Discurso JPII Capitulo General OFMcap
Discurso de su santidad Juan Pablo II, al Capítulo General de los Hermanos Menores Capuchinos
Roma, viernes 1 de julio de 1994
La mañana del 1 de julio, Juan Pablo II recibió en audiencia a los Frailes Menores Capuchinos que estaban celebrando el Capítulo general de su Orden. Al comienzo del encuentro, el nuevo ministro general, el canadiense John Corriveau, dirigió unas palabras de saludo a Su Santidad, que respondió con el discurso en italiano que, traducido al español, tomamos de L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 8-VII-1994.
Carísimos hermanos:
1. Me alegra encontrarme hoy con vosotros, que tomáis parte en vuestro Capítulo general, «máximo signo de unión y de solidaridad de toda la fraternidad capuchina reunida a través de sus representantes», como afirman vuestras Constituciones (16,1).
Saludo con afecto al recién elegido ministro general, padre John Corriveau, al que expreso mis mejores deseos de buen trabajo en el nuevo compromiso de gobierno al que ha sido llamado. También saludo de modo especial al padre Flavio Roberto Carraro, que ha guiado durante doce años vuestra Orden, e invoco sobre él abundantes recompensas de gracia y de paz por la dedicación con la que llevó a cabo su obra.
Toda asamblea capitular es para la Orden un momento benéfico y necesario de reflexión, no sólo sobre el sentido profundo de la propia vocación específica sino también sobre las situaciones de la humanidad que invitan a la fraternidad franciscana a leer y a acoger los «signos de los tiempos» (cf. Mt 16,1-3; Lc 12,54-57) como voz de Dios para el instituto.
Desde luego, no necesito recordaros que vuestra cita tiene lugar en un momento muy significativo para la Iglesia en general, y para los llamados a la vida consagrada en particular. En efecto, la próxima Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, cuyo tema es La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, constituye un gran estímulo para que todo el pueblo de Dios reflexione en el don inestimable que el Espíritu ha hecho y hace continuamente a la Iglesia de Cristo mediante el carisma de la vida consagrada.
Además, el sexenio capitular que comienza ahora se inserta en un tiempo caracterizado por un singular significado histórico para la comunidad eclesial, que se prepara para celebrar el segundo milenio de la encarnación de Jesucristo.
2. En ese marco la misión del creyente y, en especial, de todo religioso consiste en ser testigo del Absoluto, también frente a las consecuencias trágicas que la ausencia de Dios, vivida en amplios sectores de la sociedad actual, está causando. Esto requiere, ante todo, que el capuchino viva en unión con el Señor, experimentando su presencia en la propia vida.
Oración y contemplación: éste es el compromiso principal que tenéis que cumplir, siguiendo el ejemplo luminoso de san Francisco y de muchos otros maestros de vuestra larga tradición. De la comunión íntima con la santísima Trinidad brota el amor fraterno que estáis llamados a vivir, ante todo, entre vosotros («En esto conocerán...»: Jn 13,35). De ese modo, podréis vivir para los demás, especialmente para los pobres, como las Constituciones y los documentos de vuestra Orden os recomiendan continuamente. La fraternidad es un valor que el mismo san Francisco, impulsado por el Espíritu Santo, inculcó en sus primeros compañeros para curar la sociedad dividida de su tiempo. Hoy queréis proponer nuevamente ese estilo de vida en una época en que el virus de la división y del individualismo es muy agresivo. Sed, pues, ejemplo de fraternidad y concordia. En vuestras comunidades ofreced el testimonio de hermanos que viven juntos en la paz, en la oración, en la caridad verdadera, en el perdón recíproco, en la pobreza y en la acogida.
Proseguir el testimonio evangélico del fundador
3. Para ello es necesaria una fidelidad creativa y concreta a vuestro carisma franciscano capuchino, conocido cada vez mejor a la luz de las enseñanzas y de los ejemplos de vuestro santo fundador, buscando espacios de presencia, de testimonio y de servicio apostólico, adecuados a las exigencias siempre nuevas del hombre de hoy.
Al hablar de fidelidad creativa, he querido referirme a la necesidad de una lectura atenta de los signos de los tiempos, para descubrir las indicaciones que el Espíritu Santo sugiere a los cristianos de hoy. Una lectura realizada con la misma sensibilidad del Poverello de Asís, que fue impulsado a responder a las exigencias de la radicalidad evangélica con una nueva forma de vida consagrada. La apertura y la disponibilidad de Francisco os librarán tanto del riesgo del inmovilismo como de la tentación de una cómoda aceptación de las modas del momento.
