12071976 Discurso participantes Capitulo general Capuchinos
Discurso de S. S. Pablo VI a los participantes en el Capítulo general de los Capuchinos de 1976
Lunes, 12 de julio de 1976
Hijos carísimos:
Nos alegramos al daros la bienvenida a nuestra casa, que es la casa de todos, pero de manera particular de aquellos que, por la profesión de vida perfecta mediante la práctica de los consejos evangélicos, están más cercanos a nuestro corazón de Vicario de Aquel que es modelo de toda perfección.
Hemos acogido con mucho agrado el deseo expresado por vuestro Ministro general, con quien nos congratulamos por la confianza que le han reiterado los miembros del Capítulo general, y hemos hecho un espacio en nuestro programa para un encuentro particular con vosotros que nos permitiese manifestaros algunos pensamientos, que la solicitud siempre viva por los destinos de vuestra Orden benemérita nos sugiere.
En primer lugar, queremos manifestaros nuestra paterna complacencia por la acogida que la Orden ha dispensado a la Carta enviada por Nos el 20 de agosto de 1974, con ocasión del anterior Capítulo general, carta en la que indicábamos algunas líneas maestras para una renovación de la Orden, que significase el replanteamiento en el contexto del mundo actual de las características originarias del espíritu franciscano capuchino más auténtico. Las vicisitudes de estos dos años han confirmado la presencia en la vida de la Iglesia de vuestra gran familia religiosa; junto a motivos de preocupación, no resueltos todavía del todo, aparecen signos significativos de una prometedora renovación.
Mouse pad con la imagen de San Francisco y calavera
¿Qué queremos proponer hoy a vuestra consideración? Lo decimos inmediatamente con pocas palabras: el impelente deber de la evangelización. Nos hemos publicado sobre este argumento, como vosotros bien sabéis, una exhortación apostólica, la Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), en la que hemos recogido, siguiendo las indicaciones del Sínodo de los Obispos de 1974, casi en una breve «Summa», los criterios en los que debe inspirarse el anuncio de la Buena Nueva a los hombres de hoy.
De nuevo os hablamos de ello para insistir sobre la fundamental importancia de este deber, frente al cual san Pablo prorrumpía con la conocida exclamación: «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16). El deber de la evangelización os exige que, después de un examen preliminar dirigido a esclarecer las principales exigencias del mundo de hoy, os empeñéis en convertiros en un frente con firme determinación y generosa vocación y misión particular, reavivando para tal fin las tradiciones benéficas de la Orden.
El apostolado de los capuchinos tiene explicaciones múltiples y variadas, y la historia pasada y reciente demuestra cuánto saben ellos adaptarse a las condiciones ambientales en las que están llamados a desenvolver su actividad. Es necesario proseguir por este camino, con prudencia y previsión, en el intento de actuar el programa del apóstol, que podía afirmar: «Me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos» (1 Cor 9,22).
A este respecto quisiéramos recordar una de las características más tradicionales del espíritu de la Orden, que nos parece importante que sea puesta en evidencia hoy de modo particular en vuestro apostolado: la de haceros en toda circunstancia portadores de paz entre los hombres. El hombre de hoy tiene necesidad, más que nunca, de encontrar en su camino alguien que le dirija el saludo, deseo y, a la vez, invitante llamamiento, que fue muy caro a san Francisco: «Paz y Bien». Paz con los hombres, para atenuar, si no es posible resolver, los conflictos en las relaciones individuales, familiares y sociales, en el plano nacional e internacional. Paz, sobre todo, con Dios en el santuario de la conciencia, porque precisamente en el encuentro amoroso con el Padre, que «nos perdona nuestras deudas» (Mt 6,12; Lc 11,4), se recibe el don de poder mirar con ojos nuevos a los hermanos que tienen alguna deuda con nosotros (cf. Mt 18,35).
Aquí se abriría el importante capítulo de la evangelización que se actúa en el confesonario, en aquel ministerio delicado e importantísimo, hoy contestado equivocadamente por algunas voces, que es la administración individual del sacramento de la reconciliación. Es esta una cuestión que no podemos afrontar aquí. La Orden de los capuchinos, por lo demás, ostenta maestros insignes en este arte finísimo, y no hay más que meterse en su escuela para recoger sugerencias sobre la justa actitud que adoptar con las almas para favorecer en ellas el secreto laborío de la gracia. Nos basta recordar la figura humilde y luminosa del padre Leopoldo de Castelnuovo, que no hace mucho (2 de mayo de 1976) tuvimos el gozo de proclamarle beato, para delinear un tipo de servicio pastoral, en el que os quisiéramos saber empeñados para ofrecerlo generosamente a las almas deseosas de un encuentro sacramental con el amor misericordioso del Redentor.
Seanos lícito, carísimos hijos, prolongar por algún instante más el discurso, con el fin de subrayar brevemente tres requisitos que nos parecen fundamentales para vuestra eficaz obra de evangelización. El primero podría formularse así: prioridad del ser con respecto al hacer. La evangelización exige testimonio y el testimonio supone una experiencia, la que emana de una profunda vida de unión interior con Cristo, que lleva al discípulo a una progresiva acomodación al Maestro, a un ser como Él, por Él, en Él, que poco a poco se trasluce, y entonces de forma convincente, incluso en la forma externa de vivir y de trabajar. Una forma externa configurada en particular por la pobreza de Cristo, el cual siendo rico se hizo pobre por amor nuestro, con el fin de hacernos ricos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9; Mt 8,20; Perfectae caritatis, n. 13). Es esta una lección esencial que irradia del mensaje franciscano más auténtico, un mensaje más actual hoy que nunca.
Segundo requisito: proximidad al pueblo. La Orden capuchina es una orden popular; nació con esta característica y será aceptada y eficaz en su acción evangelizadora si se mantiene como el pueblo la ha visto siempre. De aquí el deber de vivir cerca de las clases humildes; de aquí el empeño en un estilo de vida que, en cuanto a pobreza, no se distancia del de ellos; de aquí la coherente exclusión de los compromisos contrarios a la tradicional austeridad y simplicidad de vida, incluso en lo referente a la figura externa del capuchino.
Tercer requisito: fidelidad a la Iglesia, al Vicario de Cristo y a los obispos. La evangelización no acaece nunca a título personal, sino siempre y sólo en nombre de la Iglesia, porque es a la Iglesia a quien Cristo ha confiado la tarea de anunciar el Evangelio a todas las gentes (cf. Mt 20,18-20; Mc 16,15-16; Hch 26,17ss). Mantenerse en comunión de mente, de corazón, de acción con la enseñanza, con las directrices y las disposiciones de la autoridad eclesial en las circunstancias concretas en las que se es llamado a actuar, tanto a nivel de la Iglesia universal como en cada Iglesia particular, es exigencia connatural a toda acción apostólica que quisiera ser «para construcción y no para ruina» (2 Cor 10,8) de las almas, que Cristo os confía.
Estos eran los pensamientos que queríamos comunicaros hoy, carísimos, en este encuentro que nos ha ofrecido la oportunidad de testimoniaros, una vez más, los vínculos de paterna predilección que nos ligan a vuestra Orden. Sirva para implorar abundante efusión de gracias sobre los buenos sentimientos con los que habéis acogido nuestras palabras, la bendición apostólica que de corazón os impartimos.
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