SJPII visita Greccio 1983

 Visita Apostólica de SJPII a Greccio Domingo 2 de enero de 1983

El domingo 2 de enero de 1983, en pleno clima navideño, Juan Pablo II peregrinó al famoso lugar donde san Francisco de Asís instaló el primer «nacimiento» el año 1223. El Papa clausuró así las celebraciones del VIII centenario del nacimiento del Santo.

Primero visitó la ciudad de Rieti. En el encuentro con las autoridades y el pueblo, que tuvo lugar en la plaza Marconi, el Santo Padre pronunció un discurso. Celebró luego la Misa y pronunció una homilía; la Iglesia de Italia celebraba ese domingo la solemnidad de la Epifanía del Señor, a la que se refirió el Papa. A primeras horas de la tarde, Juan Pablo II tuvo un encuentro con la comunidad eclesial y civil de Rieti, a la que dirigió una alocución. Poco antes de las 4 de la tarde, el Papa llegó a Greccio; allí, en la iglesia nueva, saludó y habló a las monjas de los diversos monasterios de la diócesis. Después oró en la gruta del nacimiento y seguidamente, ante la multitud pronunció un discurso que es un mensaje a los religiosos de las cuatro familias franciscanas.

Ofrecemos a continuación esos cinco textos que, traducidos al castellano, tomamos de L'Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del día 9-1-83.

Rieti: Palacio comunal

«PAZ Y BIEN»

Saludo a las autoridades y al pueblo de Rieti

Señor alcalde:

. Le doy las gracias por su cortesía y por las nobles palabras, que he apreciado mucho. Se ha hecho Vd. verdaderamente digno intérprete de los sentimientos de hospitalidad humana y de veneración cristiana que son propios -estoy seguro- de toda la buena población de Rieti, del Reatino y de la entera Sabina. Mi agradecimiento se dirige, pues, a todos aquellos que Vd. representa hoy y, en primer lugar, a todas las autoridades locales, de cualquier orden y grado, aquí presentes. Al mismo tiempo quiero expresar mi alegría por haber podido volver, después de algunos años, entre estas gentes, a una tierra tan ilustre y tan querida para mí.

Clausura del Centenario franciscano

2. La ocasión inmediata de mi viaje se debe, como sabéis, a la clausura del Año franciscano, celebrativo del VIII centenario del nacimiento del Poverello de Asís. Y aquí, alrededor de Rieti, hay cuatro célebres lugares franciscanos: Poggio Bustone, particularmente querido por el Santo, quien se dirigía a sus habitantes con el gentil saludo: «Buenos días, buena gente», como haciéndose uno de ellos; está, además, Greccio, donde Francisco, la noche de Navidad del año 1223, ideó y realizó el primer Belén de la historia; además, Fonte Colombo, cuyo silencio inviolable y místico permitió al Santo la redacción de la regla, que él quiso que fuera sin glosa; y, finalmente, el santuario de Santa María de la Foresta, que acogió a Francisco durante los últimos años de su vida, enfermo de la vista, y donde, según algunos estudiosos, resonaron por vez primera los inigualables acentos del Cántico de las criaturas. ¡Cómo no gozarse ante tantos recuerdos de fe y de arte, arraigados aquí, en esta tierra, y que desde aquí han irradiado hacia todo el mundo el fascinante ideal franciscano, haciendo célebre e ilustre el nombre de Rieti!

Los grandes valores de la tradición cristiana

3. Pero, si Francisco de Asís tuvo predilección por este Valle y por sus gentes, es también porque encontró aquí valores particulares de antigua tradición. Sé que las poblaciones del Reatino se caracterizan por un espíritu de auténtica laboriosidad, austeridad y religiosidad. Ya Tito Livio testimoniaba la solera de la integridad de las gentes sabinas: «Quo genere nullum quondam incorruptius fuit» (Hist. 1, 18); y a ellas les cabe el honor de haber dado a la historia, por lo demás, al doctísimo Varrón y a la familia imperial de los Flavios. Pero las antiguas virtudes están vivas todavía hoy y yo deseo que ellas distingan siempre a los habitantes de estas tierras, ya que constituyen un sólido sustrato humano, buen fundamento para regir y asimilar sin traumas los numerosos cambios históricos y sociales, más evidentes todavía en nuestro tiempo.

