23051951 Discurso SS Pio XII al Capitulo General OFM


Discurso de SS Pío XII a los participantes en el Capítulo General de los Frailes Menores

23 de mayo de 1951

  Después de haber celebrado en Asís una reunión general de vuestra comunidad religiosa, en la que habéis elegido, religiosos franciscanos, a vuestro superior general, venís piadosamente a ofrecernos un filial saludo. Gozo nos produce vuestro obsequio. Damos gracias a Dios de que entre el peso de nuestro oficio apostólico nos conceda gozar de vuestra vista y hablar a tales valerosísimos soldados del pacífico ejército de Jesucristo.

Ante todo, damos nuestra enhorabuena al amado hijo Agustín Sépinski, que ha sido elegido por la coincidencia de vuestros sufragios para presidir a toda vuestra familia religiosa, y, a la vez que damos un voto de gracias a su predecesor, invocamos sobre él la generosa luz y fuerza del Espíritu Santo para que pueda llevar a cabo su arduo papel con solicitud y prudencia.

Y ahora nos pedís unas exhortaciones y votos que os sirvan de incitación y os aprovechen para emprender con más ánimo el camino de la virtud. ¿De qué tema trataremos? ¿Por dónde vamos a empezar? Habéis venido de la ciudad de Asís llevando con vosotros más viva la imagen y el amor de vuestro padre fundador. Porque lo que os ayuda, con vosotros está.

El Patriarca de Asís y la caridad franciscana

El Patriarca de Asís, ferventísimo amador del Evangelio, pregón del gran Rey, imagen de Cristo, que brilla con extraordinario fulgor, sobresale de tal manera que con frecuencia trae hacia su amor aun a aquellos que son ajenos a la Iglesia católica. Vosotros, sus seguidores e hijos, debéis adelantar también a los demás en este aspecto. Pero conviene que estéis muy lejos de que el amor se manifieste en las palabras y languidezca en las obras. Si en verdad le amáis, proseguid sus consejos, insistid en sus huellas, dejaos llevar por el soplo de su ingente espíritu.

La forma más excelsa de virtud que en él brilló de manera singular fue la caridad, la caridad seráfica, arrebatado por la cual tocaba la tierra con pie levísimo como las aves y anhelaba con toda su alma las cosas del cielo. Por exigencia de esta eximia caridad cultivó de tal modo la pobreza evangélica, remedio de todos los vicios, que ganó la palma en su lucha. Compañeras como son de la pobreza evangélica, florecieron admirablemente en sus costumbres el amor, la penitencia, la voluntad decidida de entregarse totalmente a Dios y a la Iglesia, la inocencia de vida, el cuidado vigilante de ayudar y edificar religiosamente a los prójimos, sobre todo a los pobres y a los más miserables. Dirigid vuestra mirada hacia este brillantísimo astro e imitad las muestras de su virtud paternal. Adornaos cada vez más de la caridad hacia Dios y hacia vuestros hermanos. ¿Es acaso posible alabar a Dios y con esa misma boca herir la caridad fraterna, aun en materia leve? La caridad más excusa que acusa, y si algunas veces llega al enfado, lo hace, cuando es sincera y verdadera, para arrancar las amargas raíces de la disensión, para alimentar la concordia y para curvar la dura cerviz al yugo de la obediencia.

En esta materia os proponemos un tema que debéis ponderar y meditar. El Instituto franciscano, árbol fértil, produjo, por diversas causas que la Historia recuerda, muchos retoños. Dejemos al juicio de la misma Historia las disensiones y discrepancias que existieron en los tiempos pasados entre ellos. ¿No sería bueno y de desear que cada una de las familias franciscanas, aunque sigan siendo independientes, se reúnan en una amistosa federación para resolver todos los asuntos de capital importancia, con la cooperación del parecer de todos?

El espíritu de pobreza

En segundo lugar, la pobreza es tan necesaria, tan concorde con la ley del Evangelio, que todo cristiano, si al menos en el afecto de su ánimo no la venera y no detiene su ansia de bienes terrenos, mira mal por su salud eterna. Por eso conviene que haya en la Iglesia quienes sobresalgan en esta virtud para edificar y advertir a los demás en ella. Estos sois vosotros, si no os apartáis de vuestra primitiva norma. Brille, pues, una decorosa pobreza en vuestras casas y en vuestras cosas y, tratando las cosas terrestres con cierto pudor, no gocéis de ellas, sino usad con templanza, según aquello: Bien se vive con poca cosa (Odas de Horacio, libro II, 16, 13).

Pobres en el vestido y en la comida, luchad para ser ricos en las riquezas -que bien merecen ese nombre- que engendra la gracia de Dios, las virtudes y la ciencia, y derramad con pródiga mano entre vuestros prójimos tal clase de riquezas.

Ejercitaos en la inmolación espiritual de modo que, vencido lo que es dañoso e ilícito, cohibáis y rechacéis hasta algunas cosas que son lícitas; sobresalid en la modestia del rostro y del lenguaje y en la integridad del lirio de vuestra pureza; que todos los que se acerquen a vosotros puedan aprender de vuestra boca y de vuestro ejemplo lo bueno, lo casto, lo honorable, lo santo.

Acercaos principalmente a los débiles

Ya sabéis, amadísimos, que entre todos los males que afligen a la edad presente debe reputarse por el peor el que daña a los de más débil condición, y que algunos de estos, vencidos por las insidias de las malas doctrinas, huyen del redil de Cristo. Movidos por el instinto de la benevolencia fraterna, acercaos principalmente a estos, socorredles con toda clase de bienes, anunciadles la palabra de Dios con asiduidad, esa palabra de salvación y de esperanza que debe alimentarse en la meditación de las Sagradas Escrituras, dar fervor a las preces, sosteneros en la austeridad de la vida. Si así lo hacéis, además de acumular ingente suma de méritos, os opondréis a la perversión del siglo y cooperaréis a que este sea mejor en adelante. Con estos votos y con la efusión de Nuestro amor paternal, os bendecimos a cuantos estáis presentes y a todos vuestros hermanos, sobre todo a aquellos que en ciertas regiones padecen duras circunstancias por Cristo, a aquellos soldados invictos y fortísimos, dignos de inmortal alabanza; igualmente a vuestros alumnos, vuestras empresas y vuestros trabajos. Que la augusta y veneranda Trinidad, por la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de san Francisco, proteja vuestra comunidad religiosa y aumente en ella la paz, la alegría y el brillo de virtudes, cada día mayores.

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