22061967 Pablo VI al Capitulo General OFM

English

22 de junio de 1967: Discurso de SS. Pablo VI al Capítulo General OFM , acerca de la esencia de la Espiritualidad Franciscana

El más cordial saludo a la insigne Orden

Saludamos con afectuosa reverencia a los miembros del 177 Capítulo general de los Hermanos Menores, el cual, reunido en Asís en el célebre convento de Santa María de los Ángeles, ha dado a esta gran familia franciscana el 115 sucesor del incomparable fundador san Francisco en la persona del nuevo Ministro general el padre Constantino Koser, y se ha ocupado en revisar las leyes y las costumbres propias de los Hermanos Menores según el espíritu de la Orden y según las normas del Concilio ecuménico Vaticano II. Expresamos a todo el Capítulo general nuestra complacencia por la celebración de tan importante reunión, llevada a cabo con gran animación de caridad seráfica y con sinceros propósitos de renovación espiritual y de aggiornamento práctico; damos al nuevo Ministro general nuestro paternal abrazo, y hacemos votos para que su obra sea eficaz y saludable en el gobierno y en el servicio de los 26.666 hermanos menores, y a éstos enviamos Nuestra bendición y exhortación a la santidad según su singular vocación y la edificación de toda la iglesia de Dios, que se honra de su difusión mundial, de su ejemplo evangélico, de su generoso apostolado.

Y esto sería todo cuanto Nos tenemos que deciros en esta ocasión, sabiendo de qué manera vuestros espíritus están enterados de los asuntos internos que conciernen a vuestra Orden, sabedores de su historia, de sus instituciones, de sus necesidades, de su espiritualidad, y, finalmente, informados de los problemas que se presentan hoy más que nunca numerosos y apremiantes a causa de vuestra paradójica y providencial presencia en el mundo moderno. Sabemos que las discusiones de vuestro Capítulo general han tratado con libertad, con amplitud y competencia todos estos temas; y a Nos no nos queda otra cosa que recomendaros atesorar tanto estudio y prolongarlo en sucesivas reflexiones, divulgarlo en la inmensa red de vuestra sociedad religiosa, y poner fervorosamente en práctica las prescripciones a las que os habéis comprometido.

La esencia de la espiritualidad franciscana

Pero el interés y afecto que tenemos por el hecho prodigioso de la vida franciscana en la Iglesia de Dios, Nos mueven a manifestaros algunos pensamientos que vuestra visita, en tan solemne circunstancia, despierta en nuestro espíritu, muy simples y breves, y no muy originales, que, no obstante, pueden daros el consuelo de conocer Nuestro ánimo en alguna comunión religiosa con los vuestros.

Limitémonos a tres.

El primer pensamiento, el más obvio, y ciertamente habitual para vosotros, es el de identificar la esencia de la espiritualidad franciscana. Lo recordamos, no porque sea difícil formularlo, ya que se han escrito libros y libros a este propósito, sino porque es importante.

Cristo: Cristo es el punto focal de esta espiritualidad. Podríamos decir sólo Cristo. Leemos en un libro de reciente publicación, que nos da el texto y la traducción de las «Flores trium sociorum», bien conocido por vosotros, una palabra de san Francisco que parece ofrecer la clave de su espiritualidad: «Hermano, siento todos los días tanta dulzura y consuelo en el recuerdo y meditación de la humildad manifestada en la tierra por el Hijo de Dios, que podría vivir hasta el fin del mundo sin mucha necesidad de escuchar o meditar otros pasajes de las Escrituras» (textos ordenados por Campbell, n. 99, p. 301; cf. LP 79).

¿Quién hay que no sepa encontrar a san Francisco en el pesebre de Greccio y en los estigmas del Alverna? Ambos misterios de Cristo, la encarnación y la redención, son todo para él, que busca, tal vez como ningún otro seguidor de Cristo logró hacerlo, adherirse al Maestro.