Con mi visita quiero estimular el empeño por la salvaguarda y desarrollo de estos valores. El Papa ha venido para anunciar, como siempre y en primer lugar, el Evangelio, el cual es también la primera y más válida condición de promoción humana. El mismo Francisco, proclamando el Evangelio no hizo otra cosa que elevar al hombre, realizando una armonía tal entre la fe cristiana y los valores humanos que se convirtió no sólo en modelo ejemplar de cristiano auténtico y de santo, sino también en punto luminoso de referencia para un tipo de hombre, profundamente hermanado con el prójimo y plenamente reconciliado con la naturaleza. El Evangelio, en efecto, cuando es acogido y vivido genuinamente, no puede por menos de resultar ventajoso para la persona humana en su integridad.


El mismo nacimiento de Jesús, que hemos celebrado hace pocos días, nos revela precisamente lo que el Apóstol Pablo llama «el amor de Dios a los hombres». Con este anuncio, la Iglesia en su conjunto y cada uno de los cristianos colaboran de modo insustituible en la edificación de la ciudad terrena. Un ejemplo, quizás secundario, pero relacionado con estos lugares, puede ser el de mi predecesor Clemente VIII, quien, en 1598, vino aquí para animar los trabajos de saneamiento de la «cascata delle Marmore». Esto significa que no se puede creer en Cristo, desinteresándose del contexto material de la vida del hombre, ya que, por el contrario, Cristo es «Redentor del hombre», y los dos polos son inseparables.

4. ¡Queridísimos! Esta tierra, además de ser ilustre, tiene para mí motivos que me la hacen especialmente querida, ya que fue meta de peregrinaciones y excursiones desde mi juventud. En efecto, en el ya lejano 1946, siendo joven estudiante en el Ateneo «Angelicum» de Roma, hice un recorrido por los santuarios franciscanos de esta zona. Y todavía llevo en mis ojos los estupendos paisajes, y sobre todo en el corazón, las emociones indecibles que me suscitaron. Por segunda vez vine, como arzobispo de Cracovia, y, por lo demás, siempre me ha gustado vuestro soberbio Terminillo. Hoy, por tanto, no vengo aquí como forastero, ya que vuelvo a encontrar no sólo una parte de mi vida pasada, sino sobre todo os encuentro a vosotros, queridos reatinos, que sois el primer título de gloria para esta tierra. Doy gracias, pues, al Señor y a todos vosotros por esta acogida festiva.

Por mi parte, os aseguro un especial recuerdo en mis oraciones, para que disfrutéis de una vida tranquila, mediante la superación de las diferentes dificultades del momento y el logro de una seguridad material y espiritual. Sí. A todos os llevo en el corazón, y al mismo tiempo que estimulo a todos a continuar por el camino del bien, me alegra poder impartiros a todos, autoridades y ciudadanos, así como a vuestros seres queridos, la bendición apostólica, como prenda de copiosos favores del cielo para una vida plenamente humana y cristiana.

El mensaje de S. Francisco de Asís

4. Pero habiendo venido a los lugares santificados en otro tiempo por san Francisco y contemplando de nuevo este valle tan ameno denominado «Valle Santo», me es fácil y a la vez obligado volver a él al terminar. Si el punto general de referencia de este viaje es vuestra hermosa ciudad, el punto focal es Greccio por el recuerdo siempre vivo y conocido universalmente que ocupa en la historia de la espiritualidad cristiana. Podríamos decir que Greccio es el «locus inventionis», es el pueblecito que por su sencillez sugirió al Santo y le motivó la humanísima representación del Nacimiento en el tiempo y entre los hombres del mismo Hijo de Dios. Greccio es como un segundo Belén, y, con ser pequeño como éste, no era «ciertamente el más pequeño entre los príncipes de Judá, porque de él debía salir un Jefe que apacentaría al Pueblo de Dios, Israel» (cf. Mt 2,6; Miq 5,1); asimismo Greccio, custodia de dicha expresión original de arte y fe, lejos de ser desconocido, tiene una grandeza propia que lo hace famoso y amado en todo el mundo cristiano.

En el clima estimulante de las fiestas navideñas que todavía perdura -ya que hoy la liturgia nos recuerda la estrella que condujo a los Magos hasta el pesebre-, me agrada y complace dirigir a cada uno la felicitación cordial que el Santo de Asís sacó y recogió de la antigua escena verificada en Belén y reconstruida por él en Greccio: «Paz y Bien». A vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los diocesanos, con el favor de san Francisco os repito ahora «Paz y Bien», invocando de corazón las bendiciones del Señor.

