11111989 Discurso JPII a la OFS de Italia


Discurso de San Juan Pablo II a la Orden Franciscana Seglar de Italia

Roma, sábado 11 de noviembre de 1989

 El 11 de noviembre de 1989 el Santo Padre recibió en audiencia a los 7.500 participantes en la peregrinación organizada por la Orden Franciscana Seglar (OFS) de Italia, con ocasión del VII Centenario de la aprobación de la Regla de la Orden. Durante el encuentro en el patio de San Dámaso, Juan Pablo II pronunció en italiano el siguiente discurso traducido al español, tomado de L'Osservatore Romano, 3-XII-89.

1. Amadísimos hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar de Italia: Os habéis reunido en Roma para orar sobre la tumba del Apóstol Pedro, como le gustaba hacer a san Francisco, y para celebrar el VII centenario de la Bula Supra montem, con la que mi predecesor Nicolás IV, el 18 de agosto del año 1289, instituyó la Tercera Orden, entonces llamada de los hermanos y de las hermanas de la penitencia.

Mi saludo a todos vosotros y a todos los miembros de la Orden Seglar de las comunidades italianas. Saludo también a la presidenta nacional, Sra. Emanuela De Nunzio, al asistente nacional, padre Giuseppe Martin, y a todos los representantes de las diversas familias franciscanas aquí presentes.

Sé bien que los franciscanos seglares de Italia son numerosos y gozan de una singular tradición de servicio eclesial. Esto me da mucho gozo.

Fermento en el mundo

2. La Orden Franciscana Seglar, como es bien sabido, representa la forma más antigua de organización de laicos que, bajo la guía de la Iglesia, fraternalmente unidos, e inspirándose en el carisma de san Francisco, se esfuerzan por dar testimonio del Evangelio con su propia vida, dedicándose al apostolado según las formas requeridas por las condiciones propias del estado laical. Llamados a vivir en el siglo, pero impulsados por el Espíritu Santo a alcanzar la perfección de la caridad, según el modelo de vida del seráfico «Poverello» de Asís, vosotros actuáis en el mundo como fermento, llenos de espíritu cristiano, conscientes de que debéis avanzar generosamente por el camino de la santidad (cf. Apostolicam actuositatem, 2).

Es precisamente esto lo que san Francisco pedía en su exhortación a los hermanos y a las hermanas de la penitencia, dirigiéndose a «todos los que aman al Señor con todo su corazón... y aman al prójimo como a sí mismos, y odian su propio cuerpo con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre del Señor nuestro Jesucristo, y producen frutos dignos de penitencia» (1CtaF 1,1-4).

Sinceridad de la fe

3. Según la Bula Supra montem, la vida franciscana seglar tiene exigencias muy precisas. Ante todo está fundada «en la roca de la fe católica», es decir, aquella fe que los discípulos de Cristo, con ardor de caridad hacia su Maestro, enseñaron y que la Iglesia romana profesa y conserva. San Francisco recomendó -y la Bula lo recuerda-, con la palabra y con el ejemplo, el valor de esta norma primera y fundamental para la santificación de todo cristiano. Por eso, a todos los fieles continuadores de la misión franciscana se les pidió la «sinceridad de esta misma fe» mantenida siempre con firmeza y manifestada en las obras (cf. Supra montem, prólogo).

A la coherencia y a la unidad de la fe corresponde en la tradición franciscana seglar una rigurosa conducta de vida. Ésta se funda ante todo en el espíritu de pobreza, adaptado desde luego a las exigencias de quienes permanecen en el siglo, pero no por esto menos riguroso. La renuncia a un estilo de vida costoso en lo que se refiere al vestido, al alimento y a la diversión, constituía en los orígenes de la Orden un signo necesario también para los laicos que querían dar un testimonio sincero de la pobreza de Cristo. Ésta sigue siendo aún hoy la esencia de la vida franciscana.

Pero también la pobreza, para ser realmente virtud, tiene necesidad de sostenerse con una intensa oración. La Bula Supra montem recomienda por ello vivamente la oración, especialmente la litúrgica, la frecuente recepción de los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía, el ayuno y la penitencia, practicados por amor de Dios y en espíritu de caridad.

Además, el espíritu franciscano no puede desinteresarse de la paz. De aquí la invitación a obrar concretamente en favor de la paz, según las propias posibilidades y condiciones: «Restablecer la paz entre los hermanos y las hermanas, o también entre los extraños que hayan caído en la discordia» (Supra montem, n. IX).

Radical cambio interior

4. También hoy la regla fundamental de todos los hijos de san Francisco en la Orden Seglar pide que se acomode el propio modo de pensar y de actuar al de Cristo mediante un radical cambio interior y una verdadera conversión realizada día a día (Breve apostólico Seraphicus pater de Pablo VI, n. 7, 1963). Desde luego las condiciones del mundo contemporáneo exigen otros signos, otras maneras de realizar una vida santa, en el cotidiano esfuerzo de apostolado. Sin embargo, está claro que permanecen idénticas las reglas fundamentales para vivir realmente según el Evangelio. La regla franciscana enseña todavía hoy cómo se debe abrir el corazón a Cristo, cómo se puede caminar con Él y cómo se puede dar a conocer a los hermanos que la adhesión a la Palabra divina otorga un don que libera y santifica. En una palabra, con un auténtico estilo de vida franciscano se propone a todo hombre y a toda mujer un efectivo crecimiento en el modo de actuar cristiano, y por ello correspondiente a la misma dignidad humana.

Primado del espíritu

5. Entonces, considerad cuán preciosa es la regla de vida que propone vuestra Orden. El hombre moderno, envuelto en la civilización del consumo, tiene necesidad de volver a encontrar una verdadera orientación para el programa de sus elecciones diarias. Hoy hay necesidad de anunciar que el primado del espíritu es esencial para afirmar de manera auténtica también los valores humanos. Vosotros debéis hacer entender que la pobreza según el Evangelio es en verdad liberación y bienaventuranza; que el amor a Cristo es fuente de alegría; que la caridad hacia el prójimo es en sí misma una válida razón de vida. El hombre moderno pregunta a la Iglesia y a todos vosotros, discípulos de san Francisco, cómo vivir efectivamente las exigencias del Evangelio «sin glosa», aun conservando la propia condición de laicos, comprometidos en el orden temporal.

La vocación universal a la santidad, la misión confiada a los laicos en la redención de las realidades terrenas, el valor de la oración, tan claramente intuidos por san Francisco, han de ser, por tanto, para todos vosotros el programa que hay que confirmar y consolidar.

Que os ayude en este propósito la bendición apostólica que, bajo los auspicios del seráfico padre san Francisco, imparto de corazón a todos vosotros y a vuestras comunidades.

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