27051989 SJPII Capitulo General OFM conv

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27 de mayo de 1989: Juan Pablo II, Discurso al Capítulo general de los Hermanos Menores Conventuales

Queridísimos hermanos:

Obediencia y reverencia al sucesor de Pedro

1. Me alegro de acoger y saludar a cada uno de vosotros, padres y hermanos de la Orden de los Frailes Menores Conventuales: al término del capítulo general, celebrado en Asís del 2 al 27 de mayo, fieles al mandato de san Francisco, que prometió «obediencia y reverencia al señor papa Honorio, a sus sucesores y a la santa Iglesia romana» (2 R 1, 2), habéis querido rendir homenaje al Papa y recibir su bendición apostólica.

Agradezco ante todo al ministro general, P. Lanfranco Serrini, las palabras que me ha dirigido y le deseo todo éxito en el cumplimiento de la delicada misión en la que ha sido confirmado para un segundo sexenio; lo mismo deseo cordialmente a los nuevos asistentes, llamados por la confianza de los más de 4.000 hermanos esparcidos por todo el mundo, a auxiliar al superior mayor en el gobierno de la Orden.

Fidelidad a las definiciones capitulares

2. El capítulo general, comenzando por aquel famoso de «Le Stuoie» [las esteras] convocado y presidido por el propio fundador, además de un encuentro fraterno, es siempre un momento fuerte de reflexión y de fortalecimiento espiritual.

También vosotros, reunidos en torno a la tumba de san Francisco, habéis tenido vuestro momento de gracia bajo la acción del Espíritu Santo, que os ha guiado en la renovación y en la defensa del patrimonio espiritual propio de la Orden (cf. CRIS, Elementi essenziali). Moviéndoos en tres líneas directrices principales: revisión, programación y opciones prioritarias, os habéis comprometido a profundizar el servicio que la Orden presta a la Iglesia, vuestra capacidad de acogida y de disponibilidad frente a las nuevas exigencias de la sociedad contemporánea.

Del importante debate seguramente han surgido conclusiones positivas que, convertidas en decisiones concretas, serán un punto de referencia necesario y vinculante para todos hasta el próximo capítulo general. Y no dudo que seréis precisamente vosotros los primeros testigos de esta indispensable fidelidad a las definiciones capitulares, para que el capítulo no se quede sólo en un hecho histórico, sino que se convierta en un estímulo eficaz para un proceso de crecimiento, tanto de la Orden como de cada uno de los religiosos.

Perfecta sintonía con la Iglesia

3. Queridísimos hermanos: En el momento en que estáis a punto de regresar a vuestros países de origen, donde lleváis a cabo vuestro apostolado, permitidme recordaros con san Francisco el deber de dar preeminencia al espíritu de oración y de devoción, sin el cual todo sería vano y os esforzaríais inútilmente (cf. 2 R 5). La Iglesia tiene necesidad ante todo de vuestra aportación de oración, de sacrificio y de testimonio evangélico.

Además, a fin de que las actividades de la orden en sus diferentes provincias y custodias, respondan a las exigencias de nuestro tiempo y de la misión franciscana en cuanto a opciones, formas concretas de acción, valor testimonial (cf. Costituzioni, n. 149), hay que tener presente que el mundo, hoy más que nunca, espera un testimonio como el que encarnó en su siglo san Francisco, es decir, un testimonio de perfecta sintonía con la Iglesia y de obediencia al Papa, del cual el Código os impone un deber especial (cf. can. 590, par. 2); un testimonio, además, de colaboración frente a las necesidades de los hermanos, especialmente de los indigentes.