Santuario de Greccio

LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA EN EL AÑO JUBILAR DE LA REDENCIÓN

Alocución en Greccio a las monjas de clausura

Muy amadas hermanas en el Señor:

Veneración y amor de san Francisco al Papa

1. En esta circunstancia gozosa de mi visita a Greccio y en la mística atmósfera de este lugar tan íntimamente franciscano y, por tanto, cristiano, me proporciona mucha alegría dirigiros un saludo muy cordial a las religiosas de clausura aquí congregadas para encontrarse conmigo, recordando bien e imitando el amor y veneración al Romano Pontífice que siempre sintió y enseñó san Francisco.

Con emoción os doy las gracias de vuestra presencia afectuosa y significativa, y deseo reiteraros yo también los sentimientos que suscita en mí vuestra consagración total a la vida contemplativa. Esta donación vuestra al Absoluto, que exige una vocación y tiene por ideal únicamente el Amor, es un modo típico de ser Iglesia, vivir en la Iglesia y cumplir la misión iluminadora y salvadora de la Iglesia. Quiero subrayar con fuerza el valor esencial de vuestra presencia en el designio providencial de la redención y confirmaros la validez de vuestros propósitos de oración y penitencia por la salvación de la humanidad.

2. Vuestro ideal es en primer lugar un «signo» para el hombre moderno, absorbido por mil problemas y atormentado por tantos acontecimientos sociales y políticos. Con su vida de oración y austeridad, las monjas de clausura proponen al mundo las palabras de Jesús: «Buscad su reino, y todo eso se os dará por añadidura» (Lc 12,31), y las de la Carta a los Hebreos: «No tenemos aquí ciudad permanente, antes buscamos la futura» (Heb 13,14). Vuestro ejemplo real y concreto se convierte en exhortación e invitación al hombre para que entre en sí mismo y deje la superficialidad, dispersión y eficientismo, a fin de experimentar que nuestro corazón está hecho realmente -como decía san Agustín- para el Infinito y sólo en Él halla paz y reposo. También para vosotras son válidas las palabras de santa Teresa en su autografía: «Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase...» (Vida 37, 4). Es éste el desafío que ofrecéis continuamente al mundo con vuestra opción.

Testimonio y fidelidad

3. Vuestra consagración total al Amor es asimismo una advertencia para todos los cristianos; para los sacerdotes, religiosos, teólogos y responsables de la Iglesia. Claro está que para el anuncio del Evangelio y para la salvación de las almas son necesarios los varios medios de apostolado, búsqueda de métodos nuevos, creatividad, novedad, dinamismo operativo, renovación de ideas y propuestas... Pero la oración personal, la petición de luz y fuerza para sí y para el mundo entero, sigue siendo esencial, de la misma manera que la preocupación fundamental debe continuar siendo siempre el mantenimiento y defensa del «depósito» de verdades que Jesús ha revelado naciendo en Belén y ha confiado después a la Iglesia.

Oración

4. Pocos meses antes de comenzar el Jubileo conmemorativo de la Redención de Cristo, queridísimas monjas de clausura, os encomiendo el feliz éxito de esta empresa que considero tan necesaria para la reflexión y la conversión. Encomiendo a vuestras oraciones y fervor espiritual el Año Jubilar entero y, en particular, los dos acontecimientos en que tengo más interés: el Congreso Eucarístico nacional italiano y el Sínodo de los Obispos sobre el tema «La reconciliación y la penitencia».

Os colme el Salvador divino de la alegría que experimentó aquí san Francisco de Asís. Os acompañen con su protección celestial la Virgen Santísima y san José. Y os sirva de ayuda también mi bendición apostólica que os imparto con todo el corazón.

CENTRAR LA VIDA EN JESÚS Y SU EVANGELIO

Mensaje desde Greccio a los religiosos de las cuatro familias franciscanas

Amados hermanos y hermanas:

1. Mi peregrinación de hoy al valle reatino llega a su cumbre en este santuario de Greccio situado entre ásperas rocas y bosques solitarios, construido con piedras sagradas y gastadas por la presencia y oración de generaciones ininterrumpidas de peregrinos en busca de paz y de alegría franciscanas. Quiero concluir aquí la solemne celebración del VIII centenario del nacimiento de san Francisco de Asís que, a lo largo del año pasado, ha dado lugar en todas partes a una gran floración de acertadas iniciativas que dieron nuevos impulsos a la vida de toda la Iglesia y, en especial, a la de los seguidores más inmediatos del Santo.

2. Doy gracias en primer lugar al señor Ministro Darida por su presencia y las palabras que me ha dirigido en nombre del Gobierno italiano, y expreso mi agradecimiento al superior general de la Orden de Hermanos Menores que acaba de interpretar los sentimientos de las familias franciscanas.