Vosotros sabéis cómo toda vuestra literatura franciscana está atravesada por la observación del esfuerzo de san Francisco por una imitación literal de Jesús; véase la segunda leyenda de Tomás de Celano; véase la obra, en la que el tema se acentúa casi demasiado, de Bartolomé de Pisa: «De conformitate vitae beati Francisci ad vitam Domini Iesu» (sec. XIV, Analecta Franciscana, Quaracchi, 1906-1912). Esto, en síntesis, nos lo hace notar el gran estudioso moderno de Jesucristo, el P. Leoncio de Grandmaison, que escribe de Francisco: «Conscientemente, continuamente quiso vivir como su Maestro, con su Maestro y de su Maestro. Su Regla, tal como la concibió, no es más que el Evangelio en acción» (cf. Jesucristo, Barcelona, Ed. Litúrgica Española, 1932, pp. 953-955). Cosas conocidísimas por vosotros. Pero dejad que Nos os recordemos su sencillez y su fuerza, su evidencia y originalidad, su belleza y atracción; dejad que Nos reconozcamos en esta tradición franciscana una fuente católica de perenne autenticidad evangélica, una escuela siempre vuelta al origen, de la esencia, a la verdad de la vida cristiana, un amor que no se extingue en las formas, que no se evapora en las teorías, que no se consume en el tiempo, sino que está siempre allí, vivo, ardiente, pobre, obediente, paciente y lleno de gozo místico y de humana bondad, para alimentar en la comunidad de los creyentes en Cristo el ansia de aquella caridad, que es lo único que cuenta. Y haced, hijos de san Francisco, que cuantos acusan a la Iglesia de haber polarizado su centro de interés en otros aspectos del cristianismo, doctrinales, cultuales o prácticos, y no en Jesucristo, puedan reconocer en este Santo «vir catholicus, totus apostolicus» (Julián de Espira, Vita, n. 28), y en sus hijos fieles seguidores, que perpetúan su testimonio, la prueba del «primado en todo» de la realeza (Col 1,18), que la Iglesia confiesa y celebra por nuestro Señor Jesucristo.

Siempre viva y floreciente la apología del Seráfico

El otro pensamiento, que espontáneamente se repite en Nos y en aquellos que, confrontando los tiempos que en que vivió Francisco con los nuestros, observan su enorme diversidad histórica, consiste en la pregunta sobre la actualidad del franciscanismo; ante todo, si es practicable; si tiene algún mensaje perenne que anunciar también a las generaciones presentes; si puede -siendo tan disconforme, incluso tan contrario a la mentalidad y a las costumbres de nuestro siglo-, ser considerado como expresión moral y religiosa viva y operante, o bien como un singular, aunque venerable, resto de tiempos pasados.

A esta duda responde de inmediato un hecho paradójico, pero real: vuestra existencia, vuestro grupo, nutrido con más de veintiséis mil adeptos, al que podemos agregar, para la cuestión que ahora nos interesa, los de las demás no pocas ni exiguas familias franciscanas. El franciscanismo está vivo y floreciente. Nos somos los primeros en disfrutarlo. Y a la apremiante pregunta sobre las razones de semejante vitalidad y de su adhesión a las condiciones espirituales y sociales de nuestro tiempo, responde la apología, que es familiar a los exponentes de vuestra familia religiosa, y a no pocos fieles vuestros en el campo de la cultura y admiradores en el campo de la vida cristiana; la apología de la actualidad de san Francisco, una apología extrañamente fuerte de los argumentos más impensados: entre todos el de la pobreza, que caracteriza al Poverello de Asís y a quien quiera ser su sincero seguidor.

Sí, Francisco es actual porque profeta de la Pobreza. Decid vosotros por qué es así; demostrad a los hombres de hoy, que parecen estar todos impregnados por el ansia económica, cómo la pobreza de espíritu que nos enseña el Evangelio, es liberación del espíritu, disponibilidad para el reino de las realidades superiores, reivindicación del verdadero y supremo fin de la vida, el amor a Dios y al prójimo, educación a la estima, a la conquista (¿el trabajo no es conquista de bienes económicos?, ¿y san Francisco no hizo de sus hermanos trabajadores humildes y asiduos?), educación, decíamos, para el uso discreto y la administración honestísima y pura de las peligrosas riquezas, y educación también para el goce sobrio de las realidades temporales hechas signos de la Providencia divina; y decid, en fin, por qué la pobreza, como lo demuestran los grandes dramas civiles de nuestra era, puede ser el principio, la condición para una solidaridad social, que la riqueza egoísta, en cambio, compromete o repudia de inmediato.

