Discurso al Capitulo General OFMConv 1995
Discurso al Capítulo General de los Hermanos Menores Conventuales
Roma, lunes 12 de junio de 1995
Amadísimos Frailes Menores Conventuales:
1. Os acojo con alegría, mientras concluye vuestro Capítulo general, que os ha brindado la ocasión de orar juntos y reflexionar sobre las expectativas y las iniciativas apostólicas que vuestra familia franciscana desea promover activamente en la perspectiva del tercer milenio cristiano.
El Capítulo ha tenido también la tarea de nombrar el nuevo ministro general y el consejo que debe ayudarle en la dirección del instituto durante el sexenio que comienza. Saludo al padre Agostino Gardin, llamado a desempeñar el delicado cargo de ministro. Dado que viene de Padua, resulta espontáneo implorar para él la luz y la protección de san Antonio, cuyo octavo centenario de nacimiento estamos celebrando. Mi saludo se dirige también al padre Lanfranco Serrini, que ha dirigido la Orden durante doce años; le expreso mi aprecio por la solicitud con que ha impulsado el desarrollo misionero y ha acompañado generosamente la consolidación de la presencia franciscana en la Europa del este. Un saludo cordial, asimismo, a cada uno de vosotros y, a través de vosotros, a toda vuestra familia religiosa: el Señor os conceda profundizar cada vez más en el espíritu del Poverello de Asís y de su digno sucesor san Antonio.
Volver a la fuente
2. Un Capítulo, amadísimos hermanos, constituye siempre una invitación a volver a la fuente, que es Cristo, en donde cada religioso debe encontrar a diario el alimento espiritual para vivir con plenitud su condición de alma consagrada. La eficacia del testimonio religioso está precisamente en ser levadura del reino de Dios y llamado a los valores perennes del Evangelio. Eso es lo que la Iglesia espera de vosotros; y eso es lo que espera también el mundo, quizá sin saberlo.
Para responder a una tarea tan comprometedora necesitáis la incesante inspiración que proviene únicamente de un íntimo y profundo contacto con el Señor, en la oración y en la adhesión dócil a su voluntad. Esto lo comprendió muy bien san Francisco y lo dejó como cometido a vosotros, sus hijos espirituales, que tratáis de vivir su espíritu contemplativo, reconociendo en él el «hombre hecho oración».
El Evangelio de la paz
3. Cuando se habla del Poverello, el pensamiento va casi naturalmente a la paz, realidad tan anhelada pero también tan amenazada. He tenido la gracia de visitar cuatro veces la tumba de san Francisco de Asís, y le he encomendado el presente y el futuro de Italia, de la que es patrón. A él, seráfico en su fervor, he confiado en varias ocasiones la paz en Europa y, sobre todo, en los Balcanes.
Que san Francisco alcance el don de la verdadera paz a los pueblos que están en guerra. Ya se ha derramado demasiada sangre. San Francisco, fiel heraldo de Cristo, nos enseña que sólo difundiendo y practicando el evangelio de la paz y del amor es posible transformar la faz del mundo y hacerla más acorde con el proyecto de Dios.
Quiera Dios que, por su intercesión, se consolide cada vez más el espíritu de Asís, que desde el 27 de octubre de 1986 sigue infundiendo esperanza a los creyentes y a muchas personas de buena voluntad.
4. Durante los trabajos capitulares habéis reflexionado en otro valor que resplandece en vuestro seráfico padre y encuentra singular relieve también en la vida de san Antonio: el amor al Evangelio, palabra del Dios vivo. Ese amor, que está en el origen de la vocación de san Francisco, pasó intacto a la predicación de san Antonio, a quien la Iglesia venera como «doctor evangélico».
¿Cómo no pensar aquí en el santuario de Padua, adonde, especialmente en este año, acuden miles de peregrinos? Muy bien conoce esa consoladora realidad de fe popular vuestro nuevo ministro general, que ha vivido mucho tiempo a la sombra de la basílica de San Antonio. Estoy seguro de que se esforzará con empeño para que la fidelidad al Evangelio en la forma típica expresada por san Antonio encuentre impulso renovado tanto en los religiosos y laicos que forman la gran familia franciscana, como en los fieles encomendados a la solicitud pastoral de los Frailes Menores Conventuales.
Testimonio misionero
5. En vuestro fundador y en sus hijos santos la Orden encuentra la continuidad carismática de la tradición franciscana, para encarnarla en las nuevas situaciones de nuestro tiempo. Entre esos santos, me complace recordar a san Maximiliano Kolbe, patrón de nuestro difícil siglo. Su recuerdo es singularmente actual este año en que conmemoramos el 50 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Este santo se une a la legión de testigos franciscanos para estimularos a proseguir con renovado impulso vuestro testimonio misionero, sostenido por la protección de la Virgen inmaculada.
Entre las nuevas fronteras de vuestro apostolado, como muy bien habéis puesto de relieve durante el capítulo general, destacan el compromiso en favor de la unidad de los cristianos, que acabo de volver a proponer como exigencia prioritaria de la acción apostólica de la Iglesia con miras al tercer milenio, la atención a la conservación de la creación, la respuesta valiente a los desafíos de la nueva evangelización y la presencia misionera en los países víctimas de recientes y prolongadas persecuciones religiosas.
Con respecto a este último aspecto, sé que estáis comprometidos al servicio de los hermanos que necesitan reconstruir cuanto destruyeron las opresiones a menudo largas y pesadas. La voz que habló a san Francisco os repite hoy a vosotros: «Ve y repara mi Iglesia». Y vosotros habéis respondido con entusiasmo, recordando las palabras del Señor: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Tened la certeza de que el Señor bendecirá todos vuestros esfuerzos.
Amadísimos hermanos, a la vez que doy gracias al Señor por el servicio que vuestra Orden presta a la Iglesia y a la Sede Apostólica, le encomiendo los propósitos de este Capítulo general, para que de él broten frutos en abundancia. Invoco para todos, de modo particular, la intercesión de san Antonio, en la víspera de su fiesta litúrgica, y aseguro una oración especial por todos los hermanos de vuestra Orden, así como por cuantos se benefician de vuestra acción pastoral. Con estos sentimientos, os bendigo de corazón.
Compra esta imagen con descuento
Comments
Post a Comment