesantes plegarias.


Mientras os aseguro mi recuerdo en la oración por el éxito de este acontecimiento espiritual, invoco abundantes gracias sobre cada uno de los presentes y a todos imparto de corazón una bendición apostólica especial.


Vaticano, 8 de abril de 2000.

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