15112021 Papa Francisco Capitulo General OFS
Queridos hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar, ¡Buenos días!
Os saludo con las palabras que San Francisco dirigía a los que encontraba por el camino: “¡El
Señor os dé la paz!”.
Me alegra acogeros con ocasión de vuestro Capítulo General. En este contexto, querría recordar
algunos elementos propios de vuestra vocación y misión.
Vuestra voación nace de la llamada universal a la santidad. El Catecismo de la Iglesia Católica
nos recuerda que «los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a Él,
despliegan la gracia del Bautismo y de la Confirmación a través de todas las dimensiones de la
vida personal, familiar, social y eclesial, y realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a
todos los bautizados» (n. 941).
Esta santidad, a la que estáis llamados como franciscanos seglares, como os piden las
Constituciones Generales y la Regla aprobada por San Pablo VI, conlleva la conversión del
corazón, atraído, conquistado y transformado por Aquel que es el solo Santo, que es «el bien,
todo bien, sumo bien» (S. Francisco, Alabanzas al Dios Altísimo). Esto es lo que os hace
verdaderos “penitentes”. San Francisco, en su Carta a todos los fieles, presenta el “hacer
penitencia” como camino de conversión, camino de vida cristiana, compromiso de hacer la voluntad
y las obras del Padre celeste. En el Testamento, entonces, describe su propio proceso de
conversión con estas palabras que bien conocéis: «El Señor me dio de esta manera a mí,
hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me
parecía extremadamente amargo ver a los reprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y
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practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía
amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí
del siglo»(1-3).
El proceso de conversiókn es así: Dios toma la iniciativa: “El Señor me dio a mi el comenzar a
hacer penitencia”. Dios conduce al penitente a los lugares en los que nunca hubiera querido ir:
“Dios me condujo entre ellos, los leprosos”. El penitente responde aceptando ponerse al servicio
de los demás y usando con ellos la misericordia. Y el resultado es la felicidad: “Lo que me
parecía amargo se me convirtió en dulzura de ánimo y de cuerpo”. Precisamente il recorrido de
conversión de Francisco.
Esto, queridos hermanos y hermanas, es lo que os exhorto a realizar en vuestra vida y en
vuestra misión. Y, por favor, no confundamos “hacer penitencia” con las “obras de penitencia”.
Éstas – ayuno, limosna, mortificación – son consecuncia de la decisión de abrir el corazón a
Dios. ¡Abrid el corazón a Dios! Abrid el corazón a Cristo, viviendo entre la gente común, al estilo
de San Francisco. Como Francisco fue “espejo de Cristo”, también vosotros podéis llegar a ser
“espejo de Cristo”.
Sois hombres y mujeres comprometidos a vivir en el mundo según el carisma franciscano. Un
carisma que consiste esencialmente en observar el Santo Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. La vocación del franciscano seglar es vivir en el mundo el Evangelio al estilo del
„Poverello‟, sine glossa; asumir el Evangelio como “forma y regla” de vida. Os exhorto a abrazar
el Evangelio como si abrazaramos a Jesús. Ya sea el Evangelio como el mismo Jesús, moldeen
vuestra vida. Así asumiréis la pobreza, la minoridad, la sencillez como vuestras señas de
identidad ante todos.
Con esta vuestra identidad francisca y seglar, sois parte de la Iglesia saliente. Vuestro lugar
preferido es estar en medio de la gente, y allí, como laicos – célibes o casados –, sacerdotes y
obispos, cada uno según su propia vocación específica, dad testimonio de Jesús con una vida
sencilla, sin pretenciones, siempre contentos de seguir a Cristo pobre y crucificado, como hizo
San Francisco y tanto hombres y mujeres de vuestra Orden. Os animo también a salir a las
periferias, las periferias existenciales de hoy, y allí a hacer resonar la palabra del Evangelio. No
olvidéis a los pobres, que son la carne de Cristo; a ellos estáis llamados a anunciar la Buena
Noticia (cfr. Lc 4,18), como hizo entre otros Santa Isabel de Hungría, vuestra Patrona. Y como
ayer las “fraternidades de los penitentes” se caracterizaron por fundar hospitales, dispensarios,
comedores sociales y otras obras de caridad social concreta, así hoy el Espíritu os envía a
ejercitar la misma caridad con la creatividad que piden las nuevas formas de pobreza.
Vuestra secularidad esté llena de cercanía, compasión, ternura. Y podéis ser hombres y mujeres
de esperanza, comprometidos a vivirla y también a “organizarla”, llevándola a las situaciones
concretas de cada día, a las relaciones humanas, al compromiso social y político; alimentando la
esperanza en el mañana aliviando el dolor de hoy.
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Y todo esto, queridos hermanos y hermanas, estáis llamados a vivirlo en fraternidad, sintiéndoos
parte de la gran familia franciscana. En ese sentido, os recuerdo el deseo de Francisco de que
toda la familia se mantenga unida, respetando ciertamente la diversidad de la autonomía de los
diversos componentes e incluso de cada miembro. Pero siempre en una comunión vital recíproca
para soñar juntos con un mundo en el que todos sean y se sientan hermanos, y trabajando juntos
para construirlo (cfr Enc. Fratelli tutti,8): hombres y mujeres que luchan por la justicia, y que
trabajan por una ecología integral, colaborando con los proyectos misiones y haciéndoos
artesanos de paz y testigos de las Bienaventuranzas.
Así hemos comenzado el camino de la conversión, y luego todas propuestas de fecundidad, que
vienen del corazón unido al Señor y amante de la pobreza. San Francisco y totos los Santos y
las Santas de la familia franciscana os acompañen en vuestro camino. El Señor os bendiga y la
Madre de Dios, “Virgen hecha Iglesia”, os proteja. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Gracias.
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