Todo esto, vosotros lo demostráis, es constantemente moderno; y si de verdad la seducción antigua del poseer bienes terrenos no penetra ocultamente en los conventos ni en vuestras almas, vuestra vocación a la pobreza franciscana se hace testimonio de autenticidad evangélica, y la admiración, la simpatía, la fe de los hombres os está asegurada.

Una vocación perenne de caridad sin límites

Y aquí viene el tercer pensamiento que este Capítulo Nos sugiere, a saber: si tal es el fenómeno admirable de san Francisco, ¿con qué propósitos deberá renovarse en el seno de la Iglesia y a los ojos del mundo? ¿Cómo puede afirmarse eso hoy para edificación de los cristianos y asombro de la sociedad? Nos pensamos que las deliberaciones de vuestro Capítulo responden sabia y ampliamente a estas preguntas y por eso las alabamos y recomendamos a vuestra ejecución puntual y práctica. Mas permaneciendo en un plano de exhortación especulativa, Nos os recomendaremos no temer la afirmación de vuestro estilo de vida en contraste con el estilo del mundo; por desprendimiento, digamos, por antítesis ascética, por vuelo místico. Otros seguirán otros caminos; el vuestro es aquel, lejos de ser hoy ignorado por los gustos caprichosos de la nueva generación, del anticonformismo. No despreciéis las formas extrañas de vuestro estilo franciscano; con tal que sean vividas con decorosa sencillez, pueden reasumir la eficacia de un lenguaje libre y audaz, tanto más apto para impresionar al mundo cuanto menos conforme con los imperativos de su gusto o de su moda.

Pero a la afirmación por contraste se acompaña de inmediato -paradoja característica franciscana también esta-, la afirmación por simpatía. Por simpatía social, especialmente, que Nos gustaría ver documentada por expresiones nuevas y afines a vuestra vocación de amor por los pobres, por los habitantes de los barrios más miserables de las periferias urbanas, por los trabajadores de las categorías de la desocupación o subocupación (como se dice hoy), por los emigrantes, por el pueblo humilde, en una palabra, más necesitado que los demás de quien lo asista, lo conforte, lo alivie y lo ame. Fray Lino, de Parma, es vuestro; y cuántos entre vosotros irradian como él en nuestro tiempo, y no sólo en el campo de la asistencia popular, sino también en cualquier sector de las necesidades humanas, en la religiosa y misionera en primer lugar, la luz benéfica y amiga de la caridad, inventiva y solícita, que «omnia suffert, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet» (1 Cor 13,7: «Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»). ¿Acaso la Iglesia no vive de la caridad, del amor?

Sólida fidelidad con Francisco a la «santa Iglesia romana»

Y he aquí, entonces, que vuestra afirmación se convalida con otro testimonio, que igualmente Nos siempre, y cada vez más en estos tiempos, esperamos recibir de vosotros: el de la fidelidad a la Iglesia, a aquella «santa Iglesia romana», a la que el hermano Francisco en su Regla y en su Testamento promete obediencia y reverencia, y en cuya adhesión compromete a sus seguidores. «Todos los hermanos -prescribe en la Regla de los Hermanos Menores- sean católicos, y vivan y hablen católicamente». Desde el día en que el Crucifijo de la capilla de San Damián por tres veces habla al joven Francisco y le dice: «Francisco, vete, repara mi Iglesia que, como ves, se viene del todo al suelo» (2 Cel 10), el «heraldo del gran Rey» se transforma en restaurador de los sagrados muros en ruinas, primero material y casi simbólicamente; después, moralmente, por medio de la fidelidad y la santidad, se hace sostén del edificio eclesiástico. Es la afirmación franciscana de la fidelidad a la santa Iglesia católica.

¡Carísimos Hermanos Menores! La visión de Inocencio III, de Francisco que sostiene la basílica lateranense, es decir, la Iglesia, cuerpo místico de Cristo en su expresión histórica y central, unitaria y jerárquica, y romana, presagió la vocación y misión de vuestra gran familia religiosa (2 Cel 17). Nos place representar de nuevo esta profética visión ante Nuestro espíritu en este preciso momento posconciliar, en el que todas las fuerzas sanas y vivas de la Iglesia están empeñadas en el sostén y restauración de la «casa de Dios»; y Nos place reconocer, entre las fuerzas más generosas, más activas, más saludables, la vuestra, la de Francisco, sostenedor de la Iglesia de Cristo mediante las virtudes de su eterno Evangelio.




Comments