Aparicion de la Inmaculada a San Francisco



La Aparición de la Inmaculada Concepción a San Francisco
Juan van der Hamen y León, ca. 1630–1631

Esta pintura, conservada en el antiguo convento de Santa Isabel de los Reyes en Toledo, representa a San Francisco de Asís en una visión mística de la Inmaculada Concepción, atribuida al pintor español Juan van der Hamen y León (1596–1631). Van der Hamen, recordado hoy principalmente por sus refinados bodegones, fue también un prolífico creador de obras religiosas, alegorías y composiciones de gran formato para iglesias y conventos en la España del siglo XVII. Su labor influyó en contemporáneos como Francisco y Juan de Zurbarán, y en artistas posteriores como Antonio Ponce y Juan Arellano.

En la escena, San Francisco se arrodilla con reverencia mientras la Santísima Virgen María, en su advocación de la Inmaculada Concepción, se le aparece. La Virgen señala suavemente hacia el santo con su mano derecha, mientras que con la izquierda recoge un pliegue de su manto azul profundo. El manto se sostiene mediante un broche dorado en el pecho, y su túnica blanca y resplandeciente está ceñida con una cinta dorada anudada en un lazo vertical elaborado. Su cabeza está coronada por un halo de estrellas, rodeado por una franja de rostros de querubines que subraya su pureza celestial. A sus pies, otros querubines emergen entre nubes, elevándola sobre el plano terrenal, y bajo la visión, brotan flores multicolores, símbolo de la gracia hecha visible.

En la parte superior izquierda, tres querubines portan atributos simbólicos: uno sostiene una rama de palma; otro eleva un espejo que refleja la luz celestial hacia el rostro de la Virgen mientras sostiene una rama de olivo; y el tercero presenta una radiante estrella de seis puntas. Estas figuras descansan sobre una nube descendente de luz divina. El fondo alterna entre el resplandor dorado que rodea a la Virgen y el terreno rocoso y terrenal junto a San Francisco, marcando visualmente la frontera entre el cielo y la tierra. Francisco, arrodillado en humildad, mira hacia lo alto con asombro, mientras la Virgen responde con una expresión serena que vincula su devoción con el misterio de su gracia inmaculada.

Escribe Celano sobre las devociones de san Francisco: -Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana (2 Cel 198).


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