San Francisco por Francisco Ribalta



A finales del siglo XVII, la iconografía de san Francisco se amplió, sustituyéndose gran parte de los temas clásicos biográficos por episodios más complejos, especialmente visiones arrebatadas, éxtasis místicos que conectaban con la nueva estética del Barroco y que proporcionaron, en el caso de san Francisco, una nueva orientación en la representación del santo, cuya vida era presentada por la Orden como un paralelo biográfico a la de Jesucristo. 

Este episodio concreto hace relación a la aparición de un ángel músico en la humilde celda del santo. Este episodio fue representado por Ribalta como un hecho extraordinario que no llega a vislumbrar al hermano franciscano que en ese momento se incorpora a la celda. Como era habitual en este pintor, Ribalta ideó la escena gracias a una estampa, una composición del italiano Paolo Piazza según un grabado de Sadeler fechado en 1604. Partiendo de la estampa, Ribalta reflejó el momento como una experiencia de luz irreal que envuelve y transforma el espacio cotidiano del santo. 

El contraste entre la ínfima vela del monje y la experiencia luminosa que inunda a san Francisco, otorgan a la luz un protagonismo esencial, entroncado con los primeros naturalistas españoles, especialmente Bartolomé Carducho y su obra la Muerte de san Francisco (Lisboa, Museu de Arte Antiga), a quien Francisco Ribalta conoció y admiró en torno a 1620. Con Carducho compartió un mismo sentido de la pintura, directa, densa y vibrante, una misma aproximación a la realidad, que aprehende a través de las texturas y las calidades de todos y cada uno de los objetos que pueblan el humilde espacio, y una enorme expresividad en los rostros, reales, cercanos en su humanidad. Son aspectos que le muestran igualmente próximo a la obra de Caravaggio, en un momento de la carrera de Ribalta en que se intensifica el tenebrismo y se simplifican las composiciones que, como en este caso, facilitan el impacto visual de la imagen. 

La obra se realizó para el convento capuchino de la Sangre de Cristo de Valencia, para el que Ribalta pintó, en 1620, una Santa Cena y un San Francisco abrazando a Cristo crucificado. Aunque San Francisco confortado por un ángel no aparece documentada, se ha considerado que debe incluirse en una cronología cercana a las dos obras señaladas.

La tela pasó a formar parte de las colecciones reales tras una visita de Carlos IV a Valencia. El monarca adquirió la pintura por ser obra de las más perfectas que se conocen del señor Ribalta, tal y como se refirió en la época-, y mandó a Vicente López, el mejor pintor que había entonces en Valencia, que sacase una copia fiel para el Convento.

En esta obra encontramos a San Francisco ante una majestuosa visión, la de un ángel mayor que, descendiendo del cielo, le presenta una fuente de agua pura.

Otros dos querubines colaboran con la aparición. El primero le presenta un Crucifijo y un lirio blanco, haciendo énfasis en que el llamado proviene del Señor con el primer signo, y el llamado a la Santidad, con el segundo.

El segundo querubín lo toma del cordón símbolo de los votos religiosos de pobreza, obediencia y castidad, y señala al ángel con el agua, mientras que se sujeta de la "hermana muerte" la cual es representada por una calavera.

San Francisco, cae de rodillas ante esta aparición, llevándose ambas manos al pecho, una vez que se siente traspasado por los estigmas recibidos del Señor.





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