Monumento funerario del Papa Inocencio III

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 Monumento funerario del Papa Inocencio III en la Basílica de San Juan de Letrán. Encima, un bajorrelieve con tres figuras: Jesús y los santos Francisco y Domingo. Esta tumba del siglo XIX fue diseñada por Giuseppe Lucchetti y presenta una efigie postrada del Papa.

Inocencio III no fue un Papa desocupado. Fue árbitro en la disputa por la sucesión al trono de Alemania, se enzarzó en airadas disputas con Juan de Inglaterra que desembocaron en el cuestionamiento de todo el país, impulsó la cuarta Cruzada y se opuso enérgicamente a los excesos cometidos por los cruzados, llegando a excomulgarlos. . También reorganizó la curia papal, impulsó la cruzada contra los albigenses y celebró el XII Concilio Ecuménico de Letrán, en el que se condenaron sus herejías, las de los valdenses y las de Joaquín de Fiore. Y todo esto en un tiempo donde la Iglesia sufría mucho por graves inconsistencias internas: conflictos políticos, burocracia excesiva, aparato burocrático asfixiante.

En este contexto, muy duro para la Iglesia, Francisco debió tener una gran confianza en la Divina Providencia para esperar a ser recibido por el poderoso Inocencio III. Algunos historiadores dicen que el Papa no lo recibió en su primer intento. Otros, que son muchos, dicen que Inocencio accedió a buscarlos debido a un sueño en el que vio a Francisco sosteniendo con sus hombros una de las columnas de la Basílica de San Juan de Letrán. Y hay otras historias al respecto, pero el caso es que lo recibió y este es, en sí mismo, el primer gran milagro de este encuentro.

Por otra parte, la misma proliferación de herejías maniqueas, que oponían radicalmente la carne al espíritu, no eran más que un fruto indeseable del pobre testimonio de santidad que daban los cristianos y de la crisis interna que atravesaba la Iglesia. Si quisiéramos pensar mal, podríamos decir que la pobreza de Francisco y su sincero esfuerzo por vivir radicalmente el Evangelio lo colocaron moralmente muy por encima de las preocupaciones que hacia el año 1210 interesaban a la Iglesia. Habría sido muy fácil para los pobres de Asís continuar sus obras y su predicación, prescindiendo de la autorización de un Papa que tenía poco tiempo para el pastoreo de las almas y la instrucción de las empresas piadosas.

Sin embargo, Francisco nunca cedió a esta forma de pensar. Aun sin necesitar la aprobación de sus constituciones para continuar su obra de evangelización, decidió ir a Roma con la certeza de que la bendición de la Iglesia por el Papa era el signo indispensable que le permitiría saber que su obra venía de Dios y no de los hombres. ¡Pero qué gran hijo de la Iglesia es Francisco! Los pobres de Asís supieron trascender los pecados humanos que manchaban el exterior de la Iglesia y supieron reconocer en medio de toda esa suciedad acumulada a la Madre, a la fuente de la Gracia, al Sacramento Universal de Salvación que sólo puede vienen del Espíritu Santo.

Camiseta con la imagen del Crucifijo de San Damián

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