Discurso de JPII al encuentro de Jovenes hacia Asis


Castelgandolfo, sábado 18 de agosto de 2001.

1. Amadísimos jóvenes que participáis en el II Encuentro Internacional Jóvenes hacia Asís, os doy la bienvenida. Me complace acogeros y con alegría os dirijo el saludo evangélico que tanto os gusta: «El Señor os dé paz». Os habéis dado cita desde muchas partes del mundo para profundizar juntos, en la simplicidad de los lugares franciscanos, en el testimonio de dos campeones del Espíritu: san Francisco y santa Clara de Asís.

El tema elegido para vuestro encuentro internacional es la alegría. Se trata de un tema de gran interés y actualidad, porque todos tenemos necesidad de alegría auténtica y duradera.

2. Los amigos del joven Francisco lo llamaban el rey de las fiestas por su disponibilidad y generosidad, por su modo de ser brillante y simpático. Humanamente podía tener muchos motivos para ser feliz, y, sin embargo, le faltaba algo. Lo abandonó todo cuando halló lo que más necesitaba. Encontró a Cristo, y descubrió la verdadera felicidad. Comprendió que sólo se puede ser feliz consagrando la vida por un ideal, construyendo algo duradero a la luz de los consejos exigentes del Evangelio.

Queridos jóvenes, muchos falsos maestros indican sendas peligrosas que llevan a alegrías y satisfacciones efímeras. Hoy, en muchas manifestaciones de la cultura dominante se registra gran indiferencia y superficialidad. Vosotros, queridos jóvenes, imitando a san Francisco y a santa Clara, no dilapidéis vuestros sueños. ¡Soñad, pero en libertad! ¡Proyectad, pero en la verdad!

También a vosotros el Señor os pregunta: «¿A quién queréis seguir?» Responded, como el apóstol san Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Sólo Dios es el horizonte infinito de vuestra existencia. Cuanto más lo conozcáis, tanto más descubriréis que sólo él es amor y manantial inagotable de alegría.

Pero para entrar y permanecer en contacto con Dios es indispensable entablar con él una relación profunda en la oración. Cuando es auténtica, la oración irradia la energía divina en todos los ámbitos y momentos de la vida. Nos hace vivir de un modo nuevo. La oración hizo de san Francisco un hombre nuevo y de santa Clara una fuente de luz.

3. Vosotros sois de Dios y Dios es vuestro. La conciencia de pertenecer a Dios os hará, como a san Francisco y a santa Clara, criaturas pacificadas por su presencia: «El amor de Dios da felicidad -escribe santa Clara en una de sus cartas-; su dulzura inunda toda el alma, que es la más digna de todas las criaturas; la gracia de Dios la hace más grande que el cielo. En efecto, los cielos con todas las demás cosas creadas no pueden contener al Creador, mientras que el alma fiel, y sólo ella, es su morada y aposento» (cf. CtaCl 4,11-13; 3,21-22).

El alma es más grande que el cielo. Habiendo comprendido esta íntima realidad espiritual, san Francisco y santa Clara no dudaron en subir hasta la cumbre de la santidad. La santidad no es una especie de itinerario ascético extraordinario, que sólo algunos «genios» pudieran alcanzar; por el contrario, como recordé en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, es el «alto grado» de la vida cristiana ordinaria (cf. n. 31). Santidad significa hacer algo hermoso por Dios todos los días, pero también reconocer lo que él ha hecho y sigue haciendo en nosotros y por nosotros. Sed santos, amadísimos jóvenes, porque lo que entristece al mundo es la falta de santidad. Los santos en quienes os inspiráis siguen ejerciendo una atracción extraordinaria, porque dedicaron sin cesar su existencia a Cristo. Y, sin quererlo, dieron origen a un estilo evangélico «revolucionario», que aún hoy continúa atrayendo a tantos jóvenes y personas de todas las edades. También vosotros habéis sido conquistados por la fascinación de su testimonio, y vuestra presencia en este encuentro subraya vuestro deseo de imitarlos fielmente.

4. San Francisco y santa Clara no sólo se convirtieron en hermano y hermana de todo ser humano, sino también de todas las criaturas animadas e inanimadas. Al contemplar la naturaleza, la mirada de san Francisco se llenaba de alegría al descubrir que todo habla de Dios. En el Cántico del Hermano Sol exclamaba: «Todo nos habla de ti, Altísimo».

Amadísimos jóvenes, aprended también vosotros a mirar a vuestro prójimo y la creación con los ojos de Dios. Respetad principalmente su cima, que es la persona humana. En la escuela de maestros tan valiosos, ejercitaos en el uso sobrio y atento de los bienes. Cuidad que se distribuyan y compartan mejor, respetando plenamente los derechos de todas las personas. Ojalá que al leer el gran libro de la creación vuestro espíritu se abra a la alabanza y a la acción de gracias al Creador.

5. Como santa Clara y san Francisco, aprended a recurrir constantemente a la ayuda divina. Ellos os repiten a cada uno de vosotros: «Pon tu confianza en el Señor y él cuidará de ti» (1 Cel 29). Sí, queridos muchachos y muchachas, tened confianza en Dios. Imitad a san Francisco y a santa Clara también en su entrega filial a la Virgen, y buscad en ella calor y protección. Acudid a María, Madre dulcísima, a quien desde hace siglos la Iglesia invoca como Causa de nuestra alegría. También será motivo de alegría para vosotros, porque María es madre solícita de todos.

Con este deseo, os aseguro mi recuerdo en la oración y os bendigo de corazón a todos.

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