100193 JPII visita la tumba de san Francisco

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¡Hay tantas cosas en que pensar en Asís, junto a la tumba de san Francisco! Ciertamente, su vida en el siglo XIII es estupenda. Pero podemos decir que todavía es más estupenda la vida de después del siglo XIII, hasta nuestros días. Podemos decir también que precisamente en nuestro tiempo, el siglo XX, el concilio Vaticano II, los nuevos compromisos de la Iglesia, compromisos ecuménicos, por la paz, por la justicia, escriben un nuevo capítulo de la historia de san Francisco: no en la vida, sino en la communio sanctorum, «la comunión de los santos», en la Iglesia que, en última instancia, es siempre communio sanctorum. No se trata de una communio sanctorum separada, desarraigada del mundo. A través de la figura de san Francisco se ve que esta communio sanctorum está arraigada en el mundo. Y la Iglesia está arraigada en el mundo contemporáneo a través de su communio sanctorum.

En esta verdad, en esta realidad, Francisco desempeña un papel muy especial, un papel estupendo. La historia de la Iglesia, a finales del segundo milenio, escribe de nuevo la historia de Francisco. Francisco es necesario para que la Iglesia y el mundo escriban nuevos capítulos de su historia.

Me congratulo con vosotros, queridísimos hijos de san Francisco; me congratulo con usted, padre Ministro general; me congratulo con toda la familia franciscana en el mundo, por este fenómeno que todos perciben: todos vienen en peregrinación a Asís con esta conciencia nueva. Hoy ha sido un día más para adquirir y profundizar esta conciencia.

¿Qué debo deciros a todos vosotros, amadísimos hermanos? Me congratulo con vosotros por ser hijos de san Francisco. Me congratulo con vosotros por estos nuevos compromisos, por esta nueva misión que vuestra comunidad religiosa va realizando siempre en la Iglesia y en el mundo.

Os doy las gracias, además, por esta nueva jornada en favor de la paz, esta vez en Europa, en la península Balcánica, tan cercana a vosotros. Finalmente, me encomiendo a vuestras oraciones. Estáis aquí, junto a este tesoro, en este lugar privilegiado: me encomiendo como Obispo de Roma y, al mismo tiempo, os encomiendo también a todos mis colaboradores aquí presentes, y os encomiendo a toda la Iglesia romana y a toda la Iglesia católica en el mundo.

Os encomiendo así mismo esta gran causa ecuménica que se ha hecho de nuevo causa de nuestra Iglesia contemporánea. Y os encomiendo por último el gran problema, la gran realidad de la paz, tan frágil, en el mundo, en Europa, en todas partes. Os encomiendo finalmente mi persona. Hay que decir que Francisco trataba bien a los Papas, gracias a Dios. Por tanto, podemos esperar que también vosotros seáis como él.

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