San Juan Capistrano
San Juan de Capistrano. Alonso del Arco, c. 1685–1690. Óleo sobre lienzo, 222 x 140 cm
En esta representación de San Juan de Capistrano, Alonso del Arco sigue fielmente la iconografía tradicional del santo franciscano a la vez que incorpora matices característicos de su propio estilo. San Juan aparece vestido con el hábito de los Frailes Menores, marcado con la cruz roja de la reforma observante, y de pie bajo una estrella resplandeciente que señala su santidad. En sus manos sostiene un estandarte con el monograma IHS y los clavos de la Crucifixión, un emblema devocional creado por su mentor espiritual, San Bernardino de Siena. A sus pies yace un otomano derrotado, aludiendo a su ardiente predicación contra los turcos y a su papel decisivo en la victoria cristiana durante la batalla de Belgrado en 1456, donde fue conocido como el “Sacerdote Soldado”.
San Juan de Capistrano fue una figura influyente dentro del movimiento franciscano. Tras ingresar a la Orden de los Frailes Menores en 1416, se convirtió en uno de los principales representantes de la reforma observante, promoviendo el retorno al ideal original de pobreza y oración de San Francisco. Su influencia se extendió también a la Tercera Orden, a la cual defendió y ayudó a estructurar mediante su tratado Defensorium Tertii Ordinis, contribuyendo especialmente a la formación institucional de las mujeres religiosas vinculadas al movimiento. Su prestigio como jurista y predicador llevó a los papas Eugenio IV y Nicolás V a nombrarlo legado pontificio e inquisidor, trabajando para combatir herejías y resolver cismas internos.
La pintura refleja además los rasgos propios de Alonso del Arco, discípulo y colaborador de Antonio de Pereda, conocido como “el sordomudo de Pereda” debido a su condición desde nacimiento. Del Arco combina aquí elementos convencionales —como los turcos derrotados y los demonios que huyen— con detalles finos, como los querubines entre las nubes y el medallón cuidadosamente modelado. La obra se considera paralela a Santa Rosa de Viterbo, y ambas probablemente fueron encargadas juntas para un convento franciscano de Madrid desaparecido tras la desamortización eclesiástica de 1836. Su activa producción durante la década de 1690 explica la abundancia de obras atribuidas a su taller, incluyendo frescos como los de la ermita de la Virgen de la Oliva (1689).
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