05051997 SJPII a OFM

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5 de mayo de 1997: Mensaje de San Juan Pablo II a la Orden de Hermanos Menores

Al reverendísimo padre Hermann Schalück, Ministro general de los Frailes Menores.

1. Con ocasión del capítulo general ordinario que se celebra junto al santuario de la Porciúncula, lugar amado del Pobrecillo de Asís, me es muy grato expresar mis cordiales sentimientos de felicitación a la Orden de los Frailes Menores. Precisamente en la Porciúncula es donde Francisco inició su vida evangélica (cf. 1 Cel 22), ahí es donde concluyó su vida terrena (cf. 1 Cel 110), «pues deseaba entregar su alma a Dios donde conoció claramente por primera vez el camino de la verdad» (1 Cel 108b).

Al dirigirme a usted, reverendísimo padre, deseo hacer llegar mi fervoroso saludo a los capitulares y a todos los hermanos que trabajan en las varias áreas del mundo, deseando a todos y cada uno, con las palabras de san Francisco, «paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor» (2CtaF 1).

Benlliure: San Francisco en la plaza de Asís2. «El mandato de evangelizar a todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia, tarea y misión que los vastos y profundos cambios de la sociedad actual hacen no menos urgente» (Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi, 14). Esta urgencia ha sido bien comprendida por vuestra Orden, que la ha colocado entre los argumentos prioritarios de las sesiones capitulares. En ella quiere subrayarse con vigor el compromiso de los Frailes Menores por seguir a Cristo pobre, casto y obediente, a fin de poder anunciar mejor a todos los hombres las sublimes verdades de la Buena Noticia, permaneciendo «firmes en la fe católica» (2 R 12,4) y fervorosos en la comunión con la santa madre Iglesia (cf. TestS 5).

En efecto, la obra apostólica y misionera es fructífera cuando se desarrolla en sintonía con los legítimos pastores, a quienes Cristo ha confiado la responsabilidad de su grey. La Orden deberá por ello orientar a sus miembros a colaborar cada vez más eficazmente con las iglesias locales en las que prestan su apreciado servicio (cf. Flp 1,5).

3. En la estela de mis venerados predecesores, en particular del papa Pablo VI, que dirigió al capítulo general de Madrid la Carta apostólica Quoniam proxime (AAS 65 [1973], 353-357), también yo quiero sentirme espiritualmente cercano a los trabajos capitulares, que reproponen el tema de la «Vocación de la Orden hoy», queriendo profundizarlo en la óptica de la memoria y de la profecía.

Al considerar su glorioso pasado, rico en historia, santidad, cultura y empeño apostólico, los franciscanos no pueden menos de sentir el compromiso de mantenerse a la altura del mismo, esforzándose por escribir nuevas y significativas páginas de su propia historia (cf. Vita consecrata, 110). Hallándonos ya en el alba del tercer milenio, ¿cómo no evidenciar la vocación y la misión evangelizadora de la Orden, que radican, por así decir, en el corazón de su misma identidad?

La referencia a los orígenes y a las fases sobresalientes de la historia de la Orden es como un paradigma del actual empeño de la Fraternidad, llamada a vivir hoy en día la misión que Dios le ha confiado, a través de la Iglesia, mediante la profesión de la Regla de san Francisco. La «memoria» del don concedido por Dios a la Iglesia y al mundo en la persona del Pobrecillo os lleva a comprender de manera renovada las situaciones contemporáneas y a abriros, en continuidad dinámica, a las expectativas y a los retos del presente, para preparar con constructivo empeño el porvenir.

4. La unidad vital entre el ayer, el hoy y el mañana es necesaria para que la «memoria» se convierta en «profecía». De hecho, «la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su palabra en las diversas circunstancias de la historia» (Vita consecrata, 84b).

La auténtica «profecía» exige, además, que la Christi vivendi forma, compartida por los Apóstoles (cf. Ibid. 14.16) y asumida como propia por Francisco de Asís y por sus primeros compañeros (cf. 1 Cel 22.24), sea la norma de los Hermanos Menores en este último tramo de siglo, a fin de entregar intacta a las generaciones futuras del tercer milenio la herencia espiritual que han recibido, a través de la mediación de tantos hermanos conocidos y desconocidos, de las manos del mismo seráfico Padre.

La referencia a la experiencia original, suscitada por el Espíritu de Cristo Resucitado, abrirá ciertamente vuestra Familia a un futuro rico de esperanza y os ayudará a descubrir en los acontecimientos cotidianos la presencia de Dios, que actúa en el mundo, y a promover ese sabio diálogo entre fe y cultura que es tan necesario, particularmente hoy en día.