Los franciscanos tienen mucho que decir a la sociedad actual

4. La fascinación que todavía hoy ejerce san Francisco sobre creyentes y no creyentes es enorme: lo hemos constatado juntos también en el inolvidable encuentro de oración de Asís, el 26 de octubre de 1986. Entre las innumerables vías que la misericordia divina abre ante los hombres en busca de la verdad, la que recorrió san Francisco es quizás la más rica en sugerencias: es cierto que también hoy san Francisco ejerce sobre muchas almas el atractivo de una experiencia original y cautivadora. Los franciscanos sobre todo han de recordar esto cuando se presentan a los hombres de su tiempo.

Precisamente por ello ya mi predecesor Pío XII auguraba un reflorecimiento del espíritu franciscano y de una visión franciscana de la vida (cf. Discurso 1 de julio de 1956). El mismo deseo lo expresan a veces hombres que pertenecen a zonas de experiencia y de cultura muy distantes. Sí, porque el franciscanismo tiene mucho que decir a la sociedad actual, especialmente de los países más industrializados, atrapados por el consumismo y poco atentos al sufrimiento de millones de criaturas que mueren de hambre; a cuantos, en lugar de construir la paz, se arman para la guerra, y en lugar de defender la naturaleza, de la que san Francisco fue un cantor elevado y puro, la contaminan hasta hacerla enemiga del hombre.

Recuperar los auténticos valores cristianos

5. Por tanto, os corresponde a vosotros, religiosos franciscanos, en primer lugar y en cuanto tales, dar una respuesta al hombre de hoy, educándolo para una visión correcta y para un empleo digno de las cosas, colaborando en la formación de su conciencia, conforme a una actitud interior luminosa y equilibrada.

Vuestra presencia eficaz, en ese sentido, puede significar mucho para la paz y el progreso de la humanidad y la recuperación de los auténticos valores cristianos.

Como hijos del Santo de la pobreza evangélica, del hombre de la paz, del amigo de la naturaleza, sois los mejores intérpretes del mensaje dejado por san Francisco a los hombres de su siglo, mensaje siempre actual por su fuerza de renovación de las conciencias y de la sociedad. A vosotros, por tanto, os compete la misión de proponerlo de nuevo con valor y orgullo franciscano.

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Ser hombres del Evangelio

6. Pero, ¿cómo? Presentándoos al mundo como frailes y como hombres del Evangelio.

a) Como frailes ante todo: es decir, como hermanos que, con un pacto de amor, se han consagrado al culto de Dios y por amor a Dios se ponen al servicio del hombre. Para ello, es necesario, sin embargo, que en todas vuestras comunidades se creen las condiciones espirituales adecuadas que permitan a cada fraile tener el impulso interior para transmitir la paz al corazón de los hermanos;

b) luego, como hombres del Evangelio: porque habéis formado una fraternidad franciscana que es, al mismo tiempo, evangélica, esto es, querida por Dios y por la Iglesia para anunciar la salvación a los hombres; una fraternidad de hombres que han creído en el Evangelio y lo testimonian con su vida para que todos, en la bondad, acojan la paternidad de Dios, la fraternidad de Cristo y la comunión del Espíritu Santo.

En otras palabras, lo que fue en un tiempo el programa de Francisco es también vuestro programa hoy: se trata de creer firmemente que también hoy el Evangelio no ha perdido nada de su energía transformadora; que también hoy, como en los tiempos de san Francisco, el Evangelio es poder de Dios para la salvación del que cree. Y es precisamente este poder salvífico lo que necesita el mundo actual.

Pero desde el momento en que este mundo nuestro parece haber perdido el contacto y el mismo conocimiento de esta fuente perenne de vida y de renovación, se precisan por eso mismo personas que, repito, con su vida, más aún que con su palabra, sean capaces de reanudar las relaciones y de favorecer el acercamiento al Evangelio de todos aquellos que están lejos de él, voluntaria o involuntariamente.

Por eso, como san Francisco al terminar el capítulo de «Le Stuoie», envió a sus frailes de dos en dos por los caminos del mundo para anunciar la paz, también yo os envío a predicar y a dar testimonio del Evangelio con el aliento de mi bendición apostólica.

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