Dedico un saludo asimismo al cardenal Antonelli y al obispo de Rieti; y también os saludo con toda cordialidad a vosotros, habitantes de Greccio, y en especial a las autoridades, a vuestro alcalde sobre todo, y al consejo consistorial, dirigiendo a todos el deseo de «Paz y Bien» tan repetido en este Valle Santo, «resonancia de silencio y serenidad», por los mismos labios del hombre de Asís, que dejó en esta tierra huella singular de su alma de santo, de apóstol y también de legislador. Han pasado muchos siglos, la historia ha escrito páginas abundantes, pero en los vetustos conventos del Valle de Rieti se notan con viveza los recuerdos del Pobrecillo que aquí predicó, oró, hizo penitencia y obró prodigios.

El nombre de Greccio saltó a la historia desde la Navidad de 1223, es decir, cuando san Francisco construyó aquí el primer nacimiento, intuición mística y popular que se extendió por todo el mundo suscitando fermentos de vida cristiana. También al hombre de hoy, lanzado felizmente al espacio y rodeado a la vez de un vacío inquietante de valores y certezas, Greccio, «Belén franciscano», dirige un mensaje de salvación y de paz: el Verbo encarnado, el Niño divino quiere alcanzar y convertir también los corazones de esta generación, y les invita a hacer experiencia de un amor infinito que llegó hasta revestirse de nuestra carne mortal para ser fuente de perdón y nueva vida.

Además, san Francisco tenía predilección por los habitantes de Greccio a causa de la pobreza y sencillez de éstos, y llegó a decir: «En ninguna ciudad grande he visto tantas conversiones como en este pequeño lugar de Greccio». Es éste un testimonio válido también para el presente y se refiere a las virtudes de la parquedad y el desprendimiento encaminadas a recobrar el verdadero señorío sobre las cosas y, mejor aún, a estar más cerca de quienes sufren indigencia extrema en una sociedad opulenta y, por ello, a menudo injusta. Reviven de este modo la fraternidad y el sentido de solidaridad universal inmanentes en la espiritualidad franciscana y sumamente necesarias para que la humanidad descubra de nuevo en la libertad auténtica la capacidad de entonar un canto de alabanza y agradecimiento a Dios con la creación entera.


Por ello terminaré mi saludo a vosotros, gente de Greccio, con las palabras del Santo: «Toda criatura del cielo, de la tierra y del mar... rinda a Dios alabanza, gloria, honor y bendición; porque Él solo es omnipotente, admirable, glorioso, y el solo santo, laudable y bendito por los infinitos siglos de los siglos» (2CtaF 61-62).


3. Y ahora, desde el santuario que simboliza en cierto modo la doble dimensión contemplativa y apostólica de la vocación franciscana, quiero dirigirme en particular a los seguidores más inmediatos del Santo de Asís, a los religiosos de sus cuatro familias, y dedicarles un mensaje al final del mencionado centenario.


Jesucristo, encarnado y muerto por el hombre, figura en el centro de la espiritualidad de Francisco. Los misterios de la Encarnación y la Redención lo son todo para él, que quiere unirse al Maestro con una imitación tan literal que es contestada incluso por los suyos. Pasando por alto todo el lenguaje simbólico, nota dominante de la cultura medieval, su relación con Cristo es directa y prescinde de excesivas mediaciones doctrinales. Para él, Dios es verdaderamente «el que es»; y Jesús, Hijo unigénito del Padre e Hijo de María, es maestro y compañero de la aventura humana que de la redención saca certeza y alegría. Francisco está en diálogo continuo con Jesucristo, le hace intervenir en las discusiones sobre la Regla, le pide consejo, fuerza, ayuda. Puede decirse que vive continuamente en su presencia. Es preciso ver en este estilo franciscano una fuente de autenticidad evangélica perenne, una escuela que mira siempre a los orígenes, a la esencia, a la verdad de la vida cristiana.


En este momento acuden a la mente las palabras sobrias e incisivas a un tiempo de Tomás de Celano sobre el Santo: «La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón» (1 Cel 84). Ello mereció a Francisco el título de «nuevo evangelista», pues puso el Evangelio por fundamento de su legislación y vida espiritual, y a su luz resolvió todos los problemas que se le presentaron en el camino.


