Angeles custodios de san Francisco
Se manifestaban en la Porcíncula. Desde las primeras fuentes franciscanas mencionan la devoción de san Francisco hacia los espíritus angélicos. Su primer biógrafo, fray Tomás de Celano, describía: “Veneraba amorosamente a los ángeles”.
Venerados como compañeros. San Francisco “decía que éstos deben ser venerados donde quiera como compañeros y no menos invocados como custodios. Enseñaba a no ofender su mirada y a no atreverse a hacer lo que no se haría frente a los hombres”. En la primera biografía del santo se subraya el recuerdo de Santa María de los Ángeles, la Porciúncula, lugar predilecto de san Francisco, porque “es el lugar favorito de las gracias más abundantes y de frecuentes visitas de espíritus angélicos” (1 Cel 106: 503; Spec 83: 786).
Santa María de los Ángeles. En dos años de vida ermitaña Francisco terminó de reparar también la iglesia abandonada de Santa María de los Ángeles, que escogió para vivir “a causa de su veneración a los ángeles y su especial amor por la madre de Cristo” (Leg M 3,8: 1048). Las fuentes franciscanas definen este lugar “colmado de una gracia más abundante” porque en él los espíritus celestiales “irradian su luz” y hacen “resonar los himnos” durante las noches (Spec 84: 1782).
Los tronos celestiales. Un pasaje de la primera Regla, según el modelo de la invocación orante, recuerda a los tres arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael junto a los coros angélicos: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades, Virtudes, Ángeles y Arcángeles (Rnb 23:67). En estas narraciones medievales existe la idea teológica de la ocupación de los tronos celestiales, desocupados por los ángeles inicuos o diablos y reservados a los santos, especialmente a aquellos que han vivido en virginidad como los espíritus celestiales.
El éxtasis de Francisco. En las leyendas se recuerda la visión de fray Pacífico que vio a san Francisco en éxtasis sobre un trono “más espléndido y glorioso” que todos los demás tronos, mientras la voz sobrenatural declaraba que ese trono había sido reservado a san Francisco por su humildad, cuando había sido destinado al ángel inicuo Lucifer que lo perdió a causa de su orgullo y soberbia. Por eso san Francisco fue llamado por sus seguidores y admiradores “Padre seráfico” (2 Cel 122:707; Leg M 6,6: 111; Leg P 23: 1570; Spec 60: 1750).
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