Amistad de Santa Clara y San Francisco


“Para Clara, especialmente al inicio de su vida religiosa, Francisco no solo fue un maestro, sino también un amigo fraterno”.
Papa Benedicto XVI

Cuando Clara cumplió 18 años, San Francisco acudió a la iglesia de San Jorge en Asís para predicar durante la Cuaresma. Después de haberlo estado escuchando esos días, Clara sintió el fuerte llamado del Señor, y al poco tiempo suplicó a Francisco que la ayudara a alcanzar su manera de vivir el Santo Evangelio. Francisco reconoció enseguida que Clara era un alma escogida por Dios, le prometió ayudarla y se convirtió en su guía espiritual.

La amistad entre Francisco y Clara tenía esta característica: no era exclusiva. No excluyó a los demás, a los hermanos de Francisco o a las hermanas de Clara, sino que se desbordó sobre ellos. Francisco es el hermano y padre de todas las hermanas; Clara es hermana y madre de todos los hermanos. Cuando una amistad entre un hombre y una mujer tiene esta cualidad —no posesiva pero compartida— se convierte en un recordatorio de la creación; nos devuelve a relaciones de inocencia original. Es un “regreso al paraíso” en la línea de los ideales ascéticos de los Padres del desierto. A través de, o por medio de, la renunciación y la cruz —¡la cruz de Cristo! - la humanidad vuelve a entrar en un paraíso perdido.

En lugar de mirarse, Clara y Francisco miraron en la misma dirección. Y sabemos en qué se convirtió para ellos esta “dirección”: se convirtió en Jesús, pobre, humilde, crucificado. Clara y Francisco eran como dos ojos que siempre miran en la misma dirección.

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