4. Queridos hermanos de las cuatro grandes familias franciscanas: pertenecéis a órdenes distintas, de las cuales compartís las finalidades particulares y las orientaciones formativas especiales; pero todos juntos formáis la gran familia de los hijos de san Francisco, que se proponen profesar su carisma e ideal evangélico. Tenéis conciencia creciente de vivir en una hora semejante en muchos aspectos a la del Santo, apremiantemente necesitada de testimonios de autenticidad genuina y radicalismo cristiano para poder salir de la espiral sofocante del «humanismo horizontal» que, por haber vaciado su interior de valores trascendentes, corre peligro de precipitar a toda la sociedad a la autodestrucción. Es tiempo de testimoniar el Evangelio con nuevo tesón y predicarlo «sine glossa», sin glosa.


El único camino para llegar a la alegría, libertad, amor fraterno y paz, metas ansiadas también por la generación actual, es el indicado en el Evangelio. Éste constituye para cada hombre el camino hacia Dios, camino que nos lleva a encontrar la paternidad divina; camino que conduce hacia uno mismo para redescubrir la propia dignidad y hacia el prójimo para poner por obra la fraternidad verdadera.


La alegría, la libertad, la paz y el amor, valores eminentemente franciscanos, no se reunieron en el Santo por excepción o pura casualidad, sino que fueron fruto de un proceso dramático que él condensa en la expresión más frecuente en sus labios de «hacer penitencia», que se corresponde con la pronunciada por Jesús al comienzo de su predicación: «Arrepentíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Llegó a la alegría a través del sufrimiento, a la libertad mediante la obediencia, al amor de las criaturas por la victoria sobre el egoísmo. En él todo está modelado según Cristo crucificado; incluso su pobreza radical tiene por móvil último el seguimiento del Crucificado. De este modo Francisco llega a ser seguidor auténtico y sublime de Cristo y participa de su fuerza de atracción universal.


5. A una sociedad como la nuestra, toda proyectada a la superación del sufrimiento, esclavitud, violencia y guerra, y al mismo tiempo sumida en la angustia ante la terrorífica inutilidad de sus esfuerzos, es necesario predicar el Evangelio con toda mansedumbre después de haberlo testimoniado del mismo modo (2 R 3,10-13); pero también con santa valentía para convencer a los cristianos de que no nos transformamos en hombres nuevos que saboreen la alegría, la libertad y la paz, si no se reconoce en primer lugar el pecado que hay en nosotros, para pasar luego, mediante un verdadero arrepentimiento, a dar «frutos dignos de penitencia» (cf. Lc 3,8).


En efecto, el rechazo de Dios, el ateísmo erigido en sistema teorético y práctico o vivido sencillamente en la sociedad de consumo, se encuentra en la raíz de todos los males presentes, desde la destrucción de la vida, incluso incipiente, hasta todas las injusticias sociales, pasando por la pérdida del sentido de toda moralidad. El tema de la penitencia, en cuanto condición de la experiencia viva del amor misericordioso del Señor en todos los niveles de la condición humana, es tema de actualidad suma en esta expectación del Año Jubilar de la Redención.


6. Desde este santuario de Greccio, a los que estáis llamados a ser hombres del Evangelio como vuestro padre Francisco, os repito que urge acercarse a los hombres de hoy asumiendo sus vicisitudes, problemas y sufrimientos, pero sobre todo para convencerles de que en el Evangelio se halla la senda segura de salvación y que todo otro camino es arduo, inseguro, insuficiente y con frecuencia no conduce a nada. Llevad a nuestra época la Buena Noticia que es anuncio de esperanza, reconciliación y paz; resucitad a Cristo en el corazón de los hombres angustiados y oprimidos; para todos sed custodios y testigos de la esperanza que no defrauda. Como Francisco, sed los «heraldos del gran Rey» (1 Cel 16).

Ocasión propicia para dar nuevo vigor a vuestra misión de evangelizadores e intensificar vuestro valioso servicio a la Iglesia, os la ofrece el Año Jubilar que nos aprestamos a celebrar en este último retazo del milenio para encender de nuevo en los corazones el sentido gozoso y seguro de la redención perenne, fuente de todo bien para la humanidad (cf. 1 Cor 8,6).

Hijos de san Francisco: confiando en vuestra docilidad de hombres del Evangelio, de quienes el Espíritu pueda disponer libremente para la construcción del Reino, seguro de vuestra fidelidad a los sucesores de Inocencio III y de Honorio III, a quienes vuestro Seráfico Padre prometió obediencia, también en nombre de las futuras generaciones de Hermanos Menores, invoco para cada uno abundantes gracias de franciscana y perfecta alegría y de fecundo apostolado evangélico, a la vez que os imparto mi bendición apostólica.

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