Carta a los Clerigos
𝐂𝐚𝐫𝐭𝐚 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐜𝐥é𝐫𝐢𝐠𝐨𝐬, 𝐬𝐞𝐠𝐮𝐧𝐝𝐚 𝐫𝐞𝐝𝐚𝐜𝐜𝐢ó𝐧: 𝐅𝐅 𝟐𝟎𝟕-𝟐𝟎𝟗
Consideremos todos los clérigos el gran pecado e ignorancia que tienen algunos acerca del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, y de sus sacratísimos nombres, y de sus palabras escritas que consagran el cuerpo.
Sabemos que no puede existir el cuerpo, si antes no es consagrado por la palabra.
Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las cuales hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1Jn 3,14).
Por consiguiente, todos aquellos que administran tan santísimos
ministerios, y sobretodo quienes los administran sin discernimiento, consideren en su interior cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la sangre de nuestro Señor.
Y hay muchos que lo abandonan en lugares viles, lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin discernimiento.
Asimismo, sus nombres y sus palabras escritas son a veces hollados con los pies; porque el hombre carnal no percibe las cosas que son de Dios (1Cor 2,14).
¿No nos mueven a piedad todas estas cosas, siendo así que el mismo piadoso Señor se entrega en nuestras manos, y lo tocamos y tomamos diariamente por nuestra boca? ¿Acaso ignoramos que tenemos que caer en sus manos?
Por consiguiente, enmendémonos de todas estas cosas y de otras pronta y firmemente; y dondequiera que estuviese indebidamente colocado y abandonado el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que se retire de aquel lugar y que se ponga en un lugar precioso y que se cierre.
Igualmente, dondequiera que se encuentren los nombres y las palabras escritas del Señor en lugares inmundos, que se recojan y se coloquen en un lugar decoroso.
Y sabemos que estamos obligados por encima de todo a observar todas estas cosas según los preceptos del Señor y las constituciones de la santa madre Iglesia.
Y el que no lo haga, sepa que tendrá que dar cuentas ante nuestro Señor Jesucristo en el día del juicio (cf. Mt 12,36).
Quienes hagan copiar este escrito, para que sea mejor observado, sepan que son benditos del Señor Dios.
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