Discurso JPII al Capitulo General OFM


Discurso de Juan Pablo II al Capítulo General de la Orden de Hermanos Menores

(Acerca de las tres fidelidades de la Espiritualidad Franciscana)

Roma, 22 de junio de 1985

Del 12 de mayo al 22 de junio de 1985 se celebró en la Porciúncula (Santa María de los Ángeles) el Capítulo General OFM. Al mismo le dirigió el Papa una Carta, que lleva fecha de 8 de mayo de 1985 y cuyo texto ya hemos publicado. Al final del Capítulo, el 22 de junio, Juan Pablo II recibió a los capitulares, y el reelegido Ministro general, P. Vaughn, le dirigió unas palabras de saludo en nombre de toda la Orden. El Papa pronunció en esta ocasión el discurso que, traducido del italiano al español, reproducimos a continuación, tomado de L’Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, del 4-VIII-85.

Queridísimos padres capitulares de la Orden de Hermanos Menores:

1. Al comenzar los trabajos del Capítulo general, os envié un mensaje de estímulo, de confianza y esperanza, con la intención de ver aún más valorizado el precioso patrimonio espiritual de vuestra Orden, incrementando vuestro amor a la Iglesia a ejemplo de san Francisco, y cada vez más fielmente observada la Regla que vuestro Seráfico Padre confió a la aprobación y a la custodia de la Santa Madre Iglesia.

En la clausura de vuestros trabajos capitulares tengo la alegría de recibiros para saludar y dar las gracias no sólo a vosotros, sino a todos los Hermanos Menores, deseándole a cada uno una vida vivida con perenne fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, a los ejemplos y enseñanzas de san Francisco.

Y quiero manifestar una gratitud especial al reverendo P. Ministro general de la Orden, P. John Vaughn, por las palabras que acaba de dirigirme.

Permitid que dé las gracias también a Mons. Vincenzo Fagiolo, Secretario de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, por su presencia en vuestros trabajos, en calidad de delegado especial para vuestro Capítulo.

El carisma del fundador: la santidad

2. La elección del lugar donde se ha celebrado el Capítulo es de por sí altamente indicativa. En efecto, la Porciúncula habla de una conexión profunda con los orígenes y estimula a seguir con profundo fervor el carisma del fundador.

En la cripta de la basílica patriarcal de Santa María de los Ángeles, precisamente ante los restos del pequeño convento que habitó san Francisco, hay un altar apoyado en un robusto tronco de árbol, cuyas ramas sostienen la mesa: se ha querido así representar, de manera eficaz y plástica, la exuberante vitalidad del franciscanismo.

En realidad, la historia de la Orden, ya ocho veces centenaria, demuestra que el árbol plantado por san Francisco a los pies del altar dedicado a la Virgen de los Ángeles, en la mística capilla de la Porciúncula, ha crecido vigoroso y fructífero, y ha extendido sus ramas por todo el mundo, en virtud del espíritu que lo ha animado desde los orígenes.

Basta echar una mirada al «Martyrologium Franciscanum» (Vicentiae, 1939), en el que se recuerda a los santos, beatos, venerables y siervos de Dios que la Orden Seráfica ha donado a la Iglesia, para darse cuenta de la maravillosa floración de la santidad franciscana.

Yo mismo he tenido la alegría de elevar a los altares al beato Pedro de Betancur, el apóstol de Guatemala y de América Central; a los beatos Salvador Lilli y siete compañeros mártires; a la beata Catalina Troiani, fundadora de las Religiosas Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, y el pasado 9 de marzo he aprobado el decreto sobre las virtudes heroicas del gran apóstol de México y de California, el venerable Junípero Serra.

Son modelos luminosos de la gran vitalidad religiosa que habéis heredado: las glorias del pasado señalan el camino que la Orden debe continuar recorriendo en el futuro.

Las opciones de san Francisco

3. Las opciones de san Francisco deben ser vuestras opciones; él supo leer desde el principio el Evangelio con ojos límpidos, y se propuso ponerlo en práctica con la mirada fija en el Verbo de Dios que se hizo hombre y hermano nuestro.

Los santuarios de Greccio y del Alverna están recordándonos que el Santo de Asís quiso modelar su vida a ejemplo de la del Redentor, desde Belén al Calvario.

No quiso otros maestros, sino que siguió al único Maestro con todo su amor, con inquebrantable fidelidad y con total renuncia de sí, comprometiéndose en la práctica más rigurosa de la palabra y en la completa disponibilidad al servicio de Dios y de los hombres.

Para estar seguro de sus opciones en la fundación de la Orden, se trasladó de Asís a Roma, para pedir la aprobación del Vicario de Cristo, y en el primer capítulo de la Regla bulada escribió: «El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al Señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos» (2 R 1,2).

Característica eminente de su espiritualidad fue la filial devoción a la Virgen santísima. Ya antes de fundar la Orden de Hermanos Menores, iba a orar a la capilla de Santa María de los Ángeles, en la Porciúncula, y a los pies del altar dedicado a la Virgen fundó la Primera, la Segunda y la Tercera Orden.

Son, pues, tres los puntos básicos de la espiritualidad franciscana: Fidelidad a Cristo y al Evangelio, vivido en el amor y en la pobreza; devoción filial a la Madre de Dios; fidelidad a la Iglesia.

Fidelidad a Cristo y a la Iglesia hoy

4. La sociedad moderna tiene todavía necesidad de la presencia de san Francisco, porque tiene necesidad de Cristo, cuyos rasgos más característicos el Pobrecillo supo proponer de nuevo en sí mismo con extraordinaria eficacia. El «franciscanismo» es esencialmente «imitación de Cristo», para el anuncio del Evangelio, para la conversión de los hombres a la única Verdad revelada, para la salvación de las almas con la perspectiva de la eternidad.