No ha de olvidarse nunca, en efecto, que la vida consagrada, puesta al servicio de Dios y del hombre, «tiene la misión profética de recordar y servir el designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras, y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia» (Vita consecrata, 73a).

En esta perspectiva se hace indispensable, también para vuestra Orden, un atento discernimiento que os lleve a interrogaros sobre el significado de vuestro munus en la Iglesia y sobre la vocación de la Fraternidad franciscana en el tiempo presente.

5. El munus específico de los Hermanos Menores lo indicó el mismo san Francisco cuando escribió en su Carta a toda la Orden: Alabad a Dios «porque es bueno, y enaltecedlo en vuestras obras; pues para esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino Él» (CtaO 8-9).

Este munus ha sido explicado luego por los numerosos documentos de la Iglesia relativos al mandato de predicar la penitencia que el papa Inocencio III confirió a la Orden (1 Cel 33) y que mis venerados predecesores confirmaron en el curso de los siglos.

Toda la historia de los Menores confirma que el anuncio del Evangelio es la vocación, la misión y la razón de ser de esa Fraternidad. La misma Regla, ilustrando la vocación de la Orden en la Iglesia, recuerda que los Hermanos están llamados a estar con Cristo y son enviados a predicar, curando los enfermos (cf. Mc 3,13-15; 1 Cel 24; Vita consecrata, 41). Estas claras orientaciones del Fundador exigen unidad y complementariedad entre el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad. Se trata de una tarea apostólica y misionera que incumbe a todos: hermanos, clérigos y laicos. La Leyenda de los tres Compañeros recuerda que «acabado el capítulo, a los que tenían espíritu de Dios y la conveniente elocuencia, fueran clérigos o laicos, [Francisco] les daba licencia para predicar» (TC 59c), y los demás hermanos colaboraban con ellos mediante la oración y la caridad.

6. Esta indispensable unidad a la apostolica vivendi forma requiere, por tanto, que todos los hermanos, cada uno según su propia condición y sus dotes específicas, se inserten plenamente en la única vocación evangelizadora de la Orden. Y esto exige un constante esfuerzo en el ámbito de la formación, que preceda y acompañe el empeño de los obreros en la viña del Señor (cf. Evangelii Nuntiandi, 15). Procurad, por tanto, garantizar a todos, clérigos y laicos, una formación adecuada, a fin de que cada hermano esté en condiciones de insertarse con espíritu apostólico y con la debida profesionalidad en el amplio campo de la evangelización y de las obras de caridad (cf. Mt 10,7-8).

Es necesario, además, que la acción apostólica y la obra de promoción humana estén animadas por un constante espíritu de oración, pues de la experiencia de Dios brota el compromiso de «llenar el mundo con el Evangelio». Éste es el significado profundo del conocimiento personal e interior de Cristo, que la Orden, en comunión con toda la Iglesia, está llamada a promover en el Pueblo de Dios. Como es conocido, la unidad entre la evangelización y la contemplación está hondamente inserta en la Regla de los Hermanos Menores, invitándolos a «no apagar el espíritu de la santa oración y devoción» (2 R 5,2). San Francisco recuerda que «el predicador debe primero sacar de la oración hecha en secreto lo que vaya a difundir después por los discursos sagrados; debe antes enardecerse interiormente, no sea que transmita palabras que no llevan vida» (2 Cel 163a).

De la comunión con Cristo es de donde la vida apostólica y caritativa sacará contenidos, coherencia y dinamismo. De la experiencia de su presencia vivificante brotarán también para los Frailes Menores la fuerza y la convicción del anuncio que crea comunión con Dios y con la Iglesia, como recuerda el apóstol Juan: «Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo» (1 Jn 1,3).

7. Reverendísimo Padre, al alentar a esa Fraternidad a afrontar los trabajos del capítulo con el estilo evangélico que animó a san Francisco, ruego al Señor que derrame abundantemente su Espíritu Santo sobre cada uno de los capitulares. Confío a María Inmaculada la reflexión de estos días, pidiéndole a ella, Madre y Reina de los Menores, que ayude a cada uno de los hermanos a proclamar las maravillas que hace el Señor en el mundo, y estimule a toda vuestra Orden a responder con renovada entrega a la llamada de Cristo.

Acompaño estos sentimientos con una especial bendición apostólica, que imparto de corazón a usted, a los padres capitulares y a todos los Frailes Menores esparcidos por el mundo.

 Vaticano, a 5 de mayo de 1997.


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