12071988 Discurso SJPII Capitulo general OFMcap


12 de julio de 1988: Discurso de San Juan Pablo II, al Capítulo general de los Hermanos Menores Capuchinos

Queridísimos hermanos:

1. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros, miembros del Capítulo general de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos. En vosotros veo la representación de toda vuestra familia religiosa y, como capitulares, veo también un signo eminente de la unión en la caridad de todos los hermanos de la Orden.

Me es grato corresponder a vuestra visita, expresión de la «obediencia y reverencia» que prometió fray Francisco «al Papa y a sus Sucesores y a la Iglesia romana» (2 R 1,2). Os manifiesto mi afecto y mis esperanzas en relación con vuestra vida y vuestro específico servicio a la Iglesia y al hombre de hoy. Afecto y esperanzas que quisiera expresar poniendo de relieve algunos pensamientos que os sirvan de ayuda para vuestras opciones operativas.

2. Durante estos días habéis elegido a los hermanos responsables del gobierno central de la Orden para los próximos seis años. A todos ellos, especialmente al Ministro general, P. Flavio Roberto Carraro, que ha sido reelegido, dirijo mis fervientes felicitaciones. Pero, además de realizar este hecho jurídica y pastoralmente importante, os habéis detenido en algunos asuntos que tienen hoy especial relieve en vuestra fraternidad capuchina: un compromiso justo, ya que «la celebración del capítulo general debe ser un momento de gracia y de acción del Espíritu Santo y se propone renovar y proteger el patrimonio espiritual del instituto».

Estoy seguro de que vuestros trabajos capitulares han mirado a un objetivo fundamental: garantizar «la fidelidad dinámica a vuestra vocación», por decirlo con las palabras de mi Mensaje a la XIV Asamblea General de la Conferencia de Religiosos de Brasil (11-VII-86). Precisamente para garantizar esta fidelidad a vuestra vocación, quisiera encomendaros un triple compromiso.

3. En primer lugar, el compromiso de la reflexión, que asegure siempre la debida sensibilidad y autenticidad en relación con la identidad propia del capuchino, esto es: el primado de la vida evangélica fraterna, vivificada por una fuerte experiencia contemplativa, vivida en radical pobreza, austeridad, sencillez, alegre penitencia y en la plena disponibilidad al servicio de todos los hombres. Crecer así, continuamente, en la conciencia de la propia identidad religiosa, supone una continua atención a las razones evangélicas fundamentales del propio carisma y de la propia Orden.

A este propósito quiero deciros que me ha agradado mucho y he apreciado el obsequio del primer volumen de I Frati Capuccini. Documenti e testimonianze del primo secolo, publicado recientemente; una obra monumental sobre las fuentes de vuestra Orden. Ella podrá ser indudablemente una buena ayuda para facilitar vuestro compromiso de miraros en el espejo de las fuentes de la genuina inspiración capuchina.

Luego, el compromiso del realismo, en el sentido de la coherencia práctica y la adecuada encarnación en las condiciones históricas de hoy. Durante muchos años, a partir del Concilio, habéis reflexionado de un modo profundo sobre vuestra identidad religiosa; estas reflexiones han encontrado una formulación adecuada en vuestras renovadas constituciones y en las orientaciones de los consejos plenarios de la Orden y de algunos capítulos generales. Un paso decisivo a dar será imitar a san Francisco, sobre todo en su preocupación por no quedarse a nivel de las palabras, sino pasar a las obras. Comprometeos seriamente y con realismo en este proceso de aplicación práctica, a todos los niveles, según esos criterios de vida y esperanza que ya tenéis; tratad de encarnar con humildad, con sinceridad y hasta las últimas consecuencias esos valores que constituyen vuestro carisma.

4. Finalmente, un compromiso de discernimiento, es decir, de saber realizar las opciones justas y prioritarias en el plano de la existencia, de las presencias y de los servicios.

En este sentido, me limito a atraer vuestra atención sobre la necesidad de la formación.

En ocasiones recientes he tenido la oportunidad de subrayar la extrema importancia de la formación inicial y permanente de los hermanos para asegurar la verdadera renovación de la Orden, según desea el mismo Concilio. Como dije a los religiosos de Brasil, la vitalidad de una familia religiosa depende, en buena medida, de la formación de los miembros del instituto. Una obligación práctica a este respecto es la preparación de formadores especializados, pese a la multiplicidad de las tareas y de las necesidades apostólicas que apremian a las familias religiosas (cf. Mensaje a la XIV Asamblea General de la Conferencia de Religiosos de Brasil, 11-VII-86). Prestad, pues, una atención muy especial a la promoción integral de vuestros hermanos, asegurándoles a todos un continuo proceso de maduración marcado, ante todo, por los rasgos específicos de la espiritualidad capuchina.

5. Un sector que justamente destacáis en vuestros programas de evangelización es la opción por los pobres. Como verdaderos hijos de san Francisco, debéis sentiros dichosos viviendo «entre personas de poca importancia y despreciadas, entre los pobres y los débiles, entre los enfermos y mendigos» (1 R 9,2); pero como san Francisco, hermano de todos, hombre pacífico y pacificador, incansable trabajador del bien, debéis acercaros también a todos por los caminos de la reconciliación, del amor y de la esperanza.

Como he recordado en mi reciente viaje apostólico a Bolivia, «la opción preferencial, mas no exclusiva ni excluyente, por los pobres, es fruto del amor, que es fuente de energía moral capaz de sostener la noble lucha por la justicia» (Oruro, 14-V-88, n. 3). Los criterios a adoptar en la noble lucha por la justicia, jamás deben ser los del enfrentamiento violento, sino que deben inspirarse y moverse en todo momento por los principios evangélicos de la colaboración y del diálogo, incluso adoptando en esas circunstancias toda la firmeza necesaria y sin temer las contrariedades.

6. Queridos hermanos: Lo mismo que mis predecesores contaron con san Francisco y sus hijos, también yo cuento con vosotros: sed fieles a vuestra concreta vocación eclesial, nutriendo proféticamente vuestra vida y al Pueblo de Dios con lo que el Espíritu Santo os dice hoy mediante el Magisterio de la Iglesia.

Vuestro Capítulo General se celebra en la última fase del Año Mariano, lo cual lleva el pensamiento hasta la Virgen María. En Ella, Madre de Dios y de la Iglesia, vuestra vida religiosa se comprende a sí misma con mayor profundidad y encuentra el signo de una segura esperanza. Meditando sobre la figura de la Virgen, pensad en vuestra vocación, que ha marcado una encrucijada en el camino de vuestra relación personal con el Dios vivo.

La Virgen Inmaculada, Reina y Patrona de vuestra Orden, os obtenga el don de escuchar siempre, como Ella lo hizo, la Palabra del Espíritu Santo y de ponerla en práctica, siguiendo las huellas de vuestro Seráfico Padre.

A vosotros, a todos y a cada uno de los hermanos de vuestra Orden, sobre todo a quienes sufren persecución por el Evangelio, mi bendición apostólica.

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