Además, vuestra fidelidad debe ser concreta: san Francisco exhortaba a sus frailes a que testimoniaran a Cristo plus exemplo quam verbo [más con el ejemplo que con la palabra]. Desde este punto de vista, en la atención a las vocaciones y en la formación inicial y permanente de los frailes, es preciso promover más la calidad de la vida consagrada que la cantidad de los consagrados. También tenéis que preocuparos por ser auténticos testigos de Dios y de la fraternidad evangélica: queridos capuchinos, sois un ordo fratrum, llamado a conservar y reforzar la tradicional cercanía al pueblo mediante un sabio proceso de inculturación.
4. Para estar cerca de los hombres tenéis que esforzaros, mediante el estudio, la reflexión y la oración, por comprender a la luz del Evangelio los problemas y las exigencias que viven hoy. Sin una doctrina sólida, se corre el peligro de trabajar en vano.
El compromiso de responder a las exigencias profundas de nuestro mundo os ha de llevar, además, a ser creativos. Queridos hermanos, tened verdadero impulso profético al ayudar a los hombres de nuestro tiempo, que muchas veces caminan a ciegas en lo que se refiere a los valores morales. Animad a los jóvenes, organizad grupos bíblicos y comunidades de oración. Llevad a Cristo al mundo. Llevadlo con valentía. Vuestra Orden ha dado siempre un ejemplo luminoso de evangelización, especialmente mediante la costumbre del contacto popular que os caracteriza.
Impulso profético
Sed misioneros. La exigencia de llevar el Evangelio ad gentes es más urgente ahora que aumentan los pueblos que no han encontrado aún verdaderamente al Señor Jesús. Dad un impulso misionero a las jóvenes generaciones y a las jóvenes circunscripciones de vuestra Orden, conservando siempre firme la eclesialidad de vuestro carisma, según el mandato del Crucifijo de San Damián a san Francisco: Ve y repara mi casa. Francisco lo hizo en su época, y ahora os toca a vosotros. Las necesidades pastorales de vuestro ambiente nativo no son una razón válida para que no dejéis vuestra tierra y vayáis donde Dios os diga.
Sed apóstoles de paz, don de Dios con demasiada frecuencia menospreciado por la injusticia y los delitos en un mundo que, a pesar de ello, pretende definirse civil y evolucionado.
La vida evangélica vivida y anunciada realmente os hará profetas, es decir, hombres de Dios y portadores de Dios, como verdaderos hijos del seráfico Padre que, según las palabras de un biógrafo, estaba poseído por un «luminoso espíritu de profecía» (Ubertino da Casale, Arbor vitae crucifixae Jesu, V, 3). Su enseñanza y su ejemplo constituyen una rica herencia que debéis conservar, pues os prepara de modo especial para la nueva evangelización, con vistas al ya próximo jubileo del año 2000.
Instrumentos de salvación
5. Amadísimos hermanos, quisiera concluir recordando una hermosa recomendación de vuestras Constituciones, en la que se refleja la sabiduría del Espíritu, que alimentó el ánimo de vuestros padres: «En el apostolado (…) sed pobres y humildes, sin apropiaros del ministerio, para que todos vean que buscáis sólo a Jesucristo; conservad la unidad de fraternidad que Cristo quiso tan perfecta, para que el mundo reconozca que el Hijo fue enviado por el Padre. En la convivencia fraterna, cultivad la vida de oración y de estudio, para que estéis unidos íntimamente al Salvador e, impulsados por el Espíritu Santo, estad dispuestos siempre generosamente a testimoniar la buena nueva en el mundo» (Constituciones, 154, 3-4).
Con estos deseos encomiendo los frutos de vuestra asamblea capitular a la protección materna de María, la Virgen fiel, para que os conserve un fuerte deseo de fidelidad a la vocación evangélica y franciscana. Ruego a la Reina de los apóstoles que os conceda experimentar, como los primeros discípulos, la presencia de Jesucristo y la íntima comunión con él. Invoco a la Reina de los profetas para que os obtenga la gracia de estar poseídos íntimamente por el Espíritu de Dios, a fin de que seáis instrumentos eficaces de salvación para vuestros hermanos. Confiando en vuestras oraciones por las necesidades de la Iglesia y agradeciéndoos el valioso servicio que prestáis al reino de Dios, os imparto de corazón a vosotros y a toda vuestra Orden la bendición apostólica.
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