Por esto, vuestra presencia es, ante todo, una presencia de fe convencida y segura, es decir, de fidelidad a todo el mensaje de Cristo y al Magisterio de la Iglesia que Él quiso y fundó sobre Pedro y los Apóstoles. Sentid en vuestros espíritus el apremio de la unidad en la Verdad y en la disciplina, siguiendo en esto el ejemplo admirable de vuestro fundador. Jamás se permitió él apartarse de la enseñanza y de las orientaciones de aquellos a quienes reconocía como mensajeros de Dios en la Iglesia. También tuvo sufrimientos; no se le ahorró la amargura de los contrastes y de las incomprensiones; pero siempre supo mirar más allá de las limitaciones de las personas individuales y de las disposiciones contingentes; supo ver a la Persona del Divino Maestro y escuchar su voz: «Santifícalos en la Verdad. Tu palabra es Verdad...» (Jn 17,17).

Seguir la doctrina auténticamente enseñada por la Iglesia significa también evitar confusiones y turbaciones, siempre dañosas para su unidad.

Que san Francisco os ilumine y os dé la fuerza interior necesaria para ser siempre fieles a Cristo y a la Iglesia en las actuales vicisitudes de la sociedad, de tal modo que presentéis ante los ojos de los hombres la auténtica imagen de aquel que apareció ante sus contemporáneos como «vir catholicus, totus apostolicus», varón católico, totalmente apostólico (Julián de Espira, Vita, n. 28).

Exigencias de la presencia franciscana

5. Vuestra presencia de hijos de san Francisco debe manifestarse luego en un serio compromiso de santificación personal. Estáis plenamente convencidos de que es la gracia divina la que actúa en las almas; y sabéis también que sólo se puede dar lo que se tiene. El verdadero «franciscanismo» exige la completa humildad, un abandono total en la Providencia por medio de la obediencia a la Iglesia y a los propios superiores, un desprendimiento perfecto de los bienes terrenos mediante la pobreza y la castidad.

Se trata, sin duda, de una forma de vida que requiere heroísmo. Pero se funda en una especial vocación, puede contar con particulares dones del Espíritu y es fuente de consolaciones supremas, que alimentan esa suavísima alegría que brillaba en el rostro de Francisco y de sus primeros compañeros, según el testimonio del antiguo cronista: «Grande era su alegría» (1 Cel 35).

Presencia hoy, realizando las Bienaventuranzas

6. Finalmente, vuestra presencia de «Hermanos menores franciscanos» en la sociedad moderna debe realizarse en el servicio y amor a los hombres, a ejemplo del Pobrecillo. Insisto: a ejemplo del Pobrecillo. Su testimonio, en efecto, conserva una originalidad incomparable, que la distingue de otras propuestas en esta materia y explica, al mismo tiempo, su fascinación siempre actual.

Es un hecho muy significativo que, después de ocho siglos, san Francisco no haya perdido nada de su lozanía: se podría decir que forma parte de la «conciencia» universal. Desde Dante a Goethe, desde Giotto a Murillo, desde san Buenaventura a Alejandro Manzoni, ha sido y es fuente de inspiración y reflexión para toda la humanidad. ¿Por qué ha fascinado tanto al corazón humano? Por el sabor auténticamente evangélico que su mensaje, incluso social, conserva. Él, también al predicar la necesidad de la justicia social y la coparticipación, hacía comprender, al mismo tiempo, el valor irrevocable y perenne de las «Bienaventuranzas».

Efectivamente, las «Bienaventuranzas» no pueden eliminarse ni de la estructura de la historia ni mucho menos del contexto del Evangelio. Amar y servir a los hombres de hoy significa ciertamente trabajar por el desarrollo y el progreso de la sociedad y por el logro de condiciones humanas más justas y dignas; pero significa también no engañar jamás a nadie acerca del auténtico sentido de la peregrinación terrena, cuya meta última trasciende el tiempo y no puede conseguirse sin el ejercicio de un iluminado desprendimiento de los bienes materiales y sin la práctica de la caridad que comprende y perdona: «Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor y soportan enfermedad y tribulación...» (Cánt 10).

Acercar a Cristo a nuestra época

7. Ante vosotros, hijos de san Francisco, me es grato repetir la oración que me brotó del corazón en Asís, al comienzo de mi pontificado, cuando, al realizar mi primera peregrinación, quise ir a arrodillarme ante la tumba de vuestro fundador: «Tú, que acercaste tanto a Cristo a tu época, ayúdanos a acercar a Cristo a la nuestra, a nuestros tiempos difíciles y críticos. Tú, que has llevado en tu corazón las vicisitudes de tus contemporáneos, ayúdanos, con el corazón cercano al corazón del Redentor, a abrazar las vicisitudes de los hombres de nuestra época: los difíciles problemas sociales, económicos, políticos, los problemas de la cultura y de la civilización contemporánea, todos los sufrimientos del hombre de hoy, sus dudas, sus negaciones, sus desbandadas, sus tensiones, sus complejos, sus inquietudes... Ayúdanos a resolver todo esto en clave evangélica, para que Cristo mismo pueda ser "Camino-Verdad-Vida" para el hombre de nuestro tiempo» (cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 22, 1979, p. 4).

Llevad a vuestros hermanos esparcidos por el mundo la certeza de que el trabajo apostólico que realizan, aun cuando humilde y oculto, es grande ante Dios, es precioso para la Iglesia y es beneficioso para la sociedad.

¡Llevad al mundo de hoy la paz y la alegría de san Francisco!

Y que os sea propicia también mi bendición, que ahora os imparto de todo corazón y hago extensiva con afecto a toda la Orden de Hermanos Menores.



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