Capilla del Transito


En el interior de la Basílica de la Porciúncula se ha conservado un lugar tan humilde como precioso: la cabaña de los frailes enfermos -el Tránsito- en la que Francisco pasó de este mundo al Padre.

Enfermo hospedado en el palacio episcopal de Asís, vigilado como un tesoro público, sintiendo ya cercano el fin y deseoso de concluir su experiencia allí donde había comenzado a vivir evangélicamente, pidió que lo llevaran a su Porciúncula.

Aquí, despojado del hábito de saco, desnudo sobre la desnuda tierra, dictado su testamento espiritual, entre el llanto angustioso de sus hijos y el de Fray Jacoba, Francisco, «cumplidos en él todos los misterios de Cristo, acogió a la muerte cantando», mientras una bandada de alondras revoloteaba de modo insólito en torno al lugar aunque el sol ya se había puesto.

El Tránsito (la capilla) inicialmente era una celdita de la primitiva enfermería franciscana o tal vez un trocito de tierra al aire libre ante la misma que inmediatamente después de la muerte del Santo, acotado el ámbito, se transformó en oratorio. Sobre el minúsculo altar, en un relicario de estilo imperio, se conserva el cordón que ceñía en vida la cintura del Poverello. En las paredes, cuatro espléndidos frescos de Juan de Pietro llamado el España (1520) que representan a los primeros compañeros del Santo, Silvestre, Rufino, León, Maseo y Gil, y a los primeros mártires y santos de la Orden de los Menores, Berardo y compañeros. Detrás del pequeño altar, en un nicho, la estatua del Santo de Andrea della Robbia, obra admirable en terracota vidriada, realizada alrededor de 1490, que hoy está en la Capilla del Tránsito, el lugar venerable que acogió los últimos latidos de aquel corazón que no se paró hasta que abarcó en sí al mundo entero. En esta imagen Francisco tiene en sus llagadas manos la cruz y el Evangelio, los grandes amores de toda su vida.

En la pared exterior de la capilla que mira hacia la iglesita de la Porciúncula, puede contemplarse el "Tránsito de San Francisco", fresco pintado por D. Bruschi en 1886.
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SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES EN LA PORCIÚNCULA
por Fr. Gualtiero Bellucci, o.f.m.

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